




Capítulo 8: Una distracción
Kassio se dio cuenta de lo ridículo que se veía, apoyado contra el coche, bloqueándole el paso a Sienna. Pero, a pesar de sus intentos por mantenerse distante, se encontraba incapaz de hacerlo. Durante toda la noche, había estado pendiente de ella, incluso cuando fingía prestar atención a las palabras de Domenico.
—¿Es ahora cuando debería llamar a la policía? —preguntó Sienna y se dio la vuelta.
Estaba demasiado cerca de ella. Ya le era difícil mantener el control como para seguir poniendo a prueba su resistencia. Debería haber dado un paso atrás, pero no se movió.
—Esto se está poniéndose raro.
Kassio sostuvo la mirada de Sienna, aun con la poca iluminación, pudo darse cuenta de que sus ojos brillaban con desafío. Bajó la mirada hasta sus labios y lo consumió una necesidad irrefrenable de besarla.
Esta vez, no hubo sentido común que lo detuviera. Se inclinó y la besó. Sus labios eran suaves y tenían un ligero sabor a fresas. Sacó la lengua para pedir permiso y habría sonreído de satisfacción cuando ella lo concedió, de no ser porque estaba ocupado. No fue delicado; se había contenido demasiado y ahora había perdido la capacidad para actuar con mesura.
Sienna se aferró a sus hombros mientras él bajaba las manos hasta sus caderas para levantarla en el aire. Ella enredó las piernas en su cintura y él la apoyó contra el auto. Su erección golpeó contra ella, y su cuerpo vibró de necesidad. Quería hundirse dentro de ella, poseerla una y otra vez hasta que los dos estuvieran agotados.
Entonces, escuchó voces y risas a la distancia y salió de su trance. Con la respiración agitada, se separó de Sienna y la miró directo a los ojos. Soltó una maldición por lo bajo al verlos llenos de deseo. No tenía idea de lo que ella le estaba haciendo. Nunca había deseado tanto a una mujer hasta el punto de olvidarse de todo lo que le rodeaba.
¡Demonios! Estaban en la calle y él podría haberla tomado allí mismo de haber continuado.
—Yo… —Sienna bajó las piernas y se arregló el vestido—. Tengo que irme.
Kassio retrocedió, manteniendo las manos en los bolsillos para evitar detenerla. Se quedó en el mismo lugar mientras ella se alejaba en su auto. Intentó convencerse de que así era mejor. Sintió remordimiento por haber cedido ante sus deseos más primitivos, pero también había un destello de satisfacción al recordar el sabor de sus labios.
Se pasó una mano por el cabello, estaba más confundido que nunca. No entendía por qué Sienna lo afectaba de esa manera y por qué era tan difícil mantenerse alejado de ella cuando sabía que era lo mejor para ambos.
Estaba determinado a demostrar que su madrastra había estado involucrada en la muerte de su padre y, como acababa de comprobar, Sienna solo sería una distracción. Además, mantenerla cerca podría ponerla en peligro de convertirse rápidamente en daño colateral. No sabía de qué era capaz Nastia y no estaba dispuesto a arriesgarse a descubrirlo por unos cuantos momentos de pasión. A pesar de ser un bastardo, prefería no involucrar a personas inocentes en sus asuntos.
Al llegar a su departamento, se dio una ducha y se recostó en cama. Pasaron horas antes de que pudiera conciliar el sueño, su mente atormentada por los recuerdos del beso que había compartido con Sienna. No importaba cuánto intentara apartarla de sus pensamientos, ella seguía ahí, acechándolo en cada rincón de su mente.
Finalmente, el cansancio lo venció y se sumergió en un sueño inquieto, plagado de imágenes de Sienna.
Ella no la pasó mucho mejor. No había podido dormir hasta bien entrada la madrugada porque cada vez que cerraba los ojos lo único en lo que pensaba era en aquel maldit0 beso y como su cuerpo se había encendido como un incendio fuera de control.
Pese a la escasa cantidad de horas que había dormido, Sienna se despertó temprano y, sabiendo que no podría volver a conciliar el sueño, decidió levantarse y se encaminó hacia el gimnasio que tenía en su departamento.
—Nada mejor que algo de sudor para expulsar a ese gruñón de mis pensamientos. Imbécil
Estaba furiosa con Kassio. No sabía si porque la había besado después de como la había tratado o porque no había terminado lo que comenzó. Como fuera estaba segura que si se le llegara a aparecer en ese momento le daría un puñetazo en su perfecto y estúpido rostro.
Sienna se detuvo, extrañada, cuando la música que salía a todo volumen de los parlantes se detuvo.
—Espero que ahora si puedas escucharme, llevo llamándote algunos minutos.
Miró a su hermana gemela, Antonella, quien estaba unos metros más allá con el control de su equipo de sonido en las manos.
—Lo siento, no estaba prestando atención.
—Me di cuenta de eso. Creí que no te gustaba hacer ejercicio.
—Y no me gusta.
—Es fin de semana y siempre evitas esta habitación los fines de semana. Es único momento que te permites quedarte en cama hasta tarde y creí que sería allí donde te encontraría.
—¿Y tú qué haces aquí? Pensé que estarías debajo de Bishop o encima de él. Como sea que les guste divertirse por las mañanas.
Su hermana sonrió mientras un ligero rubor adornaba sus mejillas.
—Lo llamaron temprano, así que pensé en venir a verte.
Sienna se acercó al armario y tomó una toalla limpia para limpiarse el rostro.
—También traje el desayuno. Ve a tomar una ducha, estaré en la cocina.
—Desde que estás con Bishop te has vuelto toda una experta en dar órdenes.
Su hermana soltó una carcajada mientras se alejaba.
—¿Qué sucede? —le preguntó Antonella una vez ambas se sentaron alrededor de la isla de la cocina.
—¿Por qué crees que sucede algo? —preguntó con una sonrisa, intentando despistar a su hermana.
—Aparte de que estas fingiendo esa sonrisa, porque tengo esa sensación en el pecho.
Maldita conexión de gemelas. No importa cuánto el mundo dijera que no era real, para ellas dos lo era. No se leían la mente, ni nada parecido, pero si podían saber cuándo la otra estaba teniendo un mal momento.
—¿Segura que no es un infarto?
—Sienna.
Sienna le dio un mordisco enorme a su panecillo y ordenó sus ideas mientras masticaba.
—¿Recuerdas a Kassio?
—No lo sé. ¿Recuerdo al prometido de Serena?
—Que nuestro hermano no te escuche llamarlo así, no le gusta ni un poco. Aunque es divertido verlo molesto, olvídalo continuemos llamándolo así.
—Estás divagando. ¿Qué hay con Kassio?
—Nos besamos. Bueno, él me besó y yo no lo alejé.
—¿Eso cuando sucedió?
Decidió que era mejor contarle todo lo sucedido desde el día que se presentó en la oficina de Kassio para pedirle que asistiera a la fiesta de Serena y Vincenzo hasta lo sucedido la noche anterior. No se abstuvo de insultar a Kassio cada vez que tuvo una oportunidad.
—Estás en lo cierto suena como un imbécil, pero creo que te gusta.
—No —negó demasiado rápido y su hermana sonrió.
—¿Cómo describirías el beso?
—M@lditamente caliente —musitó a regañadientes. Estaba molesta con Kassio, pero no era ninguna mentirosa. Él sí que sabía cómo besar. Si se concentraba, todavía podía sentir sus labios sobre los suyos, y todo su cuerpo respondía en consecuencia.
—¿Y te gustaría que vuelva a suceder?
—No, para nada.
Su hermana la miró incrédula y soltó una carcajada.
Sí, Sienna tampoco se lo creía.