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Capítulo 11: Pequeña descarada

Sienna tenía ganas de darse una patada en el traser0. Sin querer, había revelado más de lo necesario. Kassio no necesitaba saber que nunca nadie la había besado como él. Ahora probablemente estaría pensando que lo único que había hecho en los últimos días era soñar con aquel momento en el estacionamiento… lo cual era cierto, pero, otra vez, él no necesitaba saberlo.

Kassio la tomó de la muñeca cuando ella intentó apartarse y la atrajo hacia sí. Sus cuerpos se estrellaron y, de repente, fue demasiado consciente de su cercanía. Un escalofrío recorrió su columna cuando él colocó la otra mano en su espalda baja y comenzó a hacer movimientos circulares con el pulgar.

Se ordenó respirar, pero esa resultó ser una mala idea. La fragancia de Kassio la envolvió y, por un instante, se olvidó de lo que habían estado hablando mientras se imaginaba recostando la cabeza en su pecho. Entonces, recupero un poco de sentido común e intentó escapar de su agarre.

—¿Qué demonios estás haciendo ahora? —siseó.

—Eres hermosa.

No, señor, esta vez él no la iba a distraer.

No tenía interés en ser utilizada y luego desechada. Las relaciones de una noche no iban con ella y Kassio se veía como el tipo de hombre que saldría corriendo en sentido contrario una vez que obtuviera lo que quisiera. Ya le había permitido jugar demasiado con su mente.

—¿Este es tu modus operandi? Encuentras a una mujer a la que quieres llevarte a la cama y empiezas con tus juegos mentales hasta que ceda a ti. ¿Eso ayuda a que no te sientas mal cuando las abandonas al día siguiente? Bueno, no va a funcionarte esta vez, así que deja de intentar confundirme con besos y palabras bonitas —puso los ojos en blanco—. Ese truco está demasiado trillado.

—No era eso…

—No gastes saliva. Preferiría irme a la cama con el primer tipo que pase delante de mí justo ahora antes que contigo. Y deberías hacer lo mismo. Ya sabes, conseguir a alguien con quien rascarte la picazón. Quizás tu carácter se suavice un poco y, mejor aún, dejarías de atormentarme. —Aprovechó que lo había tomado por sorpresa para escapar de su agarre antes de que volviera a caer bajo sus encantos—. Que tengas un buen viaje, gruñón.

Kassio la observó desaparecer, asimilando lo que acababa de pasar, y luego soltó una carcajada.

—Pequeña descarada —musitó sacudiendo la cabeza. Nunca antes alguien se había mostrado tan directa al rechazarlo. Ni siquiera recordaba cuándo había sido rechazado de cualquier manera.

No entendía que es lo que le sucedía cada vez que estaba cerca de ella y porque la deseaba con tanta intensidad. Quizás era producto de la abstinencia, había pasado un tiempo desde que se había ido a la cama con una mujer. Consideró seguir su consejo y buscar una mujer al azar para saciar sus deseos, así podría volver a la normalidad.

El rechazo de Sienna debería haberlo puesto de mal humor, en especial porque llegó a casa necesitando una ducha helada. Pero incluso al día siguiente, mientras entraba al trabajo, no pudo evitar que una leve sonrisa curvara sus labios al recordar a Sienna mandándolo a freír espárragos.

—¿Asumo que la reunión con Raoul fue bien? Te ves bastante contento. —Domenico lo abordó en cuanto salió del ascensor.

—Debe contactarnos está mañana para darnos una respuesta —dijo, sin sacar a su amigo de su error—. Necesito hablar contigo sobre algo. Acompáñame a mi oficina.

—¡Hermanito! Es bueno verte de regreso.

Kassio se tensó al escuchar la voz de su hermano, pero se las arregló para lucir indiferente. Después de lo que había descubierto en la reunión con Raoul tenía ganas de darle una paliza hasta descubrir si era realmente él quien había intentado sabotearlo.

—En la oficina soy Kassio o señor Volkov, como prefieras. —Estaba comenzando a cansarse de sus cosas

—Hoy no te levantaste con el pie derecho —comentó su hermano recuperando su sonrisa.

—¿Necesitas algo? Domenico y yo tenemos trabajo que hacer. Y tú también debes estar muy ocupado.

—De hecho, si hay algo que me gustaría hablar contigo, a solas.

—Vamos a mi oficina —dijo y miró a Domenico—. Te llamaré en cuanto me desocupe.

—Sí, jefe.

Al entrar a su oficina, su hermano se dirigió directo hasta la silla de Kassio y se sentó como si fuera su lugar.

—¿Qué opinas? —preguntó, subiendo los pies encima del escritorio—. Me veo bien aquí, ¿verdad?

Kassio conocía muy bien a su hermano y sabía que solo estaba tratando de provocarlo, pero ese tipo de trucos no funcionaban con él.

—¿Qué es lo que necesitas? —preguntó, colgando su saco en el perchero cerca de su escritorio.

—Escuché que ayer te reuniste con Fabbiani. Me sorprendió saber que lo viste a solas. Era una reunión en la que me habría gustado participar y debería haber estado presente.

Kassio no tenía por qué darle explicaciones a su hermano de porque no lo había contactado.

—¿Eso es todo?

Su hermano dejó de verse como el jovencito engreído por un instante y lo miró con molestia.

—Si se vuelve a repetir, tendré que avisarle a mi mamá. Ella no estará muy contenta.

Kassio se acercó a su hermano y empujó sus pies fuera de su escritorio. Luego se sentó al filo del escritorio y apoyó las manos a los lados.

—Ya no eres un niño, pero no puedes hacer nada por tu cuenta. —Se inclinó hasta que su rostro quedó cerca del de su hermano y esbozó una sonrisa desdeñosa—. Me preguntaste como te ves en esa silla. Déjame responderte. Pareces un niño jugando a ser adulto. Te falta los cojones y la madurez para dirigir este lugar.

—¡Imbécil!

Kassio enderezó la espalda y se cruzó de brazos.

—Si has terminado, es hora de que salgas de aquí.

Su hermano se levantó con el rostro lleno de furia y se marchó. Sabía que no quedaría así, debía esperar recibir alguna noticia de su madrastra antes del final del día. Agarró su teléfono y marcó la extensión que lo comunicaba con la oficina de Domenico.

—A mi oficina, ahora —ordenó.

Kassio se acercó a la ventana y se perdió en sus pensamientos hasta que llamaron a su puerta.

—Adelante —indicó.

Domenico entró y se sentó frente a él.

—¿Qué sucede?

—A partir de ahora, solo tú y yo manejaremos los contratos más relevantes. También mantendremos a Maxim vigilado. Si lo ves actuar sospechoso en algún momento, me lo dirás.

—¿Qué fue lo que hizo esta vez?

—Intentó arruinar los negocios con Raoul Fabbiani —dijo y le explicó lo que él le había contado.

—¡Demonios! Eso está jodido. ¿Estás seguro de que fue él?

—No lo sé, pero es mi único sospechoso por el momento.

—De ser él, es un movimiento bastante estúpido. Si perdemos el contrato con Raoul, nos costaría algunos cientos de miles. Eso quiere decir que también afectaría su bolsillo.

—Pero lograría desacreditarme frente a la junta y convencerlos de destituirme. No es que su madre necesite motivación.

Domenico soltó un resoplido.

—Estaré atento y te informaré si descubro algo.

—Gracias.

—Entonces, ¿me piensas decir porque estabas de buen humor hace un rato? Ya sé que no es por el contrato con Raoul.

—¿No tienes algo que hacer aparte de husmear en mi vida?

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