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9

No pensé, solo lo besé.

Me aferre a su boca como un recién nacido al pecho de su madre.

Abracé su cuello al notar que no me apartó de él, y lo acorralé contra la puerta.

Metí mi lengua en su boca y busqué con desesperación la suya, pero me llevé una gran sorpresa y es que caí en cuentas de que no estaba haciendo nada, de que solo yo estaba moviendo mis labios y que su boca estaba entre abierta, no tenía sus manos tocándome y tampoco acariciaba mi lengua con la suya.

Un papelón, completamente avergonzada porque no correspondía mi beso.

Todo esto habrá pasado en una fracción de segundos, porque cuando quise ser consciente de el lío en el que me había metido al actuar sin su consentimiento al atreverme a besarlo, llevó su mano a mi cabello y de manera brusca hala mi cabeza hacia atrás, obligándome a mirarlo a los ojos.

Sus labios hinchados, sus ojos profundos como la noche negra. Sus manos que ejercían más fuerza y tiraban mis cabellos del cuero cabelludo haciéndome gemir del dolor que me provocaba, pero a su vez me generaba placer.

—Sos muy irrespetuosa —su voz rompe el silencio.

—Y ¿qué? —lo desafío divertida, y para mi sorpresa, coloca su mano libre en mi cuello y obligándome a caminar hacia atrás, casi atropellándome, nos encierra en el archivero y allí arroja todo lo que hay sobre una mesa, y me sienta en ella.

Todos mis sentidos están sensibles a su sola presencia.

—Abrí las piernas —me ordena, y deseosa hago lo que me pide, pero me tomo otro atrevimiento y ese es el cruzarlas alrededor de sus caderas, lo que hace que mi humedad haga contacto y moje con su zona genital cubierta por la fina tela de etiqueta.

Echa mi cabeza hacia atrás, y creyendo que va a besarme, muerde con intensidad mi mentón, lo que hace que me queje del dolor.

Este hombre es muy agresivo, y me gusta.

Apoyo mis codos a la mesa y dejó caer mi cabeza hacia atrás, luego cierro mis ojos y ofreciéndole mi cuerpo para que haga con él lo que desea.

Me quedo unos segundos esperando a que me tome, pero no lo hace y justo en ese momento en el que abro mis ojos, lo escucho ordenarme.

—Vas mirarme hasta que exija que dejes de hacerlo.

Acato con una sonrisa pegada a mi rostro y desde mi posición lo observo moverse por el espacio estrecho.

Se dirige a ese mueble negro donde había encontrado aquel Contrato de Posesión y lo abre, después supongo que saca algo porque me da la espalda y no puedo verlo.

No puedo con la ansiedad que me carcome y pregunto:

—¿Qué me vas a hacer?

No responde a mi pregunta y solo lo escucho sacar una cadena de esa caja, al parecer de algún material metálico.

Una vez que tiene en sus manos lo que necesita, se gira para quedar de frente, eleva su mano y la gira dejando la palma hacia abajo y veo caer hasta quedar suspendidas, dos cadenitas cuyo extremo había unos broches.

Me estremezco al identificar de qué se trata y no puedo evitar contraer mis músculos internos ante su intensa mirada y pícara leve sonrisa.

—¿Sabés qué es esto? —me pregunta acercándose hasta donde espero por él y asiento mordiéndome el labio.

—Pinzas para los pezones —respondo con total seguridad, aunque no me puedo imaginar para qué servirán las otras.

Por un momento pienso que es una para cada uno y sonrío al sentir sus dedos buscar los botones de mi camisa los que deshace del ojal que los mantiene firmes y evita que se separe la tela.

Cuando abre en dos la seda fría de la camisa, veo como sus ojos se abren un poco más y sus cejas se elevan milimetramente que puedo notar muy bien.

—Naranja —alude al encaje de mi sostén y asiento ¿Qué tiene de malo? ¿Enserio se sorprendió por el color?

—Es un color que resalta el tono de mi piel —comento sintiéndome un plato apetitoso a punto de ser devorado con necesidad y deseo.

Pasa por alto mi comentario y debo admitir que eso me molesta, pero de todos modos no digo nada, solo me dejo llevar.

Creo que me lo va a desabrochar e incluso que me lo va a arrancar, sin embargo, no lo hace.

Lo levanta hacia arriba hasta que liberar mis pechos, los que alaga de inmediato.

—Una belleza. —Deja una de las cadenas a un costado y la otra la hace pasear por mi abdomen.

—¡Dios! —exclamo cerrando mis ojos y echando mi cabeza hacia atrás.

Esta acción me va a costar caro, porque él em dio una única orden y esa fue la de no dejar de mirarlo y la he incumplido.

Como era de suponer, mete su mano por detrás de mi cuello y lo encierra, obligándome a mirarlo.

—Una falta más, y no quiero estar en su lugar, señorita Cohen —advierte fijando sus intensos y amenazantes ojos negros en mi rostro.

Pienso en volver a desafiarlo, pero siento que lo necesito como una droga, por lo que acato sin quejas.

Siento el frío material sobre mi vientre y eso hace que me estremezca.

Lo pasea por toda mi piel y cuando hacen contacto con mis pezones abro mi boca dejando escapar un jadeo y luego me muerdo el labio inferior y trato de mantener mi mirada fija en él.

—Se pone duro —dice relamiéndose los labios y sin dejar de prestarles atención. —Veamos —menciona y observo en detalle como toma uno de los broches y lo abre cerca de aquel pedazo de carne, luego lo cierra en el pezón haciendo que pierda mi equilibrio postural y se me aflojen las piernas.

—¡Ay! Qué placer —exclamo mordiendo con fuerza mis labios y estremeciéndome ante el contacto del acero quirúrgico y mi carne.

Toma el otro broche y hace lo mismo, lo que me deja en claro que ambos son para mí y no para él.

Enreda las cadenas en sus dedos de cada mano y esa acción hace que mis pezones se estiren y eso me produzca sensaciones electrizantes recorriendo todo mi cuerpo.

De vez en cuando, tira en varias direcciones, lo que hace que me sobresalte, pero que aun así no pueda dejar de mirarlo a los ojos.

Su mirada me desnuda, me posee con brutalidad y yo sigo sin cree que esto es real, pero lo es. Sí que lo es.

Luego de jugar un buen rato y hacerme pegar unos grititos de dolor, deja caer las cadenas en mi vientre para dedicar tiempo a esa parte de mí que lo anhela de manera exacerbada.

Sube mi falda hasta la altura de mi cintura y hace algo que no espero y que agradezco a los dioses y todos los santos por estar viéndolo en primera persona.

Lo veo inclinarse ante mí y meter su nariz en medio de mis piernas e inhalar con fuerza.

Debo admitir que esa acción me incomoda. Tengo un tema con los lores y soy excesivamente jodida con eso. La higiene íntima, más que anda, es algo a lo que le dedico mayor atención, y pese que el olor a fluidos, para muchos suele ser algo exquisito e embriagador, debo admitir que cuando estoy haciendo sexo oral, suelo inhibir ese sentido. Una manía que tengo; pero que a él parece fascinarle, porque he perdido la cuenta de cuántas veces ha inhalado.

De momento a otro siento sus manos apoyadas en mis muslos internos y deslizarlas hacia dentro y hacia afuera. Llevando mi cordura al límite.

—Me trastornas, Sebastián —le digo y esto hace que se detenga y se vuelva a incorporar.

—Te lo advertí.

Por supuesto, sus reglas.

—Perdón, señor —me limito a decir pensando que eso es lo que espera escuchar, y su respuesta me deja al borde del infarto.

Libera mis pezones de esas agarraderas y dice con voz firme —: Tu castigo, por no obedecerme, será no tenerme.

Me da la espalda llevándose consigo el juguete sexual para luego de cerrar con llave el archivero y retirarse del espacio donde estamos, no sin antes dejarme en claro una cosa:

—Tiene un minuto para vestirse; terminó por el día de hoy.

Me deja sin palabras, abierta de piernas, con la libido en la estratósfera y una necesidad vital de arder en el infierno.

Otra vez este maldito auto. Juro que en cualquier momento le tiro un bidón de nafta y lo hago arder.

—¡Mierdaaaaa! —vocifero con ojos cerrados y aferrándome al volante en medio de la avenida y con cientos de autos tocando bocina para que avance.

—¡Dale, pelotuda! —me grita un tipo de unos cuarenta y tantos a dos autos de distancia, yo saco mi mano por la ventana y le muestro mi dedo de en medio.

—¡Ey, mamita ¿querés que te de una mano?! —me dice un motoquero de junto y aunque debo admitir que está re fuerte, estoy tan enojada y excitada por lo que me hizo Sebastián que no doy atención a sus palabras y subo la ventanilla y vuelvo a intentar arrancarlo, pero no había caso, no anda.

De momento a otro, veo que el transito avanza y todos los que estaba estacionados y esperando a pasar y no los dejaba continuaron su rumbo, y de paso un par de puteadas me dieron, pero a todos les mostré mi dedo corazón.

Me decido a bajar del vehículo y a llamar a la grúa, no me queda más que remolcarlo y tomar un taxi. Para mi suerte, la jornada laboral había terminado y no tenía apuro en llegar a casa. Además, hoy no cursaba y solo quería terminar este caso para que el señor Vega me de el visto bueno.

Tras la llamada, me siento en el cordón a esperar a que llegue el vehículo, entre tanto hablo por mensaje de whatsapp con Ana.

Ana 15:30:34

¿Enserio te quedaste varada? (Emoji de carcajada)

Yo 15:30:55

No te rías, tonta que encima hace mucho calor y me estoy cocinando. La grúa no llega más y ya quiero llegar a casa.

Ana 15:30:59

Bueno, perdón. Por otro lado, quiero saber si cuento con vos para el cumpleaños de Mauro.

Yo 15:58:18

Perdón por responderte ahora, amiga, estaba con el tema del auto. Estoy yendo a casa en taxi, ¿Venis?

Ana 15:59:00

Si, avísame cuando llegues así salgo.

Durante el viaje, que no duraba más de 20 minutos me quedé pensando en lo ocurrido con Sebastián y tampoco podía dejar de sentir incomodidad y dolor en mis senos por culpa de esos broches, me quedaron sensibles los pezones, pero no puedo evitar que he disfrutado lo que me ha hecho, aunque muero por saber cómo íbamos a continuar.

De pronto, mi mente me lleva al momento en el que lo besé. Ese momento imperfecto en el que posé mis labios sobre los suyos y que moviendo mi lengua intenté buscar una respuesta positiva de su parte, sin embargo, no sucedió lo que yo esperaba.

Quería que me bese, deseaba tanto que lo hiciera que no fue suficiente lo que hizo.

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