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Acaso sabía en lo que me estaba metiendo? Evidentemente no, pero no podía dejar de pensar en la idea de ser la sumisa de un hombre como Sebastián. Además, por algo me hizo ver sus videos ¿no? No lo sé, pero algo me dice que tiene perversas intenciones conmigo y yo pretendo aprovecharme de eso.

Hace caso omiso a mis palabras, y sigue subiendo sus caricias hasta llegar a la cara interna por debajo de la falda y de manera inconsciente me abro para él.

Apoyo mis manos sobre el escritorio y echo mis glúteos hacia atrás, le doy más espacio y lo invito a hacerme lo que desee, pero de momento a otro dejo de sentir sus manos y lo que escucho a continuación, son sus pasos alejándose de mí.

De inmediato me doy cuenta de que se ha ido, cuando el estruendo de la puerta me hace despertar de la ensoñación en la que estoy sumida.

Me mantengo en la misma posición, peri giro mi cabeza para asegurarme que, efectivamente, me ha dejado: sola y excitada.

Molesta y avergonzada me acomodo la falda y como no tengo permitido salir de la oficina a no ser que sea por causa urgente, me dispongo a trabajar en el caso, hasta que de pronto, él regresa, pero puedo notar que nunca se ha ido, sino que estaba en la habitación de archivos y sin dedicarme la mirada, me arroja una carpeta negra sobre el escritorio.

—¿Qué es esto? —pregunto sin siquiera tomarlo, pero él no dice nada simplemente se sienta en su escritorio y empieza a teclear. Yo vuelvo a insistir y cometo el peor error de mi vida; llamarlo por su nombre de pila —: Sebastián.

No lo hice adrede. Simplemente creí que tras la cercanía que había tenido y mi solicitud habíamos logrado acercarnos un poco más, y comenzar a tutearnos, pero estúpida soy porque me deja claro mi lugar en el estudio y lo hace de una manera tan humillante que me deja sin palabras.

—¿Sebastián? —repite frunciendo el ceño y se pone de pie, luego camina hasta quedar nuevamente frente a mí, lo que hace que de inmediato me ponga de pie y cuando quiero expresar mis disculpas; era evidente su desagrado al nombrarlo con tanta familiaridad, pero no me lo permite y sentencia —: Hablas cuando te lo ordeno. No te doy la confianza para llamarme por mi nombre. Creo que no vas a servir de sumisa si no sabes respetar el lugar que te toca: de rodillas y a mis pies. —Sus palabras me hieren, pero me guardo para mí todos los insultos que deseo gritarle. Él pasa por alto mi expresión de incomodidad y descontento y sigue hablando—: Si lo que quieres es ser una de mis perras, deberás acatar tres reglas actitudinales y fundamentales que no debes olvidar:

No puedes tutearme.

Hablas solo si te lo ordeno.

No puedes mirarme a los ojos a no ser que lo solicite.

¿Pero qué le pasa? ¿Acaso quiere una esclava? No, mejor dicho ¿quiero ser yo una esclava de un tipo como este que se cree el Dios supremo como para ordenarme hablar o levantar la cabeza.

Molesta por sus reglas más que por la manera en la que me dio mi lugar, es que me niego a ser un pedazo de carne con el que sacie su hambre, una muñeca con la que alimente su necesidad de sexo.

Me impongo ante sus estúpidas órdenes y mirándolo como desafiándolo es que le dejo en calor una cosa.

—Yo no soy perra ni suya, ni de nadie, para empezar y . . .

—Y no me importa lo que digas —concluyó interrumpiéndome, luego me dio la espalda y se retiró hacia su escritorio donde las próximas 3 horas y hasta el fin de la jornada, no me dirigió la palabra.

Mientras observaba los videos iba tomando nota de lo que podría usar para la defensa que debía presentarle.

De vez en cuando, abría la otra ventana donde tenía ese video de él con la rubia y aunque duraba solo 30 minutos, repetía una escena en particular que me trastornaba la cabeza.

Se trataba de una donde estaba la chica atada. Sus rodillas flexionadas con piernas cruzada y amarradas en varias ataduras, a las que se le sumaban los brazos, cuyas muñecas se inmovilizaron con la misma soga que además, terminaba con tres vueltas en su cuello, un nudo y el sobrante lo tenía él amarrado a su muñeca.

Estaba completamente abierta a él quien además de darle sin piedad por su parte trasera, mantenía fijo un vibrador de mano y por el sonido, que se mezclaba con la queja de la chica que además estaba amorzada y no podía expresar a viva voz en gemidos todo lo que le estaba haciendo Sebastián.

La manera en la que entraba y salía de ella me provocaba envidia y deseo. Deseo de ser tratada de la misma forma. De que me trate del mismo modo en el que lo hacía con ella y con cada una de las mujeres que participaban en lo que ya conocía se llamaban sesiones.

Me olvido de que él esta dentro de las mismas cuatro paredes en las que estoy yo y recargo mi mentón en mi mano para deleitarme con las poses sexuales que calentaban más que mi pantalla.

Podía sentir como el jugo de lo más hondo de mi cuerpo comenzaba a humedecer mi tanga y me remuevo en mi asiento buscando aquella fricción que me lleva a las estrellas pero que me deja con necesidad de más.

La temperatura sube y comienzo a sentir calor.

En ese momento veo que él se levanta y se marcha por lo que aprovecho para relajarme.

No sé donde se habrá ido, pero se llevó consigo su maletín e infiero que se retiró y mirando que solo faltaba 20 minutos para terminar la jornada es que me aseguré de que definitivamente se va.

Como debía permanecer hasta la hora de retiro, y ya terminé el esquema de mi defensa, decido hacer algo peligroso, aun sabiendo que puede regresar porque se le olvidó algo y encontrarme en estas circunstancias me sería difícil explicar. Aun así, me arriesgo y decido tocarme.

Desplazo la silla hacía atrás, me siento en el borde, acomodo mis piernas en cada apoya brazos y tras reiniciar el video en la parte donde comienza “la acción” es que empiezo a acariciarme, luego de correr a un costado la empapada tela del tanga.

Cada vez que él hunde los dedos en la mujer, yo hago lo mismo y me dejo llevar por la fantasía de que es él quién penetra mi carne con esa misma brutalidad con la que posee el cuerpo de esa rubia despampanante.

Echo mi cabeza hacia atrás para darle paso a una gran bocanada de oxigeno que necesito para no ahogarme conteniendo los gritos que quiero y necesito pegar.

Comienzo a sentir como mis músculos se tensan, y al compás de los alaridos de placer de la chica es que me dejo llevar en los movimientos de mis dedos que, tras golpear tres veces la palma de mi mano con mi monte de venus, llego al más ansiado orgasmo que me deja desarmada y con los ojos cerrados recargada en el respaldo del asiento y con mis partes empapadas expuestas.

Me abre quedado unos segundos que parecieron eternos, hasta que algo perturbó mi tranquilidad sobresaltándome y deseando desaparecer de la fase de la tierra.

Se apagó de golpe la computadora.

Más bien, él la desenchufó sin previo aviso.

—¡¿Qué se supone que está haciendo, señorita Cohen?!

Su grito me trae a la realidad y como estúpida pierdo el equilibrio y caigo al suelo, y aunque otro en su lugar me ayudaría a levantarme, él solo se, queda de pie y yo no quiero levantarme del suelo, pero él pide por mí y aunque me muero de vergüenza a que me vea en estas fachas, debo acatar lo que dice.

—¿Piensa dejarme esperando por mucho tiempo? —inquiere e intuyo que está muy molesto.

Incómoda me incorporo y tras arreglarme la falda, no quiero verlo a los ojos pero él me da la orden, clara y fuerte:

—¡Levanta la vista; mírame cuando te hablo!

Acató de inmediato y me sorprendo ante su imagen, para nada impoluta como la que suele llevar.

Tenía los botones del cuello desabrochados y desalineada la corbata. A su vez, podía identificar esa mirada de cazador, acechando la presa que tiene enfrente, es decir, a mí.

—¿Qué estás haciendo? —pregunta mirándome de arriba abajo y yo siento deseos de llorar.

Me siento humillada por como me mira y solo quiero salir huyendo, sin embargo, lo que hace me deja trastornada. Toma mi mano, esa con la que estaba jugando hace minutos atrás y sin dejar de mirarme de manera perversa, se la lleva a la nariz y huele mis dedos.

Esa actitud, me da morbo, pero también me provoca pena, vergüenza, e incluso degradación. Creo que se está burlando de mí y no se lo voy a permitir.

—Pero que . . . ¡Ay!

no me deja decir nada, porque enseguida me los muerde y aunque quiero zafarme, no me deja.

—¡Déjeme! —exijo, aunque me lado perverso desea que muerda mucho más que mis dedos.

—¿No querías ser una de esas mujeres? Entregarte a mi voluntad, para hacer de ti todo lo que no puedas imaginarte.

Su mirada me provoca y no soy capaz de resistir.

Quiero arrojarme a sus brazos para devorar sus labios, pero recuerdo sus palabras y no intento hacer nada estúpido.

Vuelvo a su pregunta.

¿De verdad quiero ser tratada como un objeto sexual? ¿De verdad quiero que pisotee mi dignidad haciéndome tantas cosas que sé que voy a disfrutar? ¿y será que a mí también me va a compartir con otros hombres, con otras mujeres como he visto en algunos videos?

Pienso en todo lo que puedo conocer a través de él y ya vuelvo a mojarme.

—No me gusta esperar —recalca y saca su lengua para pasarla por ambos dedos y hacer gestos lascivos con la misma.

—No sé —musitó sin fuerzas y automáticamente, me suelta lo que me deja aturdida y confundida.

—Es sencillo. Sí o no —espera una respuesta que no puedo darle y se encoge de hombros, luego añade—: Es una pena, es una delicia —habla haciendo referencia a mis fluidos que bebió de mis falanges.

Se comporta como si nada de lo que acaba de pasar le hubiera afectado, y vuelve a darme la espalda para retirarse y no sé de donde saco valor que me apresuro hasta llegar donde él y tras gritarle que “Sí, quiero” él se gira bruscamente y lo tomo del rostro para sorprenderlo con un beso.

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