




7
—¿Qué? … ¿Qué? Eh.., eh…, ¿Qué? ¿Qué?
Como una tonta me volví repetitiva y es que en mi vida me hubiera esperado que me diera un video…, perdón, cientos de videos en los que está teniendo relaciones sexuales con cuantas mujeres y entre ellas, conocidas del medio televisivo que me ha dejado realmente impactada.
Me quedé sin voz, solo comencé a sentir incomodidad de su cercanía y el hecho de no decirme él nada también hacía que quiera salir corriendo del lugar.
El aire se cortaba con una tijera. Las manos me sudaban, el oxigeno se hacía cada vez más inexistente y me sentía asfixiada.
Cuando ya no puedo verlo, bajo la mirada y empiezo a hacer como que busco algo sobre el escritorio como para darle impresión de que quiero trabajar y que necesito algo de distancia, pero a él parece no importarle, y no se mueve.
—¿No va a decir nada? —inquiere y yo no soy capaz de levantar la cabeza. Me siento intimidada. Él sigue hablando—: Le estoy dando la posibilidad para que pueda expresarse al respecto, pero no dice nada, y eso es una falta de respeto hacia mi persona —menciona algo ofendido y es cuando me atrevo a mirarlo a los ojos.
—Discúlpeme, pero ¿qué espera que le diga? —Me pongo de pie y no sé de donde tomo valor para solicitarle explicaciones —: Pero si las espera, quiero saber ¿por qué me hizo mirar horas y horas de videos pornográficos suyos?
Él apoya sus manos a cada lado de su cuerpo y echa su cuerpo hacia atrás y con una expresión que inquiero, de divertimento, se dispone a responderme.
—Veo que vio varios. ¿Y bien? —pregunta y espera una respuesta de mi parte que demora en llegar.
Mis neuronas no conectan.
Inhalo fuertemente una gran bocanada de oxígeno y exhalo otra de dióxido de carbono lo cual suena más a jadeo que a otra cosa lo que hace que él eleve una de sus cejas…, ¿sorprendido? Quizás.
—Por favor, déjeme; debo ir al baño—. Quiero pasar, pero no me lo permite porque levanta su pierna izquierda y me siento acorralada, entre su miembro y la silla.
En ese momento veo que se incorpora, pero invadiendo mi espacio personal lo que provoca que mi corazón comience a acelerar sus latidos y ante su cercanía que acortaba nuestra distancia cada vez que daba un paso, y los nervios que me estaban desquiciando, termine por pegar mi espalda a la pared.
Una parte de mí, ahora que sabía que aquel hombre que hacía maravillas en la cama, se trataba de él, quería poder experimentar todas esas sensaciones placenteras que llevaban a esas mujeres a disfrutar de un orgasmo de otro planeta y si, quería poder ser tratada de la misma forma: una perra abnegada a los deseos de su amo.
Pero mi otra parte, esa que no toleraba este tipo de actitudes machistas y soberbias, me pedía a gritos que le de un rodillazo en las pelotas, que defienda mi dignidad y que lo denuncie ante las cámaras y le demuestre al mundo que Sebastián Vega no es otro más que un desgraciado que acosa a sus pasantes.
«Es un sueño, boluda», se burla mi consciencia y le hago caso. Pienso que estoy dormida por lo que cierro con fuerza mis ojos y empiezo a pellizcarme uno de mis brazos, para que el dolor me haga despertar y vea que aun sigo en mi cama.
—Toleras el dolor, me gusta —menciona y siento que mis piernas tiemblan. Abro mis ojos y observo que nada a cambiado por lo que efectivamente estoy despierta.
Cuando abro mis ojos y lo noto a centímetros de mi rostro, infiero que va a besarme y como tarada los vuelvo a cerrar, hago trompita con mis labios esperando ansiosa a que devore mi boca, pero no ocurre nada.
—Señorita Cohen, este es el verdadero pendrive. Tiene plazo hasta mañana para terminar la defensa.
Me sobresalto al darme cuenta de que solo se estaba burlando de mi y que yo caí en su juego como una tarada, por lo que solo quería que se abra la tierra, me trague y me escupa en algún lugar con agua helada para enfriar la calentura que me dejó.
—Perfecto —dije de muy mala manera y tomé el pendrive de encima de mi escritorio y me puse a trabajar.
Durante gran parte de la jornada no volvió a mirarme y yo tampoco quería hacerlo, pero debo admitir que no podía dejar de pensar en lo que hizo y la curiosidad me venció cuando al verlo salir de la oficina, cambié el pendrive y abrí uno de los videos de él donde tiene sexo violento y salvaje con una rubia que, no tendría ningún pudor de meterme entre sus piernas.
Me pongo los auriculares inalámbricos y recargo el uno de mis brazos en el escritorio, apoyo mi mentón en mi mano y me deleito con las vistas.
La manera en la que poseía a la mujer me hacía sentir cosquillas en todo mi cuerpo.
Como la agarraba de los pelos para echar su cabeza hacia atrás, cómo mordía su cuello con fuerza, que le dejaba marcados sus dientes y cómo, aunque su rostro estaba cubierto por el látex negro de una máscara, puedo identificar ese lunar sexi en la comisura de sus labios. Entonces pongo atención en sus manos, en su dedo de en medio e identifico un pequeño circulo, de color negro con dos puntos en el centro, uno negro y otro rojo que me hace preguntarme si a lo mejor estos videos, y ese simbolo tiene que ver con alguna orden a la que pertenece. No sé, alguna secta y no puedo evitar sentir miedo y desesperación en el momento en el que ingresa a la oficina nuevamente y desde la puerta me mira y creo leer en sus ojos que me ha descubierto y solo pienso en escapar, sin embargo, no sé por qué, digo dos palabras que me vuelven a hundir.
—Su tatuaje.
Me cubro y enseguida arranco el aparato de la computadora, lo dejo sobre el escritorio, me pongo de pie, recojo de un solo movimiento todo lo que hay encima, carpetas y demás, y me atrevo a retirarme, pero él no se mueve de la puerta y me arrebata de las manos lo que tengo y lo arroja a su escritorio sin inmutarse en lo más mínimo cuando las hojas se desparramaron en el suelo y con seguridad me habla.
—La curiosidad siempre mata al gato, señorita Cohen, y a las perras que no pueden acatar las órdenes de sus amos, deben ser castigadas.
¿Acaso me estaba diciendo perra?
Debería estar ofendida, porque claramente me estoy haciendo cargo de sus palabras, pero no puedo evitar respeirar con dificultad por lo exitada que me ha dejado oírlo, sin embargo, intento que no se de cuenta y en vano, finjo estar enojada.
—¿Perdón?
Camina hacia mí, al mismo tiempo que yo lo hago hacia atrás, queriendo escapar de su agarre, pero a la vez ir corriendo hacia él nuevamente y aferrarme a su cuerpo para besarlo con pasión y necesidad.
Cuando mi cuerpo choca contra un mueble, y él ya se encuentra a escasos centímetros de mí, me giro sobre mis pies, sin saber por qué, y delante de mi ojos veo algo que me conecta a lo sucedido un día antes y lo relaciono con sus palabras.
—Contrato de posesión.
Siento como su cuerpo se pega contra el mío y me deja sentir su dureza, lo que hace que mi cabeza se eche hacia atrás, y él meta sus manos por debajo de mi falta, y luego susurre, completamente entregada —: Hágame lo mismo que a ellas.