Read with BonusRead with Bonus

6

Y, ¿qué tal?, ¿cómo te fue con tu bombón? —me pregunta Ana tan pronto llegue al salón y me senté a su lado.

Estaba agotada.

Yo sabía que estar en el mismo sitio que Sebastián Vega iba a ser complicado, pero sinceramente no imaginé que sería un imbécil.

No puedo negar que su presencia me pone a pensar en cosas sucias. ¡Vamos, no soy de hielo! Pero su trato despectivo es algo con lo que no puedo lidiar. Se cree que por ser exitoso en lo que hace, puede menospreciar a quienes apenas estamos comenzando en esta hermosa carrera.

De primeras, no respondo a la pregunta de mi amiga, sin embargo, me dejo caer en el asiento de junto, echo mi cabeza hacia atrás y cierro mis ojos. Estoy agotada.

Ante mi silencio, insiste, pero lo hace en un tono burlesco, lo que provoca que abra mis ojos y me detenga a mirarla.

—¿Qué es lo chistoso? —inquiere desganada.

—Y, no se. Creí que vendrías eufórica. Que me contarías que «el abogado más sexi del planeta» —imita mi voz; ruedo mis ojos —, te vio con esos ojos marrones, te arranco la bombacha y te dio duro encima del escritorio.

Hice gestos igual de chistosos que ella, luego me incorporé, al mismo tiempo en el que él profesor Gutierrez ingresaba al salón.

—No paso nada de eso. Y si, será sexi y todo, pero es un idiota. ¿Podes creer que además de ser egocéntrico, arrogante, con aires de superioridad, es un desalmado?

—Pero eso ya lo sabias —me recuerda, y si yo ya sabía que es así, pero la falta de educación no la tolero, y sé que debí haber llegado más temprano a la oficina, pero no fueron mi culpa los piqueteros, ni que la idiota de la recepcionista me pusiera a llenar una ficha, ni mucho menos que él me haya dejado golpeando la puerta sin que me diera permiso a ingresar.

—Si, pero ¿Podes creer que ni siquiera fue capaz de saludarme? Y además, me hizo ver un video, supuestamente de un caso, de Bdsm —lo ojos de Ana estaban desorbitados de lo sorprendida que la deje.

—¿Ahí?, ¿delante suyo? —asiento mordiéndome el labio y sin sorprenderme, vuelvo a experimentar en el cuerpo lo de esta tarde—. ¡WAO! Para serte sincera, estuvo más que interesante tu primer día. De echo, hasta envidia me das.

Me sorprende escucharla hablar así.

Ana y yo somos totalmente opuestas.

Mientras a ella le gusta la monotonía, a mi me encanta experimentar.

Ana es una mujer que disfruta del sexo tradicional con su pareja y que jamás le ha sido infiel ni con el pensamiento.

En cuanto a los fetiches, ella era bastante básica. No así como yo, que, aunque llegué al uso de objetos para mi autosatisfacción y la asfixia auto erótica, no he encontrado a nadie que me haga experimentar todo aquello que he visto y leído en los libros para adultos.

Prácticas como el bondage, la sumisión y dominación. El uso de aparatos electro estimulantes, son cosas que provocan en mí el morbo. Sin embargo, mi amiga no ha incluido ni un sex toys a sus juegos con Mauro, y como le digo siempre: «llega un momento en que la monotonía termina siendo lo que desgasta la pareja. Tenes que innovar y probar cosas nuevas. Una vida sin el verdadero placer sexual, no es vida».

No negare que lo que he visto en ese video me provocó un deseo incontrolable por empezar a vivir todos estos fetiches, pero también me pareció fuera de lugar que haya hecho eso en el primer día como pasante.

—Yo creo que lo hizo adrede —admití, en lo que sacaba una lapicera para copiar todo aquello que el profesor escriba en el pizarrón.

—¿Eso crees? —asiento con total seguridad, y le explico por qué.

—Mira, yo pienso que me hizo eso por llegar tarde y por ese afán de tener que llamarlo señor, si quiero dirigirme a su persona. Tiene el ego demasiado alto. Es un imbécil —concluyo molesta.

—¿Te parece? Creo que te lo estás tomando demasiado personal. Para serte sincera no creo que un hombre como él gaste su valioso tiempo en darte lecciones, y menos de esa manera. Más bien, pienso que es un caso que te asignó…

Se queda en silencio y no la culpo; no hay un por qué en específico que desentrañe estas dudas sobre la asignación de un caso como ese. Sin embargo, no volvemos a tocar el tema y durante la jornada escolar nos limitamos a realizar los ejercicios que nos propone el profesor.

Cuando el relój marca las 18 hs, es momento de retirarnos y aunque me invita a tomar algo junto a Mauro, me niego. Mañana tengo que presentar un caso y lo único que he visto es el video y aunque mantuve la cabeza ocupada en lo académico, no puedo negar que desde que vi esa sesión de sexo duro y salvaje, no pienso en otra cosa que no sea sexo.

—¿Querés que te ayude? — propone, pero niego. No quiero que cancele su salida por algo que es mi responsabilidad.

—Quedate tranquila, yo puedo hacerlo.

Sin más nos retiramos, cada una por su lado.

Cuando llegué a mi casa, y luego de prepararme un café, me puse con la computadora y la carpeta.

Observo las fotos íntimas como evidencia, y las declaraciones del marido y hay algo que no me cuadra.

Según el hombre, la mujer lo venía engañando hace ya largos años, con el supuesto hermano, pero resulta que la señora y la del video no eran las mismas.

Coloqué el pendrive para reproducir el video, pero me detuve a observar a la mujer y claramente no se trataba de la misma.

Revise todas las carpetas en el dispositivo, que databan de la fecha, diez años atrás y no lo entendía.

Me propuse revisar cada uno de los 753 videos que había y en todas aparecía el mismo hombre, pero no la misma mujer. Y en todas no se podía distinguir el rostro de él.

Siendo las 3 a .m de la madrugada, me da sueño y aunque no he logrado armar ningún caso, me he dado cuenta que esta evidencia digital, no se corresponde y me doy cuenta lo que quiso hacer Sebastián.

Guardo todo en su lugar, preparo las cosas para tomarlas en unas horas e ir a trabajar; solo tengo 2 horas para dormir y sé que será una larga jornada.

. . .

—Buenos días —digo ni bien ingreso en el estudio.

Me apresuro en llegar al ascensor, y no importa que lleve media hora de ventaja, quiero que él vea que soy responsable y que de verdad la abogacía es algo que em interesa y mucho.

Al llegar a la puerta, voy a tomar el picaporte para entrar, pero me detengo al escuchar su voz, y no puedo evitar quedarme para oír.

—Confíe en mí, señor Beltrán, que el The Climax es un sitio que promete hacer realidad todas sus fantasías. No suelo llevar invitados masculinos, pero creo que, tras ganar el caso de divorcio, hay que festejar a lo grande.

«¿The Clímax?», pienso y trato de relacionar ese nombre con algún sitio que conozca o haya escuchado anteriormente, pero mi mente está en blanco.

Quiero seguir escuchando, y por estar metida en mis pensamientos no noté que colgó la llamada y que lo tengo parado frente a mí, al otro lado de la puerta.

—¿Escuchando conversaciones ajenas, señorita Cohen? —inquiere con una expresión indescifrable en el rostro.

—Eh, eh, em…

Como idiota me quedo dubitativa y no sé qué responder, pero él no se molesta en insistir y agradezco.

No me invita a pasar, solo me da la espalda y se sienta en su silla.

Le doy las gracias creyendo que tuvo un acto amable al abrirme la puerta, sin embargo, nada más lejos de eso.

Se recarga en el asiento y jugado con su lapicera Parker con su nombre gravado en oro, es que me habla:

—¿Eso cree? —frunzo el ceño, confundida, él sigue hablando sin inmutarse—: Lo cierto es que esperaba a que caiga de rodillas a mis pies.

—¿Qué? —Me quedo como tonta esperando una respuesta que enseguida me llega.

Se pone de pie y camina a paso lento e intimidante hacia mí.

—De rodillas —dice con firmeza y yo no entiendo si me lo está ordenando o bien repite lo que había dicho.

—¿Qué? —vuelvo a decir totalmente confundida y es cuando vuelve a darme la espalda.

—¿Hizo lo que le ordené? —cambia de conversación de inmediato.

Me recompongo de la excitación que me causó su cercanía y paso a contarle lo que descubrí.

—No —me apresuro a decir y él fija su dura mirada en mí.

—¿Perdón?

—Digo, que ya me di cuenta lo que quiso hacer —frunce el ceño confundido, yo continúo explicándole—: Lo que digo es que los archivos del pendrive no pertenecen al caso y de no haber estado atenta a cada detalle lo hubiera pasado por alto. Creo que con esto buscó que me tome más enserio mi carrera porque nuestras decisiones pueden costarles la libertad a nuestros defendidos —expongo mi teoría con una amplía sonrisa.

Él se me queda viendo sin decir nada y eso me pone nerviosa. Me retiro a mi escritorio para dejar mis pertenencias y entregarle la carpeta y el pendrive, pero su actitud me deja llena de dudas. No sé si hice bien o no en inferir lo que piensa.

—Señor…

—Entonces no preparo el caso ¿por qué? —vuelve acercarse a mí, aunque esta vez al llegar a mi escritorio se recarga en él, situándose entre mis piernas.

Los nervios y la excitación me deja sin palabras, pero él insiste en mi respuesta.

—Es que note que se trata del mismo hombre, pero la mujer no es la del caso. No tiene nada que ver la evidencia. Se equivoco —me atrevo a decir.

—¿Equivocarme? —repite mirando mis muslos. Me he puesto una falda por encima de las rodillas, pero al sentarme quedaron a mitad de mis muslos. —Yo nunca me equivoco.

—Pero lo hizo —me atrevo a desafiar y su mirada se vuelve aun más fuerte sobre mí.

—La equivocada es usted, señorita Cohen. Aunque claro, las evidencias no se corresponden, pero no fue mi intención el que concluyera que lo hice porque considere que no toma con seriedad la carrera.

—A ¿no lo hizo por eso?

—No. Y déjeme decirle que el de los videos, soy yo.

Previous ChapterNext Chapter