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—¿Queres que te toque? —me pregunta agitado, una vez que nos despegamos para poder tomar aire.

—Si. Quiero que lo hagas —exijo con determinación, mientras me deslizo hacia delante y abro mis piernas para darle mejor acceso.

—Sacáte la ropa interior —me ordena mientras su mano que descansa en mi muslo es arrastrada hacia la cara interna y clava sus uñas. Lejos de provocarme dolor, solo quiero que vuelva a hacerlo porque lo que siento es agradable y todo repercute justo dentro de mi vagina, donde mis paredes se contraen y la lubricación aumenta en exceso.

Sin más, lo hago.

Retiro mi tanga negra y se la entrego justo en el mismo momento en el que el semáforo nos da acceso y los bocinazos nos avisan que debemos continuar.

Arranca el auto y observo lo que hace con la prenda.

Mi mente estalla al verlo llevársela a la zona entre la boca y la nariz y para mi sorpresa, saca su lengua y lame, degusta la parte donde estuvo mi vagina y reconozco el hilo de fluidos en ella. Podría haberme dado asco sin embargo me excitó como no se imaginan lo que hizo, luego se metió la diminuta prenda dentro de la boca lo oigo saborearla, se la saca y la guarda en su bolsillo.

Con estupor, observo todo lo que hace y sin darme cuenta cierro mis piernas y aprieto los muslos, haciendo que la sensación de placer se intensifique y sin pensarlo suelte un gemido, llamando su atención.

—Abrí tus piernas para mí —ordena y seducida lo hago.

Arranca el auto y mientras conduce cuela su mano libre por debajo de mi falda.

Recargo mi nuca en el asiento, cierro mis ojos y me dejo llevar por el placer que me genera sus caricias.

Dos de sus dedos recogen parte de mis fluidos desde mí entrada y los dirige directo a mi clítoris, donde la humedad facilita que resbalen.

Suelto un gemido cuando sus yemas empiezan a hacer circulitos sobre el y me estremezco cuando ejerce una fuerte presión; me hace gritar.

—Eso es, disfruta para mí Ariana, gemí fuerte.

Estoy abierta de piernas, sin prenda interior, con mis partes expuestas a un hombre que no sé quién es y me fascina como sus manos se apoderan de mi y solo me ha acariciado el clítoris.

Los movimientos van en aumento al mismo tiempo en que me pide que entrelace mis manos atrás de mi cuerpo.

No lo pienso, solo actúo.

El tener inmovilizadas mis manos hace que la excitación aumente y lo disfrute un poco más.

Me entrego a él, a su manera de tocarme, al modo en que logra excitarme y perder la noción del tiempo.

Me entre a él, a su manera abrazadora de regalarme placer y que no me importe nada más que lo que estoy deseado que suceda.

Me entrego a él y a sus modos en el que me posee, me marca, me hace gritar.

Me entrego a él.

Sé que los minutos van pasando, que estoy llegando tarde ¿Pero saben qué? Todos tenemos una debilidad y el sexo es la mía. De hecho, no sé si les conté que suelo masturbarme cada noche y no me avergüenzo de admitirlo. Es más, en más de una ocasión le he pedido perdón a Dios por lo que hacía, no podía mirarme al espejo porque me daba vergüenza.

Me sentía avergonzada de regalarme placer a mí misma ¿Pueden comprender la dimensión de eso? Me siento estúpida. Porque por muchos años he dejado que los prejuicios me hagan creer que lo que hacía con mi cuerpo estaba mal, cuando es normal y no debería avergonzarme de ello.

—Estas muy mojada. Si te lo pudiera meter, resbalaría tan fácil.

Escucharlo hablar así, provocó que me deslice un poco más hacia delante y flexione mis rodillas para abrirme un poco más y pedirle, ¡no!, suplicarle que me penetre.

El sonido de su risa no hace más que provocarme, acto seguido suelto mis manos para llevarme una a la boca y morderla, pero tan solo una fracción de segundos porque no sé cómo hizo que pellizcó mi clítoris generando un grito de dolor, rozando profundamente el placer.

—¿Qué acabas de hacer? —inquiero agitada.

—Dos cosas —, saca sus dedos de mi interior y se los lleva a la boca para saborearlos, yo me quedo con la boca entreabierta por el gesto que hizo con su lengua. —no me desobedezcas, si te digo manos atrás, es manos atrás.

—¿La segunda? —pregunto confundida y molesta por dejarme con un orgasmo a medias.

—Llegamos.

La expresión de mi rostro cambia bruscamente tan pronto dirijo mis ojos al edificio y delante, de mí y luego a mi reloj de muñeca.

—La puta madre, 8:05 de la mañana.

Me acomodo la falda y empiezo a recoger las cosas que deje caer a los costados del asiento por culpa de sus “dedos locos” y una vez que los tengo en mi poder, me bajo del vehículo y él se apresura en ir tras de mí y justo antes que pueda ser capaz de cerrar la puerta, me toma de la cintura y me estampa un beso.

No puedo evitar envolver mis brazos a su cuello y dejarme llevar por la excitación que aun me recorre el cuerpo.

«Mierda, sos tan débil que no se si dejarte disfrutar este contacto o arruinarte el resto del día» amenaza mi consciencia, pero no le hago caso.

La lengua de Fabian por poco y me hace un examen perioral e intraoral porque la pasa por sobre cada recoveco dentro de mi boca y es la primera vez que me besan de ese modo que me siento invadida, aturdida, colapsada… todos los verbos terminados en ada. Este hombre es fuego y yo quiero quemarme en sus brazos.

—Listo —me dice alejándose de mi boca y de mi cuerpo dejándome en transe con mis labios separados, mi respiración agitada, la cola de mi cabello totalmente desalineada y mi falda arrugada—. ¿Ariana? —siento que me llama, pero no puedo reaccionar, estoy excitada, con un orgasmo en puerta y con ganas de continuar lo que empezamos.

—Quiero acabar… —digo sin pensar; él sonríe de lado mientras saca de su bolsillo una lapicera, toma mi mano y en la cara interno escribe su número telefónico.

—Llámame esta noche y te prometo hacer que lo hagas—. Vuelve abrazarme y al hacerlo me acomoda la falda, no sin antes susurrarme algo en la oreja que me hace regresar a la vida—: Se te veía el culo.

—¿¡Qué?! —llevo mis manos a mi parte trasera cuando me percato que alguien de traje ha pasado justo a mi lado y Dios que deseo que no me haya visto el culo, aunque me temo que si lo hizo.

—Iba decirte, pero pensé que con el viento que hay te ibas a dar cuenta —comenta y no puedo decirle nada ¿Soy boluda? Si, lo soy ¿cómo no voy a darme cuenta? ¿Cómo no voy a sentir el fresquete en la cola?

No digo nada, acomodo mi ropa como puedo y me adentro al edificio con 10 minutos tarde y ruego a todos los dioses por que el Licenciado Vega no se encuentre en su oficina, que el piquete en congreso lo haya dejado varado.

—¡Dios, lo que sea, pero que llegue después que yo! —suplico mientras corro los 5 escalones hacia el hall donde me anuncio. —Buenos días, soy Cohen Ariana, estudiante de la facultad de derecho, alumna del doctor Galíndez —. La mujer chequea en su computadora mientras asiente, me pide el documento de identidad, el cual le entrego con expresión de desesperación y ella… ¿Se ríe?

—Es la pasante del Licenciado Vega ¿verdad? —me pregunta mientras no quita sus ojos de la computadora.

—Si, señorita y por favor, ¿se puede apurar?

¿Le habré dicho alguna mala palabra? Porque con sus ojos me fulmina sin piedad.

Como si fuera adrede, empieza a lentizar los movimientos de sus dedos sobre el teclado y mi paciencia, que ya cuelga de un hilo, se corta.

—Discúlpeme, pero estoy llegando tarde.

—Me di cuenta —contesta sin inmutarse si quiera y esperando a que la impresora imprima una planilla, la cual me entrega en mano, luego añade—: Debe llenarla.

—¿No puede ser después? —niega con la cabeza y se encoge de hombros.

Renegando empiezo a llenar los papeles, mientras arremeto un centenar de insultos que me trago para no darle el gusto de seguir riéndose de mí hasta que de pronto el sonido del teléfono me sobre salta.

—Licenciado… si, claro… lo siento, bueno. Enseguida la despacho. Adiós—

Mientras hablaba su mirada echaba fuego y si las mismas mataran estaría muerta en este instante.

Sonrío con malicia tan pronto me dice que puedo llenarlo cuando termine la jornada, luego me entrega la credencial con mi nombre y me informa que el Licenciado Vega me espera en su despacho, en el 7mo piso, al final del pasillo de frente al ascensor.

Sintiéndome la mujer más poderosa del mundo, sin saber por qué claro está, me subo en el ascensor y mientras espero a llegar al piso deseado puedo sentir los nervios mezclarse con la excitación que me dejó Fabian. También, que a maldita recepcionista me mantuvo 10 minutos con ella y ya perdí 20, por lo que estoy segura que Vega se enojará. Solo espero que sea un enojo pasajero y no se desquite haciéndome las prácticas un infierno.

Ni bien las puertas se abrieron el corazón se me subió a la boca y mi respiración se volvió agitada, así como si hubiese corrido una maratón.

Me sentía cansada, excitada y preocupada.

Caminé por el largo pasillo hasta quedar delante de una puerta con vidrio esmerilado y un pequeño cartel de bronce con letras doradas «Licenciado, Sebastián Vega»

Me mojé de solo leer su nombre y aunque podría regalarme un orgasmo en su nombre, decido no perder más tiempo y tocar la puerta.

¡Toc! ¡Toc! ¡Toc!

Espero; nada.

¿Debo volver a tocar?

No sé, y me maldigo por ello.

¿Por qué me pone nerviosa, si aun no lo he visto, no he estado frente a él? Bueno, en teoría no lo estoy ¿No?

Me separa una puerta.

Yo vuelvo a tocar.

¡Toc! ¡Toc! ¡Toc!

Espero… nada.

¡Toc! ¡Toc! ¡Toc!

Yo sé que debí haber llegado temprano ¿pero no atenderme?

Me enojo y toda la excitación que les dije que sentía se esfumó.

¡Toc! ¡Toc! ¡Toc!

Vuelvo a tocar; ya no me importa si se enoja, después de todo ¿No es un mal educado por lo que hace?

Insulto por lo bajo, hasta que escucho pasos dentro del estudio y antes de que pueda parpadear, la puerta se abre de manera brusca.

—Tarde, señorita Cohen —me dice sin hacer contacto visual conmigo porque esta observando su reloj.

—Lo siento —atino a decir, cuando me da la espalda y se dirige hacia su escritorio.

Lo sigo en silencio y cuando se detiene frente a una gran pila de carpetas, las toma entre sus brazos, se gira sobre sus pies y todavía sin mirarme me indica que lo siga.

Caminamos los pocos metros que separa lo que parece ser su escritorio con ¿el mío? Y deja caer lo que ahora me doy cuenta se trata de varios expedientes.

—Señor…

—Licenciado Vega —me interrumpe y por primera vez, fija su mirada sobre mí. Sonrío como tonta, pero él no hace una sola mueca, su rostro es inexpresivo y sin déjame decir nada, ni decirle mi nombre es que toma un expediente y lo eleva a la altura de mis ojos y dice—: Archivar —la carpeta impacta sobre el escritorio y me sobresalto por el ruido. No puedo procesar su reacción cuando empieza a repetir la acción unas 8 veces más. Cuando le queda una carpeta la cual sostiene en su mano y la tira sobre la mesa, pero a mi altura—. Vas a preparar una defensa para este caso y lo quiero mañana a primera hora—exige y me da la espalda.

«Creo que se enojó» me dice mi consciencia.

Mierda, va a ser una jornada larga e incómoda sin ningún final feliz a la noche.

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