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Las horas fueron pasando y con ella los tragos.

Ya no había perdido la cuenta de cuantos me tome y no recordaba por qué detestaba tanto a Bautista.

—¡Ey! —me llama desde la punta del sillón. Le dedico una mirada indiferente, me encoge de hombros y sigo mirando la televisión apagada. —¡Ey! —insiste,...