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Capítulo 3

—Quiero una explicación —exigió Merco, sin preámbulos—. Quiero que me expliquen por qué obligaron a Megan a casarse conmigo. Quiero saber por qué fui usado como una simple pieza en su juego de poder.

La sonrisa de la madre de Megan se desvaneció de inmediato, y el padre de Megan, que estaba sentado en un sillón, tosió débilmente antes de mirar a su esposa. Se produjo un silencio incómodo antes de que la madre de Megan hablara, como si estuviera tratando de encontrar la manera correcta de abordar la situación.

—Merco, te aseguro que no fue nuestra intención hacerte sentir usado... —comenzó, su voz calmada pero llena de tensión—. Es una situación compleja. La empresa de nuestra familia... estamos en una situación financiera muy delicada. La quiebra es inminente, y el matrimonio de Megan con alguien de tu posición era la única manera de salvarnos.

—¿Y eso justifica obligar a tu hija a casarse? —replicó Merco con dureza—. ¿No consideraron sus sentimientos en todo esto?

El padre de Megan suspiró pesadamente, su rostro cansado y demacrado. La salud frágil que lo había acompañado los últimos meses se hacía evidente, y Megan no pudo evitar sentir una oleada de preocupación. Sabía que su padre no estaba bien, pero no había imaginado hasta qué punto estaba empeorando.

—Megan... —dijo su padre con voz ronca, levantando la mirada para encontrarse con los ojos de su hija—. No queríamos hacerte esto, pero no teníamos opción. Estamos al borde del colapso. Si no nos unimos con la familia D'Monte, perderemos todo lo que hemos construido. Y, sinceramente, mi salud no me permite lidiar con más problemas. El estrés de todo esto me está matando. No sé cuánto tiempo me queda...

Esas palabras golpearon a Megan como un balde de agua fría. Aunque amara profundamente a Mark, no podía ignorar la condición de su padre. Su respiración se volvió más rápida, y sintió una presión en el pecho. Los ojos de su padre estaban llenos de cansancio y, aunque no lo dijo directamente, Megan entendió el peso de lo que implicaba su matrimonio para la familia. No solo era una cuestión de dinero o de poder, era también una cuestión de tiempo... y de vida.

—Papá... —susurró Megan, su voz quebrándose por la emoción.

Su madre, por otro lado, mantuvo su postura firme, sabiendo que lo que estaba en juego era más que el futuro de su hija. Era el legado familiar.

—No tenemos otra opción, Megan. Lo haces por tu familia. Por tu padre. Él no puede soportar más esta presión. Y aunque sé que amas a ese joven, Mark, debes entender que ahora tienes responsabilidades más grandes que tu propio corazón.

Megan sintió que el mundo se desmoronaba a su alrededor. Todo se tornaba gris. La decisión ya no era solo sobre ella y su deseo de estar con Mark. Era sobre su familia, su padre, y el hecho de que si no hacía esto, podría perderlo todo, incluida la vida de su propio padre. Miró a Merco, quien estaba observando la situación con una mezcla de incredulidad y furia. En sus ojos había una comprensión amarga de la gravedad de la situación.

—Merco, lo siento... —dijo Megan finalmente, mirando a su esposo con dolor—. Lo siento de verdad. No quería que esto fuera así, pero mi padre... mi familia necesita esto. Y aunque amo a Mark, no puedo pensar solo en mí ahora.

La furia de Merco se apagó un poco al ver la tristeza en los ojos de Megan. Aunque seguía enfadado por haber sido manipulado, no podía ignorar la realidad de la situación. Él mismo había experimentado las presiones de los negocios familiares toda su vida, y aunque detestaba estar en medio de un acuerdo que no había sido genuino, entendía lo que significaba tener que sacrificar algo personal por el bien de la familia.

Se quedó en silencio, asimilando todo lo que había escuchado, y luego suspiró pesadamente.

—Esto... no es lo que esperaba de mi matrimonio, Megan. Pero... —dijo, su voz llena de frustración—... si esto es lo que tienes que hacer por tu familia, entonces lo acepto. Pero quiero que sepas que yo no voy a ser simplemente una herramienta para ustedes. Si vamos a continuar con este matrimonio, será bajo nuestros términos, no los de tus padres.

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Después de ese día, Megan intentó adaptarse a su nueva vida, aunque le costaba mucho dejar de pensar en Mark. Cada mañana, al despertar al lado de Merco, sentía un vacío en su corazón, recordando los momentos que había compartido con su verdadero amor. Pero, por más que lo deseara, la realidad la mantenía atada a un matrimonio que no había elegido. Merco, aunque no era cruel, se mostraba distante. Era como si ambos estuvieran cumpliendo un contrato silencioso, sin amor ni afecto.

Megan trataba de evitar confrontaciones y se dedicaba a realizar pequeñas tareas cotidianas que la mantenían ocupada, aunque su mente siempre vagaba hacia Mark. No había un solo día en el que no pensara en él, en lo que habrían sido sus vidas si las circunstancias hubieran sido diferentes. La incertidumbre la atormentaba, pero sabía que no tenía el valor para contactarlo, temiendo las repercusiones que eso traería. Merco, celoso y desconfiado desde aquella confesión, no la dejaba sola ni un momento. Había contratado un guardaespaldas, Alex, que la seguía a todas partes, asegurándose de que nada ni nadie rompiera el frágil equilibrio en el que vivían.

Una tarde, mientras hacía la compra en el supermercado, Megan sintió el peso de la vigilancia constante de Alex, quien se mantenía a unos metros de distancia, observando cada uno de sus movimientos. Sus manos se aferraban al carrito de compras cuando, de repente, su teléfono vibró en su bolsillo. Una llamada entrante. Al principio, pensó que sería Merco o incluso su madre, como siempre, pero al mirar la pantalla, su corazón dio un vuelco. Era un número desconocido.

Con el pulso acelerado y una mezcla de curiosidad y ansiedad, deslizó el dedo sobre la pantalla para contestar.

—¿Hola? —preguntó con cautela, mirando de reojo a Alex, quien seguía atento pero parecía no haber notado su nerviosismo.

—Megan... soy yo, Mark.

El mundo pareció detenerse por un instante. Megan sintió que el aire se le escapaba de los pulmones. Las emociones la invadieron, una mezcla de alivio y miedo. El sonido de la voz de Mark, esa voz que tanto había extrañado, resonaba ahora en sus oídos como un eco lejano de otra vida. Su corazón latía con fuerza, pero la adrenalina del momento la mantenía en alerta. Miró rápidamente hacia Alex, quien seguía revisando su entorno, sin prestarle demasiada atención.

—Mark... —susurró ella, casi en un jadeo—. No puedo hablar ahora.

—Megan, por favor, solo escucha —dijo él con urgencia, ignorando su advertencia—. No puedo seguir sin saber cómo estás. Necesito verte. Necesito que me digas si sigues siendo tú, si aún me amas. No puedo... no puedo dejarte ir así.

Megan cerró los ojos, intentando contener las lágrimas que amenazaban con desbordarse. Las palabras de Mark eran exactamente lo que había deseado escuchar desde el día que se despidieron, pero también eran un recordatorio de la imposibilidad de su situación.

—Mark, yo... —empezó a decir, pero las palabras se le atoraron en la garganta—. No puedo. No sabes lo difícil que es esto. Merco... él me vigila todo el tiempo. No estoy sola, nunca lo estoy. No puedo arriesgarme a verte, ni siquiera a hablar contigo.

—Megan, no me importa Merco ni sus guardias. Sé que esto es complicado, pero no puedo alejarme sin luchar por nosotros. Dime si todavía me amas, y haré lo que sea necesario para sacarte de ahí.

Megan se apoyó contra las estanterías del supermercado, sintiéndose atrapada. Su cuerpo temblaba mientras intentaba mantenerse firme. Claro que lo amaba, más que a nadie, pero las consecuencias de sus actos no solo la afectarían a ella. La vida de su padre, la estabilidad de su familia, todo estaba en juego.

—Mark, esto no es solo sobre nosotros —susurró con desesperación—. Mi padre... su salud está empeorando, y esta es la única manera de mantener a mi familia a salvo. Si me voy, si rompo este matrimonio, mi familia lo perderá todo. No puedo... no puedo arriesgarme.

El silencio al otro lado de la línea fue devastador. Megan sabía que había roto algo en él con esas palabras, pero no había otra opción. No podía permitirse pensar solo en su amor cuando las vidas de tantas personas estaban en peligro.

—Entonces... ¿esto es todo? —preguntó Mark, su voz rota y cargada de dolor—. ¿Estás diciendo que debo olvidarte?

Megan no pudo responder de inmediato. Quería decirle que no, que nunca lo olvidaría, que su amor por él seguía siendo tan fuerte como siempre, pero las circunstancias la asfixiaban. Miró de nuevo a Alex, quien ahora se acercaba, notando su tensión.

—No es que quiera que me olvides... —logró decir finalmente, luchando por mantener la compostura—. Es que no sé qué más puedo hacer. Esto es más grande que nosotros.

Alex la alcanzó, mirándola con curiosidad mientras ella intentaba disimular su nerviosismo.

—¿Está todo bien, señora? —preguntó el guardaespaldas.

Megan asintió rápidamente, apagando la llamada sin darle tiempo a Mark para responder. Guardó el teléfono en su bolsillo, sintiendo una punzada de culpa en el pecho. Aunque había cortado la llamada, el eco de las palabras de Mark seguía retumbando en su mente.

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