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Capítulo 4

Alexander la miró fijamente, como si intentara memorizar cada línea de su rostro, y luego suspiró.

-He intentado sacarte de mi cabeza, Hana. He intentado controlarme, mantenerme alejado, pero no puedo. Desde aquella noche... -Él hizo una pausa y la miró con la misma intensidad que siempre la desconcertaba-. Eres lo único en lo que pienso.

Ella bajó la mirada, tratando de no dejarse llevar por sus palabras. Sabía que ceder a sus sentimientos solo la ataría más a él, y eso era precisamente lo que quería evitar.

-Alexander, ambos sabemos que esto no está bien. No es justo ni para ti ni para mí. -Intentó mantener su tono firme-. Necesito mi independencia, mi vida propia, sin que me persigas en cada paso. No puedo trabajar sabiendo que me tienes vigilada constantemente, que tienes poder sobre mí.

Él se inclinó hacia ella, dejando la copa de vino a un lado, y la observó como si quisiera desentrañar cada uno de sus pensamientos.

-¿Independencia? ¿Eso es lo que necesitas? -preguntó, sus ojos brillaban con una mezcla de desafío y vulnerabilidad-. Hana, si me das una oportunidad, haré cualquier cosa para que veas que esto puede funcionar. Lo que siento por ti es real, y estoy dispuesto a hacer cualquier cosa para mantenerte a mi lado.

-¿A cualquier cosa? -preguntó ella, sorprendida. La voz de Alexander sonaba sincera, pero en lo profundo, Hana temía lo que sus palabras realmente significaban.

Él asintió, y su expresión cambió a una mezcla de desesperación y promesa.

-Puedo ceder el control que te incomoda. Seré el hombre que necesitas, si eso es lo que quieres. Pero no puedo dejar que te alejes. No puedo.

Hana sintió un nudo en la garganta. Aquella confesión lo hacía parecer vulnerable, algo completamente opuesto a la imagen implacable que siempre había proyectado. Pero, aun así, algo en ella dudaba. ¿Podría él realmente cambiar? ¿O seguiría ejerciendo poder sobre ella, intentando moldear su vida según sus propios deseos?

-No puedes controlarlo todo, Alexander. Las relaciones no funcionan bajo el dominio de una sola persona. Y... -Hana respiró hondo, buscando las palabras adecuadas-. Tampoco puedo prometerte nada, porque no estoy segura de mis propios sentimientos.

Alexander frunció el ceño, y en su mirada apareció un atisbo de tristeza.

-Dame tiempo, Hana. Dame tiempo para demostrarte que puedo ser mejor, que esto no tiene que ser una guerra entre nosotros. Sé que he sido dominante, pero puedo aprender a cambiar, por ti.

Su sinceridad, inesperada y desarmante, la hizo sentir un destello de esperanza, aunque sabía que poner su confianza en Alexander era un riesgo enorme. Antes de responder, el camarero apareció con la cena, rompiendo el hechizo del momento. Comieron en silencio, ambos sumidos en sus pensamientos, en sus propias luchas internas.

Cuando terminaron de cenar, Alexander se acercó a ella, tomando su mano entre las suyas. Su tacto era cálido, protector.

-No quiero presionarte más, Hana. Haré lo que me pidas, pero, por favor, no me alejes completamente de tu vida. Permíteme demostrarte que puedo amarte de una manera que no te ahogue.

Hana lo miró, sus ojos reflejaban una mezcla de emociones que le resultaba difícil descifrar. Sabía que él la amaba, aunque ese amor estaba teñido de control y posesión. Si de verdad podía cambiar, tal vez, solo tal vez, podrían intentarlo. Pero, ¿cómo saber si su promesa era sincera?

Finalmente, asintió, dejando salir el aire que había estado conteniendo.

-Te daré una oportunidad, Alexander -dijo en un susurro-. Pero necesito espacio. Necesito que respetes mi vida fuera de la oficina, que me des tiempo para ver si de verdad esto puede funcionar.

Él asintió lentamente, como si sus palabras fueran a la vez un triunfo y una derrota. Se acercó a ella, rodeándola con sus brazos, y Hana se permitió quedarse ahí, dejándose envolver por su abrazo. Por un instante, se sintió protegida, como si él realmente pudiera convertirse en alguien que no la asfixiara.

-No te defraudaré, Hana. No esta vez -susurró Alexander, y en su voz había una promesa y una decisión firme.

Esa noche, cuando ella regresó a su apartamento, se dio cuenta de que había puesto su confianza en él una vez más. Sabía que el riesgo era enorme, que podía salir lastimada, pero también que tal vez valía la pena intentarlo. Sin embargo, aún quedaba una duda en su mente: ¿sería él capaz de cambiar verdaderamente, o solo había ganado otra batalla temporal en su obsesión por controlarla?

Lo descubriría en el tiempo que tenían por delante, aunque algo en su interior le decía que Alexander no se rendiría tan fácilmente si las cosas no resultaban como él deseaba.

Los días siguientes fueron extrañamente tranquilos. Alexander cumplió su promesa de darle espacio a Hana. Aunque ambos se cruzaban en la oficina, él mantuvo las distancias, limitándose a interactuar con ella solo por motivos laborales. Pero incluso en su silencio, Hana podía sentir su presencia, una constante en su vida que era tan familiar como inquietante.

Por primera vez en semanas, Hana comenzó a relajarse. Su vida recobraba cierto equilibrio, y cada día que pasaba sin que Alexander interfiriera en su vida personal era un paso más hacia una relación más sana. Aunque, en el fondo, sabía que esa calma podría ser solo temporal.

Una tarde, Alexander la llamó a su oficina. Hana sintió su estómago revolverse, pero decidió afrontar la reunión con firmeza. Quería ver si el cambio en él era real o si simplemente estaba esperando el momento adecuado para volver a presionarla.

Al llegar, Alexander la invitó a sentarse. Parecía más relajado de lo habitual, pero su expresión seguía siendo intensa.

-Gracias por venir, Hana. No te preocupes, esta reunión es puramente de trabajo -dijo, intentando mostrar una sonrisa amigable.

Ella asintió, relajándose un poco.

-De acuerdo. ¿Qué es lo que necesitas?

Alexander le entregó una carpeta con un proyecto nuevo. Era una gran oportunidad para ella, algo que le permitiría demostrar su habilidad y autonomía.

-Quiero que seas la encargada de esta expansión. Es un proyecto importante para la empresa, y confío en que puedes llevarlo a cabo sin problemas -dijo, mirándola directamente a los ojos-. Sé que necesitas espacio, y este proyecto te dará precisamente eso. Además, es una oportunidad para que demuestres todo lo que eres capaz de hacer.

Hana parpadeó, sorprendida. No esperaba esta muestra de confianza en un proyecto tan relevante. Revisó los documentos con interés; si todo salía bien, esto la posicionaría en un lugar muy alto dentro de la empresa.

-Gracias, Alexander. Realmente aprecio la confianza -respondió, tratando de no mostrar demasiada emoción, aunque sentía que él estaba dándole una especie de libertad que nunca antes había tenido en el trabajo.

-Hana, quiero que sepas que estoy dispuesto a hacer lo necesario para que este proyecto sea un éxito y para demostrarte que puedo cambiar. Mi intención no es interferir en tu vida; solo quiero apoyarte en todo lo que necesites. -Su tono era suave, casi vulnerable-. Te prometo que esta oportunidad es tuya y que no la condiciono a nada personal.

Hana asintió, agradecida, aunque una parte de ella seguía siendo cautelosa. Le era difícil olvidar el pasado, pero quería creer que él realmente estaba intentando cambiar. Al salir de la oficina, se sintió extrañamente esperanzada. Este proyecto no solo representaba un desafío profesional, sino también la oportunidad de redefinir su relación con Alexander en un plano más formal.

Sin embargo, esa noche recibió un mensaje de él. Aunque era simple y breve, su contenido le aceleró el corazón:

Alexander: "Sé que pediste espacio, pero quiero invitarte a una cena de celebración por el nuevo proyecto. Será solo eso, te lo prometo."

Hana dudó. Quería mantener los límites claros, pero también sabía que Alexander la había ayudado en esta nueva etapa. Con un suspiro, decidió aceptar.

Hana: "Solo una cena, Alexander. Y sin promesas de más."

Alexander: "Por supuesto. Te recogeré a las ocho."

La noche de la cena, Alexander llegó puntualmente a su puerta. Vestía un elegante traje oscuro, y le sonrió con un gesto genuino cuando ella salió de su apartamento. Fueron a un restaurante discreto, lejos de los lugares que solían frecuentar juntos. Hana apreciaba la elección, como si Alexander estuviera realmente esforzándose por respetar sus límites.

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