




Capítulo 1
Hana bajó la mirada a su escritorio, con los dedos temblorosos mientras organizaba los documentos. Había estado trabajando como secretaria de Alexander Holt durante casi un año, y aunque la carga de trabajo era abrumadora, nunca había tenido problemas para manejarlo. Sin embargo, aquella tarde todo había cambiado.
Esa misma mañana, Alexander la había llamado a su oficina. Ella había entrado con su actitud profesional de siempre, esperando recibir instrucciones sobre el próximo proyecto. Pero él tenía algo diferente en mente.
-Siéntate, Hana -dijo él, en un tono casi imperativo.
Ella lo obedeció, algo nerviosa bajo la intensidad de su mirada. Alexander era un hombre imponente: alto, de mandíbula fuerte y siempre vestido impecablemente. La mayoría de las personas en la empresa lo describían como "frío y distante", y ella no podía estar más de acuerdo. Sin embargo, en esa ocasión, sus ojos parecían arder con una intensidad que la incomodaba.
-Sé que trabajas duro y que eres excelente en lo que haces -empezó él, sin preámbulos-. Pero hoy quiero proponerte algo... diferente.
Hana lo miró, confundida.
-¿Qué quiere decir, señor Holt?
Alexander entrecerró los ojos, y su expresión pasó de la simple arrogancia a algo más. Algo oscuro, casi posesivo.
-Quiero que pases una noche conmigo -dijo, con la voz suave pero autoritaria. Hana sintió que su estómago se retorcía de incredulidad y repulsión-. Y, por supuesto, estaré dispuesto a compensarte generosamente por ello.
El corazón de Hana latía con fuerza. Nunca había imaginado que su jefe, el respetado CEO, le haría una propuesta tan... humillante. Su mente intentaba encontrar las palabras adecuadas, algo que dejara claro lo inapropiado que era todo aquello.
-No soy ese tipo de persona, señor Holt -respondió con firmeza, controlando el temblor en su voz-. No necesito su dinero de esa forma.
La expresión de Alexander cambió, pero no como ella esperaba. Le sonrió, una sonrisa cínica, casi como si ya hubiera anticipado su respuesta.
-Esa es tu decisión, Hana. Pero mi oferta estará abierta... por si cambias de opinión.
Hana salió de la oficina con una mezcla de furia e incredulidad. ¿Cómo se atrevía Alexander a tratarla de esa manera? Era un hombre arrogante, eso lo sabía, pero no imaginaba que llegaría a hacerle una propuesta así. Durante días intentó evitarlo, mantener las interacciones al mínimo. Pero la imagen de su jefe, de su fría sonrisa y la intensidad en su mirada, la perseguía.
Un par de semanas después, el teléfono de Hana sonó en mitad de la noche. Cuando vio el número en la pantalla, su corazón se aceleró: era del hospital. Su madre, que había estado luchando contra una enfermedad crónica, había empeorado.
Los médicos le explicaron la situación: el tratamiento que necesitaba era costoso, mucho más de lo que ella podía permitirse. Con lágrimas en los ojos y desesperación en el pecho, pasó días buscando alternativas. Pero cada opción la llevaba a un callejón sin salida, y el tiempo de su madre se agotaba.
La desesperación la llevó a hacer lo impensable. Esa noche, Hana se paró frente a la puerta de la oficina de Alexander, con el rostro pálido y la mirada abatida. Tocó suavemente y escuchó su voz autoritaria permitiéndole pasar.
-¿Hana? -Alexander la miró con algo parecido a la sorpresa en sus ojos, aunque rápidamente fue reemplazado por una expresión calculadora.
-Acepto su oferta -dijo ella, apenas logrando mantener la compostura. La palabra le dolía en el alma, pero no tenía otra opción.
Alexander asintió, como si hubiera sabido desde el principio que ella volvería. La llevó a su penthouse aquella misma noche. El lujo y el refinamiento del lugar contrastaban brutalmente con la humillación que sentía. Intentó convencerse de que lo hacía por una buena razón: su madre necesitaba ese dinero, y esto era solo un sacrificio temporal.
Pero lo que sucedió entre ellos esa noche cambió algo en ambos.
A pesar de su frialdad habitual, Alexander la trató con una pasión que Hana no esperaba. Ella pensó que él vería la situación como una simple transacción, pero no fue así. Alexander parecía absorto, observándola con una mezcla de deseo y fascinación que iba mucho más allá de lo superficial. Cada mirada y cada toque era intenso, como si ella fuera algo que él no podía dejar escapar.
Al final de la noche, mientras Hana se vestía en silencio, él la observaba desde el umbral de la puerta. Su mirada, sin embargo, ya no tenía esa arrogancia que siempre la había hecho sentir incómoda. Había algo diferente, algo perturbadoramente... obsesivo.
-Esto no termina aquí, Hana -dijo él, con una suavidad que hizo que se estremeciera.
Ella no respondió. Tomó el dinero, se aferró a su dignidad y salió de allí, esperando no volver a enfrentarse a aquella situación. Pero, sin saberlo, aquella noche había marcado el inicio de algo que Alexander no estaba dispuesto a dejar ir.
La vida de Hana dio un giro inesperado después de aquella noche. Con el dinero de Alexander, pudo costear el tratamiento que su madre necesitaba con urgencia. Sin embargo, la sensación de alivio venía acompañada de una profunda inquietud. No solo por lo que había hecho, sino porque Alexander parecía no estar dispuesto a dejar que aquello quedara en el pasado.
En los días siguientes, Hana intentó comportarse como siempre en el trabajo, manteniendo una distancia profesional. Sin embargo, Alexander parecía decidido a desafiar cada uno de sus intentos de volver a la normalidad. Sus miradas eran cada vez más intensas, y aunque no decía nada explícito, estaba claro que él no había olvidado lo sucedido.
Una tarde, mientras revisaba algunos documentos en su escritorio, Alexander se acercó. Ella sintió su presencia antes de verlo; había algo en el aire que le indicaba cuando él estaba cerca.
-Hana, necesito que vengas a mi oficina -ordenó con una voz suave, pero con la autoridad que lo caracterizaba.
Sin tener opción, ella se levantó y lo siguió. Al cerrar la puerta tras ella, Alexander le hizo un gesto para que se sentara en la silla frente a su escritorio. Él permaneció de pie, observándola con una intensidad que hacía que el ambiente se volviera asfixiante.
-¿Te encuentras bien? -preguntó él, con una preocupación fingida que a Hana le pareció casi una burla.
-Sí, señor Holt -respondió, manteniendo su tono formal.
Él esbozó una sonrisa leve, la misma sonrisa arrogante que había aprendido a detestar.
-Hana, creo que no estás siendo honesta conmigo -dijo, y su tono pasó de ser aparentemente amable a uno más frío-. ¿Por qué sigues evitándome?
Ella lo miró a los ojos, con la intención de mantener su dignidad.
-Señor Holt, lo sucedido fue una decisión personal y temporal. No creo que deba influir en nuestro trabajo.