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Capítulo 5

Eliza sabía que, si quería destruir a Ricardo y su relación con Dulce, necesitaba algo más que seducción y juegos mentales. Necesitaba algo que pudiera dividirlos, algo que les mostrara a ambos lo que estaba en juego de una manera mucho más directa.

Un día, después de la jornada laboral, Eliza se presentó en la puerta de la oficina de Ricardo, con una sonrisa que, esta vez, no tenía nada de amigable. Cuando él la vio, una alarma interna se activó. No podía seguir ignorando que Eliza aún tenía el poder de causar problemas.

—Ricardo… ¿puedo hablar contigo? —dijo Eliza con una voz que sonaba demasiado tranquila para lo que él imaginaba.

Ricardo, sabiendo que no podía evitar una confrontación directa, asintió.

—¿Qué es lo que quieres, Eliza? Ya te he dejado claro que no hay nada entre nosotros.

Eliza dio un paso hacia él, acercándose lentamente, pero sin tocarlo. La atmósfera se volvió densa y cargada de tensión.

—Lo que quiero, Ricardo, es lo que siempre he querido. —Su mirada era penetrante, casi desafiante. —Creo que ahora sabes cómo es jugar con fuego. Y como todo fuego, cuando se descontrola, puede arrasar con todo. Yo te di lo que querías, y tú simplemente me tiraste. Pero ahora es mi turno de que tú sientas lo que es perderlo todo.

Ricardo frunció el ceño, comenzando a darse cuenta de que Eliza no se iba a quedar quieta. Algo en su actitud lo hizo sentir que esta conversación no terminaría bien.

—Lo que sea que estés planeando, no va a funcionar. Ya tomé una decisión, y es mi esposa la que quiero a mi lado.

Eliza se rió suavemente, como si las palabras de Ricardo fueran meras palabras vacías. Se acercó aún más, de tal manera que ahora sus rostros estaban casi a la misma altura, el aliento de ella palpable en el aire.

—¿Sabes qué? —dijo, acercándose más, sin apartar la mirada de él. —No soy tan fácil de olvidar. Y, créeme, sé cómo hacerte dudar. Sólo espero que estés preparado para las consecuencias de lo que has hecho. Porque, Ricardo, las personas no siempre se recuperan de las heridas que les haces. Ni siquiera la persona que más amas.

Ricardo sentía cómo la presión aumentaba. Sus palabras no eran solo amenazas vacías; había algo en su tono que lo hacía cuestionar si Eliza estaba dispuesta a hacer algo realmente destructivo. Decidió que no podía dejarla ganar.

—Eliza, basta. Esto se acabó. Te recomiendo que no te acerques más a mí ni a mi familia. Si sigues con esto, no tendrás idea de lo que estarás enfrentando. Te lo advierto, no lo hagas.

Eliza lo miró con frialdad, sabiendo que Ricardo no la iba a dejar ganar tan fácilmente. Sin embargo, también comprendía que aún tenía poder sobre él, aunque ya no de la manera que lo había hecho antes. Con una última mirada desafiante, dio media vuelta y salió de la oficina, dejando a Ricardo con un nudo en el estómago.


Esa noche, al llegar a casa, Ricardo se encontró con Dulce, quien lo miró fijamente, como si pudiera leer todo lo que había sucedido en su rostro. Había algo en su actitud, un cambio que Ricardo notó al instante.

—¿Cómo te fue? —preguntó Dulce, sin ocultar la curiosidad ni el temor en su voz.

Ricardo se sentó frente a ella, con los hombros caídos, agotado no solo físicamente, sino emocionalmente. La situación con Eliza lo había dejado tenso, más de lo que esperaba.

—Dulce, necesitamos hablar. —Su tono era grave, serio. —Eliza no se ha rendido. Aún no está fuera de nuestras vidas.

Dulce lo miró fijamente, procesando lo que acababa de escuchar. Un sentimiento de incomodidad la invadió. ¿Qué más podría hacer Eliza para separarlos?

—¿Qué quieres decir con eso, Ricardo? —su voz era tranquila, pero bajo esa calma se escondía la preocupación.

Ricardo suspiró profundamente, su mente aún luchando con el caos que Eliza había desatado en él.

—Ella está dispuesta a hacer lo que sea para que yo te pierda. Y sé que no será fácil, pero te prometo que no dejaré que eso suceda. No voy a dejar que nos destruya.

Dulce asintió, sintiendo una mezcla de frustración y tristeza. Aunque Ricardo le prometiera luchar, la realidad era que ahora la batalla no solo era con Eliza, sino también con las dudas que ella misma sentía.

—Lo sé, Ricardo. Pero también te prometí que no iba a ser fácil. Y aunque te amo, me duele que tengamos que estar luchando por lo que hemos construido. Si realmente quieres que esto funcione, tenemos que estar unidos, y yo también necesito que tú confíes en mí tanto como yo confío en ti.

Ricardo asintió, su corazón hundido por la presión de todo lo que enfrentaban. En ese momento, entendió que la única forma de salvar su matrimonio era ser más sincero que nunca, no solo con Dulce, sino consigo mismo.

—Lo prometo, Dulce. Y esta vez no voy a fallar.

El futuro seguía incierto, pero una cosa era clara: la lucha por su amor apenas comenzaba.

El sol comenzaba a ponerse, pintando el cielo de tonos anaranjados y rosados mientras Ricardo se encontraba en su oficina, mirando por la ventana. La tensión de los últimos días seguía pesando sobre él, y aunque había hecho todo lo posible para poner fin a la relación con Eliza, sabía que aún no estaba completamente fuera de su vida. Algo en su interior le decía que Eliza no se rendiría tan fácilmente, que ella aún tenía un truco bajo la manga.

Esa noche, mientras estaba en su casa, Dulce se acercó a él, su rostro suave, pero marcado por la preocupación. Aunque ella quería creer que todo estaría bien, las dudas aún se cernían sobre su mente.

—Ricardo, necesito que me digas la verdad. —Su voz era baja, pero firme. —¿Está realmente terminado con Eliza? ¿O estás esperando algo más de ella?

Ricardo la miró, su corazón acelerándose. Sabía que la confianza entre ellos estaba quebrada, pero también entendía que solo podía reconstruirla siendo completamente honesto.

—Te lo prometí, Dulce. No hay nada entre Eliza y yo. No la quiero. —Hizo una pausa, mirando a su esposa con una intensidad que esperaba transmitirle sinceridad. —Lo que pasó fue un error, pero la única persona con la que quiero estar eres tú.

Dulce lo observó en silencio, tratando de leer entre líneas. Había algo en sus ojos que le decía que estaba siendo sincero, pero el miedo seguía presente. ¿Y si Eliza volvía a aparecer? ¿Y si él se caía en la tentación de nuevo?

—¿Y si ella viene de nuevo? —preguntó Dulce, su voz temblando levemente al pronunciar la pregunta. —¿Qué harás?

Ricardo, al ver la vulnerabilidad en los ojos de su esposa, sintió un dolor profundo. No quería que el miedo de perderlo consumiera a Dulce. Tomó sus manos y las sostuvo con firmeza.

—Te prometo que, pase lo que pase, no voy a dejar que nadie se interponga entre nosotros. Te lo debo todo. Mi lealtad está contigo, Dulce. Nadie más.

Dulce sintió una mezcla de alivio y desconcierto. ¿Debería confiar plenamente en él?

—¿De verdad, Ricardo? —preguntó, sus ojos buscando respuestas. —¿Es esto lo que quieres?

—Sí. —Ricardo respondió sin dudar. —Lo que más quiero es tener una vida contigo. Sin mentiras, sin juegos. La única forma de que esto funcione es si somos totalmente transparentes. Si alguna vez llego a fallarte, me lo dirás, y haré todo para corregirlo. Pero confía en mí. Esto es lo que quiero.

Dulce, aunque insegura, asintió lentamente. El amor que sentía por él todavía era fuerte, pero las heridas no sanaban de inmediato. Aún así, sentía que si él estaba dispuesto a demostrarlo, ella podría intentarlo una vez más.

Esa misma noche, después de cenar, mientras Dulce se retiraba a descansar, Ricardo decidió hacer algo que no había hecho antes: enfrentarse a Eliza de una manera definitiva. Ya no podía dejar que su influencia siguiera afectando su vida ni su matrimonio.

En su oficina, Eliza había estado esperando su momento. Sabía que Ricardo no la había llamado por casualidad. Cuando él entró en la oficina, la secretaria lo miró con una sonrisa que mezclaba arrogancia y una pizca de ironía.

—¿Viniste a terminar lo que comenzamos? —preguntó Eliza, sin ocultar la provocación en su tono.

Ricardo, sin rodeos, se acercó a su escritorio y, con una firmeza en su voz, le habló de manera clara y directa.

—Eliza, sé lo que estás haciendo. Sé que intentaste manipularme y acercarme a ti, pero quiero que sepas que todo eso ha terminado. No va a pasar más. Mi vida está con mi esposa, y voy a proteger lo que hemos construido.

Eliza lo miró en silencio, y por un momento, parecía sorprendida por la determinación en sus palabras. Había esperado que él titubeara, que se dejara arrastrar nuevamente, pero no fue así. Sin embargo, en su rostro no había rendición. Había una chispa de desafío.

—Así que eso es todo, ¿no? —dijo, finalmente, con una sonrisa sutil. —¿De verdad crees que puedes simplemente cortar todo esto y seguir como si nada?

Ricardo la miró sin apartar la vista. Sabía que no podía dejar que su inseguridad lo desbordara. No iba a dejar que Eliza tuviera el poder de destruir su vida.

—Sí. Eso es todo. Y si intentas manipular la situación de nuevo, te aseguro que será la última vez que te veré.

Eliza lo observó en silencio por un momento, como si estuviera analizando sus palabras. Luego, lentamente, se levantó de su silla y se acercó a él, con una mirada que ahora reflejaba una mezcla de frustración y desdén.

—Veremos cuánto dura esa decisión, Ricardo. Porque las cosas nunca son tan simples. Y si alguna vez te arrepientes, recordarás que yo estuve aquí para ti.

Ricardo no dijo nada más. Se dio la vuelta y salió de la oficina, decidido a no mirar atrás. Mientras caminaba hacia su coche, un peso que había estado sobre sus hombros por semanas comenzó a desvanecerse. Aunque sabía que Eliza no se rendiría tan fácilmente, había dado el paso correcto.


Esa noche, en casa, Dulce esperó en silencio mientras Ricardo llegaba. La tensión de la última semana parecía disminuir con cada paso que él daba. Cuando entró en la casa, vio a su esposa sentada en el sofá, como si estuviera esperando a recibir noticias.

Ricardo se sentó junto a ella, sin decir una palabra al principio. Dulce, al ver la seriedad en su rostro, sintió una pequeña punzada de miedo.

—¿Qué pasó? —preguntó, con voz suave pero tensa.

Ricardo la miró, y en sus ojos había una mezcla de satisfacción y alivio.

—Ya está terminado. Le dejé claro a Eliza que no tiene más poder sobre nosotros. Lo que sea que ella quiera, no va a conseguirlo.

Dulce lo observó, con el corazón latiendo rápidamente. Aunque las palabras de Ricardo la tranquilizaban, sabía que no sería fácil, y que el miedo seguía allí, latente.

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