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Capítulo 4

"Ricardo,

Sé que no has sido claro conmigo. Estoy dispuesta a dar un paso más, a hablar de lo que realmente está entre nosotros. Si no tomas una decisión pronto, será demasiado tarde. Tú y yo sabemos lo que queremos.

Eliza."

Ricardo sintió como el peso de las palabras de la carta caía sobre él. Sabía que Eliza había jugado con fuego, pero ahora su mensaje era claro. No era solo una secretaria tratando de acercarse a su jefe, sino una mujer dispuesta a todo por conseguir lo que quería. Eliza estaba tomando el control, y Ricardo no podía permitírselo.

Se levantó rápidamente de su silla, decidido a hacer lo que debía hacer, pero antes de salir de la oficina, pensó en Dulce. En el compromiso que había hecho con ella. No podía permitir que Eliza destruyera su matrimonio.

Al día siguiente, Ricardo decidió enfrentarse a la situación de una vez por todas. Tenía que poner las cartas sobre la mesa, y no solo con Eliza, sino con Dulce. No podía seguir viviendo en la incertidumbre, y mucho menos perder lo que más amaba en este mundo.

Dulce estaba en casa esa mañana cuando Ricardo llegó, con el rostro serio, como si llevara una carga pesada. Sin decir una palabra, se sentó frente a ella, observando a la mujer que amaba, la mujer por la que estaba dispuesto a luchar.

—Dulce, he tomado una decisión. —Su voz sonó firme, aunque en el fondo, Ricardo sentía el peso de las palabras que estaba a punto de decir.

Dulce lo miró con una mezcla de temor y esperanza. Sabía que el momento había llegado.

—¿De qué se trata, Ricardo? —preguntó ella, intentando controlar la ansiedad que le revolvía el estómago.

Ricardo inspiró profundamente y luego, sin rodeos, le contó todo. Le habló de la carta de Eliza, de sus avances y su intento de manipular la situación. Le dijo que la situación con ella había sido más complicada de lo que había imaginado, pero que ahora, finalmente, entendía lo que debía hacer.

—Dulce, te prometo que lo que más quiero en este mundo es estar contigo. No voy a permitir que Eliza siga interfiriendo en nuestra vida. —Tomó la mano de su esposa, buscando en su mirada una señal de que aún había esperanza.

Dulce lo miró en silencio, procesando cada palabra. El dolor seguía allí, pero algo dentro de ella comenzaba a calmarse. Si Ricardo estaba dispuesto a tomar esa decisión, tal vez había una oportunidad para ellos, pero solo si él realmente lo hacía por amor, no solo por evitar perder lo que tenía.

—¿Qué vas a hacer con ella? —preguntó Dulce, su voz baja, pero clara.

—Voy a hablar con ella. Y esta vez, voy a poner fin a todo esto de una vez por todas. No voy a permitir que juegue con nosotros. Te lo prometo. —Ricardo apretó su mano con más firmeza, mientras sentía la determinación crecer dentro de él.

Dulce, aunque aún herida, asintió lentamente. Había algo en su interior que le decía que Ricardo estaba siendo sincero, y aunque no sabía si podría olvidar por completo lo que había sucedido, al menos podía darle la oportunidad de demostrar que su amor por ella era real.

El destino de su relación estaba en juego, y ambos sabían que el futuro dependería de las decisiones que tomaran en los próximos días. Eliza había mostrado sus cartas, pero ahora era el turno de Ricardo.

El silencio que invadió la casa de Dulce y Ricardo esa mañana era más pesado que nunca. Ricardo había sido claro con su decisión: enfrentaría a Eliza, pondría un punto final a la situación y demostraría a Dulce que su amor por ella era lo más importante. Pero, en el fondo, sabía que su relación no volvería a ser la misma de inmediato. El daño ya estaba hecho, y las cicatrices eran profundas.

Después de la conversación con Dulce, Ricardo se dirigió directamente a la oficina. Sabía que Eliza lo estaba esperando, pero también sabía que cualquier enfrentamiento con ella sería complicado. La secretaria había sido persuasiva, manipuladora, y había jugado con sus emociones de manera peligrosa. Pero esta vez, no dejaría que ella ganara.

Cuando llegó a la oficina, encontró a Eliza en su escritorio, como siempre, con una sonrisa de suficiencia en el rostro. No pareció sorprendida al verlo entrar, pero algo en sus ojos reflejaba una tensión palpable, como si estuviera consciente de que este encuentro sería diferente.

Ricardo cerró la puerta con fuerza detrás de él, sin dar lugar a preámbulos. Se acercó al escritorio de Eliza, mirándola con determinación.

—Eliza, esto tiene que parar. —Su voz sonó más fuerte de lo que había imaginado. No había lugar para rodeos ni excusas. —No voy a seguir permitiendo que manipules la situación, ni que sigas interfiriendo en mi vida. Ya basta.

Eliza levantó una ceja, divertida, pero en sus ojos brillaba una chispa de incredulidad, como si no pudiera creer que Ricardo estuviera tomando una postura tan firme.

—¿Y qué vas a hacer, Ricardo? —dijo, deslizándose de su silla con una sonrisa burlona. —¿Me vas a despedir? ¿Vas a dejar todo lo que hemos compartido atrás?

Ricardo sintió que la rabia comenzaba a subir por su pecho, pero se obligó a mantener la calma.

—No es sobre lo que hemos compartido, Eliza. Es sobre lo que estoy dispuesto a perder. Y no estoy dispuesto a perder mi matrimonio por un juego que tú estás jugando.

Eliza lo observó por un largo momento, como evaluando su sinceridad. Sabía que había perdido terreno, que la carta que había dejado en su escritorio no había tenido el efecto deseado. La mirada de Ricardo era clara: él había elegido a Dulce, y no dejaría que nada ni nadie lo apartara de esa decisión.

—Ricardo… —dijo Eliza suavemente, acercándose a él con pasos lentos, como si no estuviera dispuesta a rendirse sin más. —Tú y yo sabemos lo que hay entre nosotros. No puedes simplemente ignorarlo. Nosotros tenemos una conexión. No tienes que estar atado a una mujer que no te comprende.

Ricardo se mantuvo firme, sin dejarse llevar por sus palabras. Había pasado demasiado tiempo considerando sus opciones, pero ya no había vuelta atrás.

—No quiero una conexión contigo, Eliza. Mi vida, mi futuro está con Dulce. Y si me sigues presionando, haré lo que sea necesario para que esto se termine. Tú también tienes que entender que no soy tu juguete.

Eliza lo miró fijamente, y por un momento, sus ojos parecieron suavizarse, como si reconociera que había perdido la batalla. Sin embargo, la joven secretaria no era alguien que se rindiera fácilmente. En su interior, una mezcla de furia y frustración hervía. Había hecho todo lo posible para ganar a Ricardo, pero se había dado cuenta de que había subestimado la fuerza de su amor por Dulce.

—Creo que entendí todo lo que necesitaba saber, Ricardo. —Eliza dio un paso atrás, cruzándose de brazos, como si la situación estuviera bajo su control nuevamente. —Es una pena. Pensé que podía tener todo lo que quería, pero parece que no.

Ricardo se acercó un poco más, sin bajar la mirada.

—No puedes tener lo que no es tuyo, Eliza. Y tú no me perteneces.

Eliza sonrió una vez más, esta vez con una mirada fría y calculadora, y sin decir más, salió de la oficina sin mirar atrás, dejándole claro que aunque había perdido esta batalla, no se consideraba derrotada por completo.


Mientras todo esto ocurría en la oficina de Ricardo, Dulce permanecía en casa, contemplando la situación con una mezcla de incertidumbre y esperanza. Había decidido darle a Ricardo una oportunidad, pero aún sentía el peso del dolor en su corazón. Sabía que el amor por su esposo estaba ahí, pero también sabía que reconstruir la confianza no sería fácil.

Mientras preparaba la cena, sus pensamientos no dejaban de ir y venir. ¿Y si Ricardo no cumplía su promesa? ¿Y si Eliza volvía a aparecer?

Fue en ese momento cuando su teléfono vibró sobre la mesa, interrumpiendo sus pensamientos. Era un mensaje de Ricardo.

"Dulce, ya hablé con ella. No voy a dejar que nada se interponga entre nosotros. Te amo, y haré todo lo que sea necesario para demostrarlo."

Dulce miró el mensaje en silencio, sintiendo un torbellino de emociones. ¿Podía realmente confiar en él?

En ese mismo instante, la puerta se abrió. Ricardo había llegado.

Al verlo entrar, Dulce sintió un nudo en el estómago, pero al mismo tiempo, algo dentro de ella le decía que era hora de enfrentarse a sus miedos, de creer en lo que sentía. Él se acercó a ella, sus ojos reflejando una mezcla de preocupación y amor.

—Dulce, sé que esto no va a ser fácil. Pero estoy aquí, contigo. No te voy a fallar. —Ricardo tomó su mano con firmeza, como si de esa manera pudiera transmitirle su sinceridad.

Dulce lo miró por un largo momento, buscando una señal en sus ojos. Finalmente, suspiró profundamente y asintió.

—Te quiero, Ricardo. Y quiero creer en ti. Pero no quiero más mentiras, no quiero más dudas. Necesito saber que esta vez lo que dices es real.

Ricardo la abrazó con fuerza, como si temiera que ella pudiera irse en cualquier momento.

—Lo que te prometí lo cumpliré, Dulce. No voy a dejar que nadie, ni Eliza ni nada, destruya lo que tenemos.

Dulce se aferró a él, sintiendo que, por primera vez en días, algo de paz volvía a su corazón. Sabía que el camino por delante sería difícil, pero si Ricardo estaba dispuesto a luchar, ella también lo haría. Juntos podrían reconstruir lo que se había roto, un paso a la vez.

El futuro aún era incierto, pero en ese momento, ambos entendieron que el amor que se tenían podía ser la fuerza para superar cualquier obstáculo.

El tiempo pasó rápidamente, pero el aire en la casa de Dulce y Ricardo seguía cargado de una tensión palpable. A pesar de la promesa que Ricardo había hecho, el camino hacia la reconstrucción de su relación no era fácil. Aunque intentaba demostrarle a Dulce que sus palabras eran sinceras, las sombras del pasado reciente seguían acechando.

Cada vez que Dulce miraba a su esposo, su mente inevitablemente volvía a los momentos de duda y dolor que había vivido. No podía evitar recordar las veces que él le había fallado, y aunque intentaba perdonarlo, la desconfianza persistía como una niebla que no terminaba de disiparse.

Ricardo, por su parte, estaba haciendo todo lo posible para demostrar su arrepentimiento. Había cortado todo contacto con Eliza, le había dejado claro que no quería tener nada que ver con ella, pero aún sentía el peso de lo que había permitido que sucediera. No era solo su matrimonio lo que estaba en juego; su propia integridad como hombre estaba siendo puesta a prueba. Y aunque veía que Dulce lo estaba intentando, sentía que ella aún no lo perdonaba por completo.

Eliza, sin embargo, no era el tipo de mujer que se rendía tan fácilmente. Aunque había perdido la batalla con Ricardo, no había abandonado la guerra. Había quedado profundamente resentida por el rechazo, y aunque no había hecho ningún movimiento directo hacia él en los días posteriores, no podía evitar pensar en cómo podría vengarse de la situación que había perdido. Sabía que, si bien había dejado claro a Ricardo que él había elegido a Dulce, la jugada no estaba completa.

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