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Capítulo 3

Al mismo tiempo, Dulce se encontraba en casa, esperando a que Ricardo regresara. La tensión entre ellos seguía siendo palpable, pero Dulce sabía que su esposo estaba tratando de hacer lo correcto. Sin embargo, una parte de ella no podía evitar sentirse insegura. La situación con Eliza no solo la estaba afectando a ella, sino a su matrimonio entero. No era solo el hecho de que su esposo estuviera siendo seducido; era la falta de comunicación, la falta de transparencia.

Dulce decidió hacer algo que nunca había hecho antes: ir a la oficina de Ricardo, sin previo aviso, para ver cómo estaban las cosas. Quería saber si él estaba dispuesto a hacer lo que fuera necesario para que su matrimonio siguiera intacto. Sin embargo, al llegar al edificio, no sabía que sus pasos la llevarían a una confrontación que cambiaría todo entre ellos.

Al ingresar al edificio, Dulce vio a Eliza salir del despacho de Ricardo, con una sonrisa que, para ella, estaba llena de significado. Eliza no la vio al principio, pero cuando sus ojos se encontraron, la sonrisa de la secretaria desapareció, y algo en su mirada se oscureció. Dulce no necesitaba palabras para entender lo que había sucedido. Algo en su pecho se quebró al instante.

Eliza había ganado la primera batalla. ¿Sería Dulce capaz de recuperar lo que había perdido? ¿O dejaría que Eliza destruyera todo lo que había construido junto a Ricardo?

Dulce se quedó paralizada en el umbral de la puerta, observando a Eliza salir del despacho de Ricardo con una expresión que no dejaba lugar a dudas. Algo había sucedido, algo que no era solo profesional. La sonrisa de la secretaria, cargada de una confianza que le resultó insoportable, fue suficiente para que Dulce comprendiera que su peor miedo se había hecho realidad. Eliza no solo había estado coqueteando con Ricardo; había cruzado una línea.

Eliza, al notar su presencia, detuvo sus pasos y la miró con una mezcla de desafío y suficiencia, como si la situación le perteneciera. Dulce, sin embargo, no quería enfrentarse a ella. Lo que necesitaba era hablar con Ricardo, y lo necesitaba ahora.

Sin decir palabra alguna, Dulce siguió su camino hasta la oficina de su esposo. El pasillo parecía más largo que nunca, y su corazón latía con fuerza mientras sus pensamientos se aceleraban. ¿Qué haría Ricardo al verla? ¿Por qué no le había dicho la verdad antes? El dolor y la confusión nublaban su juicio, pero sabía que tenía que enfrentar la realidad.

Cuando llegó frente a la puerta de la oficina de Ricardo, dudó por un momento. La puerta estaba entreabierta, y dentro, la luz de su escritorio iluminaba su figura en la sombra. Lo vio en su silla, con la cabeza inclinada sobre papeles que probablemente ya no le importaban. Al principio, no quiso interrumpir, pero un impulso la hizo avanzar y golpear suavemente.

—Ricardo… —dijo con voz baja, casi temerosa.

Él levantó la cabeza rápidamente, sorprendido, y por un instante, los dos se quedaron en silencio, como si ninguno de los dos supiera qué decir primero. Ricardo se levantó de su asiento, con un gesto de incomodidad.

—Dulce, no… no es lo que parece —empezó, pero ella lo interrumpió antes de que pudiera seguir.

—No me mientas, Ricardo. ¿Qué estaba haciendo Eliza en tu oficina? —su voz se quebró, aunque ella trató de mantener la calma. No quería que su debilidad se notara, no quería que él viera lo frágil que se sentía por dentro. —La vi salir, y no puedo ignorar lo que está pasando.

Ricardo, al ver la desesperación en los ojos de su esposa, sintió que su mundo se desplomaba. Se acercó a ella, tratando de buscar una explicación, pero Dulce retrocedió un paso, alejándose de él.

—Lo siento, Dulce. No sé cómo ocurrió, pero te juro que no ha pasado nada… —dijo con la voz temblorosa, sin saber cómo hacerle entender lo que realmente había sucedido. Pero Dulce no quería promesas vacías ni excusas. Ella quería hechos. Quería que él demostrara que la amaba, que estaba dispuesto a protegerla a toda costa.

—¿Y qué hay de tu promesa de ayer, Ricardo? ¿Acaso tu palabra no significa nada? —dijo, su voz cargada de frustración. —¿De qué sirve hablar si no haces nada al respecto?

Ricardo, al ver el dolor en sus ojos, comprendió lo grave que había sido su error. Pero también sabía que había algo más que estaba comenzando a afectarlo: Eliza. Aunque no la quería, algo en su presencia lo había desconcertado. Nunca se había sentido tan vulnerable con una mujer, y por más que quisiera deshacerse de esos pensamientos, no podía. Sin embargo, el amor que sentía por Dulce era lo más importante para él.

—No sé qué pasó entre nosotros, pero te juro que lo voy a solucionar —dijo con determinación, acercándose a ella, pero Dulce se alejó otra vez, esta vez más firme.

—No sé si quiero que lo soluciones, Ricardo —respondió con tristeza, su voz temblorosa. —Yo no quiero ser la segunda opción. Y si lo que te atrae de Eliza es más fuerte que lo que compartimos, entonces… entonces esto no tiene sentido.

Ricardo sintió como si el suelo se desmoronara bajo sus pies. Estaba claro que Dulce estaba decidida a poner un límite, y su corazón se llenó de desesperación al comprender que su matrimonio estaba al borde del colapso. Tenía que hacer algo. No solo por él, sino por ella.

—Dulce, por favor… dame una oportunidad para arreglar esto. Te amo. Eres mi vida. —Su voz, cargada de emoción, mostraba la urgencia con la que sentía la situación.

Dulce lo miró fijamente, como buscando una respuesta en sus ojos. Por un momento, sus miradas se entrelazaron, y algo dentro de ella se quebró aún más. ¿Realmente lo amaba? ¿Era capaz de perdonarlo? Su corazón le decía que sí, pero su mente estaba llena de dudas. ¿Era esto lo que merecía?

—No sé si puedo seguir confiando en ti, Ricardo. Lo que más me duele no es lo que hizo Eliza, sino lo que tú permitiste que pasara. —Dulce intentó hablar, pero las lágrimas comenzaron a asomarse. —Te prometí que sería tu compañera, que lucharíamos por todo. Y ahora no sé si estoy luchando por un matrimonio que vale la pena.

Ricardo la miró, su corazón destrozado por las palabras de su esposa. Sabía que no podía esperar más. No podía seguir siendo el hombre que dudaba. La veía a ella, su amor, su apoyo, y el pensamiento de perderla lo aterraba.

—Te prometo que lo voy a arreglar, Dulce. Yo soy el que tiene que cambiar, y haré lo que sea necesario para que confíes en mí de nuevo. Haré lo que sea para que volvamos a ser los de antes, porque no quiero perderte. No quiero perder lo que tenemos.

Dulce lo miró durante unos segundos que parecieron eternos. Su mente estaba en guerra. El dolor, la desconfianza, la traición… pero también el amor. Había un lugar en su corazón que no quería soltarlo, que deseaba creer en su arrepentimiento. Sin embargo, sabía que no podía seguir viviendo con esa incertidumbre.

—Lo que tenemos está en juego, Ricardo. Yo no quiero seguir con esta sombra entre nosotros. Si me amas, tienes que demostrarlo. No quiero palabras. Quiero hechos.

Ricardo asintió, sus ojos reflejando una determinación feroz.

—Lo haré, te lo prometo. Y si me das una oportunidad, haré todo lo posible para que nunca más dudes de mi amor por ti.

Dulce lo miró una última vez, y aunque la duda seguía en su mente, algo dentro de ella comenzó a calmarse. Quizás, solo quizás, aún había una oportunidad para reconstruir lo que había sido su matrimonio. Pero esa reconstrucción no dependería solo de Ricardo, sino de ella también. Ambos tendrían que luchar.

—Entonces, empieza por hacer lo correcto —respondió Dulce, con una mezcla de tristeza y esperanza.

Ricardo la observó, y en sus ojos se reflejaba el compromiso de que no volvería a fallarle.

Dulce salió de la oficina de Ricardo con el corazón agitado y la mente llena de dudas. La conversación con su esposo había sido intensa, pero también reveladora. ¿Qué hacer ahora? Pensó mientras caminaba hacia el ascensor, que parecía más lento que nunca. Su mente no paraba de dar vueltas, sopesando lo que había escuchado y vivido en las últimas horas. Aquel amor que había creído inquebrantable, ¿podría resistir la prueba de la traición?

Ricardo le había prometido que cambiaría, que lo arreglaría, y Dulce quería creerle. Pero había algo en su interior que no podía ignorar: Eliza no se detendría, y si Ricardo no actuaba con determinación, podría perderlo para siempre.

Mientras tanto, en la oficina de Eliza, la situación no era tan sencilla. La joven secretaria, que hasta ese momento había jugado a su favor, comenzaba a sentir la presión de haber cruzado la línea. No esperaba que Ricardo fuera tan claro en su rechazo, y mucho menos tan comprometido con su esposa. Eliza había tenido la certeza de que Ricardo cedería ante sus avances, que él sería como todos los demás hombres que había manipulado en su carrera profesional. Pero algo en su actitud le indicaba que no iba a ser tan fácil.

Eliza había calculado bien cada movimiento, pero ahora se encontraba ante un obstáculo que no había anticipado: el amor de Ricardo por Dulce. ¿Qué hacer cuando el amor verdadero está en juego? La respuesta era simple: Elimina el obstáculo.

Esa tarde, mientras Ricardo atendía una llamada importante en su oficina, Eliza se acercó a la suya, tomando un pequeño sobre con una carta escrita a mano. La carta no era solo un intento de disuadir a Ricardo, sino una jugada estratégica para manipular la situación aún más a su favor.

Con paso firme, Eliza entró en la oficina de su jefe sin previo aviso, dejando la carta en su escritorio antes de que él terminara su llamada.

—Eliza, ¿qué es esto? —preguntó Ricardo al ver la carta, sorprendida por su entrada abrupta.

—Es algo que debes leer —respondió ella con una sonrisa, dejando claro que la conversación estaba lejos de terminar. —No quiero que pienses que todo esto se trata solo de trabajo, Ricardo. Hay cosas que aún no entiendes.

Eliza dio media vuelta y salió rápidamente de la oficina, dejando a Ricardo con la carta en sus manos. Él la miró por un momento, dudando si abrirla o no, pero algo en su interior le decía que lo que fuera que estuviera escrito en esa carta podría cambiarlo todo.

Con las manos temblorosas, Ricardo abrió el sobre y comenzó a leer.

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