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Capítulo 2

Dulce asintió, aunque un nudo se formaba en su estómago. Por alguna razón, temía lo que su esposo iba a decir a continuación.

—Eliza ha estado trabajando más estrechamente conmigo estos días. —Ricardo hizo una pausa, mirando a Dulce a los ojos. —Es una joven muy capaz. Muy competente. Pero… hay algo que no te he contado.

Dulce lo miró en silencio, esperando. Algo en su tono la hizo sentirse incómoda, como si él estuviera preparándose para disculparse por algo que ya sabía que no iba a gustarle.

—¿Algo pasó con ella? —preguntó Dulce, a sabiendas de que esa respuesta podía cambiarlo todo.

Ricardo suspiró profundamente y se pasó una mano por el cabello.

—Sí. Eliza ha estado... —hizo otra pausa, como buscando las palabras adecuadas—... ha sido un poco... insistente. En su forma de comportarse conmigo. A veces, me siento incómodo con la forma en que actúa. —Un destello de culpabilidad cruzó su rostro, y Dulce, aunque aliviada en parte, no pudo evitar sentir que algo estaba por llegar.

—¿Insistente cómo? —preguntó Dulce, su voz apenas un susurro.

Ricardo la miró, y por primera vez en la conversación, parecía vacilar.

—Sutil, pero... es evidente. —Ricardo bajó la mirada, como si tuviera miedo de enfrentar las consecuencias de sus palabras. —Ella ha mostrado un interés más allá de lo profesional. Y aunque he intentado mantener las distancias, no puedo negar que su actitud me ha desconcertado.

Dulce sintió que su mundo se desmoronaba en ese momento. No era celosa, no solía serlo, pero esta situación era diferente. Eliza no solo era una joven atractiva, también estaba trabajando cerca de su esposo, buscando continuamente su atención, y él, aparentemente, no había podido poner un límite claro.

—¿Y qué vas a hacer al respecto? —preguntó Dulce, intentando mantener la calma.

Ricardo se inclinó hacia adelante, su expresión ahora más seria.

—He decidido que necesito hablar con ella y dejar las cosas claras. No quiero que esta situación afecte lo que tengo contigo. Te lo prometo. —Su voz tembló ligeramente, como si le costara admitir lo que había ocurrido.

Dulce no dijo nada durante un largo rato. Estaba procesando lo que le había contado su esposo, buscando la manera de comprenderlo. No estaba segura de cómo sentirse. Por un lado, Ricardo parecía arrepentido, pero por otro, su falta de acción hasta ese momento la hacía sentir desprotegida. En su mente, las preguntas comenzaban a acumularse: ¿Por qué no me lo contó antes? ¿Por qué dejó que todo esto llegara tan lejos?

—No quiero que me hagas promesas, Ricardo. Quiero ver qué haces. Quiero ver qué tan lejos estás dispuesto a llegar para proteger lo que tenemos —dijo finalmente, su voz firme pero cargada de emociones contenidas.

Ricardo asintió, reconociendo la gravedad de las palabras de su esposa.

—Lo entiendo. Te debo una disculpa. Te prometo que esto no volverá a suceder. —Se levantó de la mesa y se acercó a ella, tomándola de las manos. —Te amo, Dulce. Y no quiero que nada ni nadie nos separe.

Dulce lo miró, pero una parte de ella seguía distante. No podía simplemente olvidar lo que había pasado. Sabía que el camino hacia la reconciliación sería largo, y que esa promesa, aunque sincera, no borraba el daño ya hecho.


Mientras tanto, en la oficina de Ricardo, Eliza ya sabía que las cosas no se estaban desarrollando como ella esperaba. Había sido paciente, había jugado sus cartas con astucia, pero su jefe, al que había estado seduciendo con cada sonrisa y cada gesto insinuante, no estaba respondiendo como ella esperaba. Y eso la irritaba.

Eliza no había llegado a la ciudad solo para ser una secretaria. Había llegado con un objetivo claro: conseguir lo que quería, y lo que quería era a Ricardo. Si su matrimonio era un obstáculo, entonces tendría que hacer lo que fuera necesario para eliminarlo. Y si eso significaba destruir su relación, entonces lo haría sin pensarlo dos veces.

La guerra no había hecho más que comenzar.

El día siguiente transcurrió entre la tensión de lo sucedido la noche anterior y la incógnita sobre el futuro de su matrimonio. Dulce no podía dejar de pensar en las palabras de Ricardo. Había prometido que hablaría con Eliza y que pondría fin a lo que sea que estuviera sucediendo entre ellos, pero algo dentro de ella no podía calmarse. No era simplemente la idea de una tentadora secretaria que seducía a su esposo lo que la inquietaba; era el hecho de que, por primera vez, Ricardo había fallado en proteger lo que ellos habían construido, lo que representaban como pareja.

Ricardo, por su parte, sentía una profunda culpa. No solo por la situación incómoda que había permitido que creciera con Eliza, sino también por ver a Dulce tan distante. Cada vez que la miraba, sentía que la conexión que siempre habían tenido comenzaba a desvanecerse, como si ella estuviera construyendo un muro entre ellos, uno que él no sabía cómo derribar.

Esa tarde, al llegar al trabajo, Ricardo encontró en su escritorio una nota de Eliza. Estaba escrita a mano, con una letra cuidadosamente estilizada, y decía lo siguiente: "Te espero en mi oficina después de las 6. Necesito hablar contigo. Eliza."

Ricardo sintió un leve nudo en el estómago. Había estado evitando a Eliza todo el día, centrado en asegurarse de que su conversación con Dulce no fuera en vano, pero sabía que tenía que enfrentar a la joven secretaria. Ella no iba a dejarlo ir tan fácilmente.

A las 6 en punto, Ricardo se dirigió hacia el despacho de Eliza. Al entrar, la encontró sentada detrás de su escritorio, sonriendo con una seguridad que hizo que su corazón latiera más rápido. Ella no parecía preocupada, no parecía arrepentida por nada. Era como si estuviera esperando que Ricardo cediera a sus encantos, como si ya lo tuviera completamente bajo su control.

—¿Qué pasa, Eliza? —preguntó Ricardo, manteniendo su tono serio y profesional. —Sabes que tenemos que hablar sobre tus actitudes en el trabajo.

Eliza levantó la vista de los papeles que tenía sobre su escritorio, fijando su mirada en él. Su sonrisa no desapareció, pero sus ojos, fríos y calculadores, revelaban lo que realmente pensaba.

—Sé que quieres hablar de eso, Ricardo. Pero antes de seguir, debo decirte que me ha molestado mucho lo que ocurrió ayer. —Su voz era suave, casi seductora, y sus palabras parecían estar cargadas de un subtexto oculto. —Tú y yo tenemos una conexión. Lo sabes. No tienes que ocultarlo. ¿Por qué no aceptarlo?

Ricardo se tensó al escucharla, pero se obligó a no perder el control. Sabía que Eliza estaba manipulando la situación para ponerlo contra la pared.

—No estoy aquí para jugar a esos juegos, Eliza. Ya he hablado con mi esposa sobre ti, y quiero que dejes de hacer esto. Esto no es profesional, ni para ti ni para mí. —Ricardo intentó que su voz sonara firme, pero algo en el aire entre ellos, la proximidad, hacía que su confianza comenzara a tambalear.

Eliza se levantó lentamente, acercándose a él con pasos decididos. Cada movimiento estaba calculado, como si estuviera creando una atmósfera cargada de tensión.

—¿De verdad lo crees, Ricardo? —dijo, su tono ahora mucho más bajo y sugerente. —¿Qué tan perfecta es tu esposa? Porque yo no veo nada que sea tan perfecta. Tú y yo sabemos lo que hay entre nosotros. ¿Por qué seguir luchando contra ello?

Ricardo sintió que la presión aumentaba. Eliza estaba siendo descaradamente provocativa, y aunque su mente le ordenaba mantenerse firme, algo en su interior comenzaba a dudar. No de su amor por Dulce, sino de su capacidad para manejar la situación. Eliza estaba jugando con él, y aunque él lo sabía, no podía evitar sentirse atrapado en su propia red de palabras y miradas.

—Te he dicho que esto se acabó. —Ricardo dio un paso atrás, alejándose de ella. —No quiero que esto vuelva a ocurrir, Eliza. Si sigues con este comportamiento, te voy a reportar.

Eliza lo miró con una mezcla de desdén y desafío. Sus labios se curvaron en una sonrisa, pero esta vez no era cálida. Era una sonrisa de quien sabe que tiene el control de la situación, aunque Ricardo no lo supiera aún.

—¿Crees que con una amenaza vas a detenerme? —Eliza lo miró con intensidad, como si estuviera esperando una respuesta que sabía que no llegaría. —Tú y yo sabemos que esto no ha terminado, Ricardo. Yo siempre consigo lo que quiero.

Ricardo, sintiendo un torbellino de emociones, salió rápidamente de la oficina sin decir una palabra más. Necesitaba aire, necesitaba claridad, porque en ese momento algo le decía que Eliza no iba a detenerse. Había desatado algo dentro de él que no podía ignorar, aunque su amor por Dulce seguía siendo su mayor prioridad.

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