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Capítulo 1

Dulce y Ricardo siempre habían sido la pareja ideal. Se conocieron en la universidad, ambos en sus últimos años de carrera, y desde el primer momento supieron que sus destinos estaban entrelazados. Su relación nunca estuvo llena de altibajos dramáticos ni inseguridades. Desde el principio, la comunicación y el respeto fueron los pilares que cimentaron su amor. Se entendían sin necesidad de palabras, se apoyaban mutuamente en los momentos difíciles y compartían sueños y aspiraciones para el futuro.

Vivían en una casa moderna, decorada con un estilo minimalista y cálido, reflejo de la personalidad de Dulce. Ella era una mujer dedicada a su familia, pero su pasión por el diseño de interiores la llevaba a tener proyectos de renombre, aunque nunca dejó que su carrera opacara su rol en casa. Ricardo, por su parte, era un hombre de negocios exitoso, dueño de una agencia de publicidad que había logrado levantar desde cero. Ambos compartían una vida llena de momentos felices, pero nunca dejaban de lado la importancia de mantener una vida privada equilibrada.

Aquella mañana, como cualquier otra, Dulce preparaba el desayuno mientras Ricardo leía el periódico en la mesa de la cocina. Las tazas de café humeaban en la mesa, y el sol entraba suavemente por la ventana, iluminando el comedor de su hogar.

—¿Vas a estar tarde en la oficina hoy? —preguntó Dulce mientras organizaba los platos sobre la mesa.

Ricardo levantó la mirada y sonrió, sin apartar los ojos del periódico.

—Creo que sí, hay algunas reuniones importantes. Pero no te preocupes, prometo no alargarme demasiado —respondió con su tono tranquilo y confiado.

—Te esperaré, entonces —Dulce sonrió, sirviendo el café en las tazas con una sonrisa que reflejaba su cariño genuino.

En ese instante, el sonido del teléfono móvil de Ricardo interrumpió la calma de la mañana. Dulce no le prestó mucha atención, acostumbrada a que su esposo siempre tuviera alguna llamada o mensaje de trabajo. Sin embargo, vio que la expresión de Ricardo cambió sutilmente al leer la pantalla.

—¿Todo bien? —preguntó Dulce, al notar la pequeña pausa que hizo su esposo.

—Sí, todo bien —respondió él rápidamente, metiendo el teléfono en su bolsillo sin decir más.

Dulce no pensó demasiado en ello. A veces Ricardo era así, se guardaba para sí mismo detalles de su trabajo, especialmente cuando se trataba de proyectos confidenciales. Ella respetaba su espacio y confiaba plenamente en él. No podía imaginar que, en ese preciso momento, su vida tranquila y predecible estaba a punto de dar un giro inesperado.

Esa tarde, después de que Dulce terminara su jornada de trabajo y se preparara para recibir a Ricardo, algo en el aire parecía diferente. Los minutos parecían alargarse más de lo habitual, y Dulce comenzó a sentir una ligera inquietud, como si hubiera algo que no encajara del todo en la normalidad de aquel día. Decidió entonces ir al gimnasio, como hacía algunos días a la semana, para liberar un poco de tensión y despejar su mente.

Cuando regresó a casa, la luz del sol ya comenzaba a desvanecerse y la quietud del hogar la recibió con la misma calma de siempre. Ricardo no había llegado aún, lo cual no era raro, pero lo que sí llamó su atención fue el mensaje en la pantalla de su móvil. Era un mensaje de su mejor amiga, Julia, que le preguntaba si todo estaba bien en casa.

Sin saber por qué, Dulce sintió una extraña sensación de nerviosismo, como si algo estuviera a punto de romperse. Dejó el móvil sobre la mesa y se recostó en el sofá, esperando a que su esposo llegara.

A las ocho de la noche, finalmente escuchó la puerta abrirse. Ricardo entró con su porte elegante, como siempre. Llevaba su traje oscuro, con la chaqueta ligeramente desabotonada, y su expresión era tan serena que parecía estar en completa calma.

—Te estaba esperando —dijo Dulce, levantándose del sofá con una sonrisa—. ¿Cómo estuvo tu día?

—Cansado, pero productivo. ¿Y el tuyo? —respondió él, colgando su abrigo y besándola en la mejilla.

—Igual. Pensé que podríamos cenar juntos hoy. ¿Te parece? —preguntó Dulce, mientras lo observaba con atención.

Ricardo asintió con una sonrisa.

—Me encantaría, pero tengo que terminar unos detalles de un proyecto. Me va a tomar un poco de tiempo, pero te prometo que después de eso estaremos juntos. ¿Te parece?

Dulce asintió, aunque no pudo evitar sentir una punzada en su pecho. Había algo en su voz, una pequeña sombra de distracción que no pasó desapercibida para ella.

Cuando Ricardo subió al despacho, Dulce no pudo evitar pensar en el mensaje que había recibido. ¿Por qué Julia preguntaba por su día? A veces las mujeres tienen un sexto sentido, y Dulce sabía que algo no estaba del todo bien. Decidió esperar, pero una pequeña duda comenzó a aflorar en su mente. ¿Podría ser que algo estuviera alterando su matrimonio tan perfecto?

Mientras la noche avanzaba y Ricardo permanecía ocupado en su oficina, Dulce no pudo evitar mirar hacia la puerta del despacho una vez más. Aquel silencio que los rodeaba ya no parecía tan reconfortante como antes.

El reloj marcaba casi las diez de la noche cuando Dulce, ya cansada de esperar, decidió ir a la cocina a preparar algo ligero para cenar. No quería interrumpir a Ricardo, pero la creciente inquietud en su pecho le impedía concentrarse en cualquier otra cosa. Mientras picaba una ensalada, su mente seguía dando vueltas a los pequeños detalles que no encajaban. La leve distancia de su esposo, su actitud distraída, las llamadas y mensajes que había recibido durante el día… Todo parecía tan diferente, como si él estuviera en otro lugar, lejos de ella.

Al poco rato, el sonido de los tacones de Ricardo bajando las escaleras la sacó de sus pensamientos. Él apareció en la entrada de la cocina, con la camisa desabotonada en el cuello, ya sin su chaqueta. Sus ojos reflejaban una mezcla de cansancio y preocupación, aunque lo disimulaba bastante bien.

—¿Comemos algo? —le preguntó Dulce, tratando de sonar casual.

—Sí, claro. Pero antes quiero hablar contigo, Dulce. —La seriedad en la voz de Ricardo hizo que Dulce se tensara. Sabía que algo estaba ocurriendo, aunque no sabía qué era.

Ambos se sentaron en la mesa, donde la luz cálida de la lámpara iluminaba sus rostros. Ricardo comenzó a hablar, pero con una especie de titubeo que nunca antes había mostrado.

—Hay algo que quiero contarte, algo que ha estado sucediendo en el trabajo. —Dulce lo miró fijamente, con el corazón latiendo más rápido. El tono de su voz no le gustaba nada. —Tú sabes que la empresa ha estado creciendo, y con ello las responsabilidades. Últimamente, he tenido que trabajar con más gente… gente nueva, que llega con ideas frescas y diferentes.

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