




New York/Parte 2
Dante
Luego de toda la información que me dio, decidimos comenzar a trabajar para ir avanzando, ya que también no podía quedarme mucho tiempo y dejar a Leo y Enzo a cargo. No era porque no confiara en ellos, al contrario, eran de las pocas personas en que confiaba. La inquietud era porque estaba con el pendiente del atraco que sucedió con los rusos. Algo me decía que en cualquier momento iban atacar. Sabía que no fueron nuestros aliados, pues tenía un vínculo muy cercano con uno de sus jefes. Era imposible que él me jugara chueco.
En una semana resolví el problema de la empresa. Me sentía agotado y aburrido de tantos archivos que habían pasado por mis manos. Solo deseaba despejarme y distraerme un poco, ¿y qué mejor que el sábado para hacer eso?
El sábado por la tarde salí de mi despacho para irme directo al hotel en el que habitualmente acostumbraba a quedarme cuando venía. Edgardo me ofreció que me quedara con él en su apartamento, pero rechacé su invitación. Estaba acostumbrado a tener mi espacio y privacidad, más si pensaba traer alguna mujer y pasar el rato. Él me conocía, y por esa razón no se ofendió por mi rechazo. El hotel era de mi propiedad. Además, era como un hogar para mí.
Caminé directo hacia mi habitación con Franco detrás de mí. El equipo se quedó abajo para custodiar. Solo permitía que mi guardaespaldas de confianza me acompañara hasta la puerta.
—Prepara el auto. En menos de diez minutos salimos —le informé antes de entrar en la suite en la que me quedaba.
—Sí, señor.
Cuando entré, escuché mi teléfono, que emitió un pitido. Miré la pantalla. Era una llamada de Iván.
—¿Qué tal van los asuntos? —fue lo primero que preguntó cuando respondí su llamada.
—Todo bien, ya casi resueltos.
—Eso quiere decir que pronto regresarás —soltó muy seguro.
—Quizá. Hay que resolver también lo de los rusos.
—En eso ando ya. Para eso te hablaba. El problema se hizo más grande aún.
—¿De qué demonios hablas? —inquirí casi en un grito.
—El cartel ruso con el que estamos asociados dijo que no hemos cumplido con la mercancía acordada y que, en vista de nuestra falta de palabra, ya no hay acuerdo. —Estaba muy enfadado. Era la primera vez que perdíamos un cargamento y una asociación donde ambos lados salíamos favorecidos.
—¡Maldición! —Todo esto era gracias a la emboscada que nos habían hecho. Habíamos perdido mercancía y, lo más importante, unos grandes socios—. Aún no puedo regresar, así que enviaré a Franco para que te ayude.
—¿Cuándo entenderás que ninguno de nosotros somos tú? Aquí los sustitutos no valen nada.
—No los dejo para que me sustituyan. Lo enviaré para que vaya de recadero.
—Espero que termines con los asuntos de la empresa y regreses lo más pronto posible. Te dejo, hablamos luego.
Colgó, dejándome con la palabra en la boca. Estaba furioso, pero no más que yo.
No me podía enfadar con él porque sabía que tenía razón. Estaba molesto conmigo porque vine a resolver asuntos que no eran tan graves como los que se encontraban en Italia.
Volví al salón de la suite ya listo y arreglado para salir y llamé a Franco para que me informara mejor la situación.
—Franco, dame toda la información de los rusos. ¿Cómo es que Iván se enteró de ello?
—Han sido ellos. Se lo hicieron saber al mandar a uno de nuestros hombres golpeado, torturado y casi muerto —responde.
—De acuerdo. Ven a la suite para hablarlo bien.
Agarré mi arma para ver quién demonios tocaba la puerta. Me tranquilicé y guardé mi pistola. Era Edgardo. Supuse que ya estaba al tanto del asunto.
—¿Pasa algo? —le pregunté al abrir la puerta.
—¿Y lo preguntas así tan a la ligera? —Entró sin esperar una invitación a pasar—. Si no me lo dice Iván, ni me entero. No porque ya no esté al cien por ciento en la organización significa que me puedas hacer a un lado.
—No, en ningún momento he pensado así. Me acabo de enterar también.
Su enojo se suavizó.
—Está bien, te creo, pero ni pienses que esta vez los dejaré solos con esto. —Cuando iba a replicar, él habló de nuevo—. No se pueden deshacer de mí así a la ligera solo porque ya esté viejo.
—No se trata de eso, tu salud es más importante, y debes descansar.
—Al carajo con mi salud. Primero es la familia y los negocios. Ya más adelante habrá tiempo para descansar, quizá cuando me muera. —Se giró para volver a la puerta—. Tengo que volver a la empresa. Solo vine para ponerte al tanto.
—Deja por hoy el trabajo. Es sábado, y lo mejor sería salir a distraerse un poco.
—Con todo esos problemas yo no tengo cabeza para ese tipo de cosas. Además, ya estoy muy viejo para esos trotes. Quizás a ti sí te sirva para que te desestreses un poco.
—Vamos, viejo, sé que quieres. Voy a ir al club Dark Side, al que acostumbramos ir Iván y yo cuando estamos aquí. Sé que te gustaría ver a Julie. —Le guiñé un ojo.
Sabía que ella y él tuvieron sus amoríos, pero de eso ya hacía mucho tiempo. Él dejó de frecuentar ese lugar y solo su hijo y yo seguimos yendo, solo que ya tenía un largo tiempo que no iba. Era un sitio que frecuentaba cuando me encontraba en Nueva York, pero como tenía muchos meses sin venir a América dejé de ir. Ahora solo quería pasar el rato y olvidarme un poco de los problemas que se avecinaban. Si mi amigo estuviera aquí, me lo prohibiría, pero como yo no obedecía a nadie, iría de igual manera.
Tal vez no era un prostíbulo como al que pensaba ir. Eran los lugares que más frecuentaba en otros países cuando estaba de viaje. Sin embargo, ese club era bueno para ir a beber y tener algo de compañía mientras recibía un oral por parte de alguna bailarina. Sí, porque en ese lugar era lo que más hacían: bailar en una pasarela con tubo. A veces tomaba a alguna que otra por fuera para llevarlas a algún sitio y tener sexo con ellas, pero en muy pocas ocasiones.
Quizá solo por hoy me conformaría con una compañía. Mientras ella hiciera su trabajo, yo me bebería un whisky escocés, ya que el alcohol era el bien para todos mis males.