




New York/Parte 1
Dante
Dante
—Dante, no puedes viajar ahora. No puedes dejar a cargo a otros. Es más necesario que te quedes en Italia. Las cosas se pueden llegar a complicar con los rusos e Iván no está en condiciones para relevarte.
—¿Crees que me importa lo complicadas que estén las cosas? Me conoces, y sabes que no te haré caso. Quieras o no, tengo que estar allí. Es mi deber. Los negocios están teniendo problemas de nuevo y esta vez tú solo no podrás con ello. No puedo quedarme de brazos cruzados. —Giré mi mirada hacia la ventanilla. Iba en el avión. Ya había llegado a Italia para que Iván pudiera bajar. Al parecer, a Edgardo no le gustaba que me fuera del país—. Tú tendrás derecho a muchas cosas, pero a decirme lo que tengo que hacer no. —Corté la llama.
Sabía que se preocupaba por la organización y las empresas, pero esta vez ocupaba ayuda, ya que siempre hacía todo solo. Él controlaba los negocios empresariales y yo la organización. Lo mío casi nunca fue el negocio de empresas. Llevaba en mí sangre más el peligro. Iván y yo estábamos encargados de controlar el 80 % de la droga que se consumía en todo Europa y América. La mayoría de la mercancía que distribuíamos nos llegaba desde el sureste del país y luego era distribuida en dos continentes más. Uno de ellos era donde habíamos tenido conflicto por una emboscada de los otros rusos enemigos, con los que no estábamos asociados.
Resultó que una parte de Rusia estaba dividida en dos cárteles, el aliado y el enemigo. La otra parte del país no estaba vinculada con nuestra organización, y para ellos significaba una ofensa al tomar su territorio. Así se aplicó en todas las organizaciones del mundo. Nadie tenía permitido tocar tu territorio a menos de que quisiera guerra. Como esas dos organizaciones ocupaban un país juntos, ese era el arriesgo que uno corría al unirse a una de ellas. Llevábamos varios meses peleando por el control de toda la droga en Rusia, pero los rusos no entendían que con la mafia italiana nadie se metía y menos con el Diablo. No vivían para contarlo. Edgardo estaba al tanto de todo, sabía a quién nos enfrentábamos, pero este era nuestro negocio, la vida que habían elegido. En mi caso, era la que me tocó y la que ahora me gustaba llevar. Desde que mataron a mi padre así fue. Por mi valor y astucia me convertí en el Diablo de Italia. Era un legado que mi viejo dejó para mí, el cual se manejó así de generación en generación. Siempre me decía que yo algún día tenía que seguirla y mi hijo también. En ese caso lo decepcionaría, ya que no pensaba tener hijos.
Llegue a América, a la ciudad de Nueva York, de noche. Cuando viajaba, prefería hacerlo de noche y más si era para asuntos de la organización. Era una forma de prepararme por si tenía que cargarme al enemigo.
—Primero iremos a la empresa —le avisé a Franco cuando lo vi bajar.
Tenía un grupo de hombres bien entrenados y capacitados para seguir todas mis órdenes, y los que cuidaban todo el tiempo mi espalda. Entre ellos solo confiaba en Franco. Él se encargaba de controlar a los demás. Era el jefe del escuadrón.
Sabía que era muy temprano, pero tenía que ponerme al tanto de muchas cosas. Era de madrugada y faltaban casi dos horas para que saliera el sol.
—Todo en orden, señor —anunció Franco—. Cuando usted lo ordené —dijo lo que quería escuchar, porque así me gustaba, que todo estuviera en orden. No me gustaba llevarme una sorpresa.
Asentí.
Nos encaminamos hacia los autos que estaban esperándonos cerca de la pista. La llegada a la empresa nos llevó menos de treinta minutos.
Me encontraba ya en mi despacho en el último piso del rascacielos. Esta era la matriz de mis empresas en América. Era el puto rey de este continente también, donde controlaba un imperio de empresas que servían para tapar todos mis negocios sucios.
Al ver llegar a Edgardo, me giré para verlo y darle un caluroso abrazo. Él era como un padre para mí. Desde que murió mi viejo él se convirtió en uno, ya que comenzó a protegerme más y a preocuparse por todo lo que hacía. Sabía que no me gustaba que me quisieran controlar y rara vez le obedecía, aunque sabía que en muchas cosas tenía la razón.
—Bienvenido, hijo. —Me dio unas palmadas en la espalda. Jamás me molestó que me llamara así. Sabía que me consideraba casi igual que Iván, y estaba agradecido por ello—. Me da gusto tenerte de vuelta aquí, aunque la mayor parte siempre me desobedezcas.
—Y sabes bien que así seguirá siendo —le respondí—. ¿Cómo has estado?
Me enteré por Iván que no había estado bien de salud, pues él estaba enfermo del corazón desde hacía varios años. En cierta medida por eso se retiró de la organización. Decidimos que lo mejor sería que se hiciera cargo de las empresas y de todos los negocios administrativos. Además, necesitaba de su ayuda por este lado.
—Por mi salud no te preocupes, estoy bien.
Lo miré y vi algo de cansancio en su mirada. Tendría que dale unos días de descanso mientras estaba aquí, pero primero me tendría que informar todo lo relacionado con los problemas que tenía esta empresa. Observé a Franco y a algunos de los hombres que se encargaban de nuestra protección y me acerqué al bar que tenía en mi despacho. Sabía que era muy temprano para beber, pero me importaba una mierda. Lo más seguro era que Edgardo no tardaría en reprenderme como si fuera un estúpido adolescente. Me serví un whisky escocés y me giré para verlo de nuevo.
—Dante, tienes que cuidarte, no te hace bien tomar tan temprano y a todas horas. Esa adicción por el alcohol te acabará —dijo preocupado.
«Lo sabía».
—Sé lo que hago. Además, no sé si lo has notado, pero llevo más de dos años que tomo sin embriagarme, solo tomo un par de tragos al día. Me sirve para relajarme, y funciona. Es como una dosis que mi cuerpo necesita.
Llegué al sofá que se hallaba en una sala que tenía en mi despacho y me senté en él. Meneé mi vaso para remover la bebida. Después hice un ademán con la mano para que el equipo de seguridad se retirara. A mi señal todos salieron. Franco cerró la puerta tras su espalda.
Ya sentados en nuestros asientos, Edgardo empezó a ponerme al día con todo lo sucedido en la empresa. Me dejó en claro todas las finanzas y las asociaciones de las cadenas empresariales que estaban aliadas con las nuestras. Todo eso nos llevaría algo de tiempo, pero yo solo podía quedarme menos de dos semanas, un buen periodo para resolver varios asuntos. No era tan grave. Teníamos una asociación con una compañía rusa que era de mucha ayuda. Tal vez él tuvo razón respecto a que el problema no era de suma importancia, pero no por eso iba a dejarlo solo y menos ahora que no estaba bien de salud aunque él dijera lo contrario.