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Prima Donna

Laura llamó a la puerta del departamento de Deanna. No la esperaba. Ese día las clases se habían cancelado y aprovechó para poner orden y limpiar un poco. De no haber sido así, no regresaría hasta bien entrada la tarde. Se suponía que ese sería su último año y lo terminaría junto con Harry, pero ahora tendría que esperar un poco más.

—Lamento molestarte hoy.

—Para nada, Laura, pasa… Está un poco revuelto porque me puse a limpiar un poco.

—Gracias. Vengo con una misión.

—¿Una misión?

—Sí, mi cuñado me dio su tarjeta de crédito y hoy iremos de compras las dos.

—Me imagino que ya está planificada la reunión familiar.

—Sí.

—Bien, haré mi mejor esfuerzo.

—De verdad, Deanna, no sé cómo agradecerte lo que estás haciendo. Sé que no te llevaste una buena impresión de Daniel la otra noche y deberás posponer tus estudios por nosotros. Pero no sabes lo que significa para mí —dijo, colocándose ambas manos sobre el vientre.

—Estoy más que contenta por poder ayudarlos, no seas tonta. Ese pequeño granito que está creciendo dentro de ti tendrá los mejores padres del mundo y crecerá feliz. Eso es todo lo que importa.

—Y tendrá una tía maravillosa.

—Que va a malcriarlo hasta el cansancio.

—Vayamos a gastar el dinero de Daniel. Tenemos que encontrar el atuendo perfecto.

—Bien, déjame que me cambie primero.

En su vida, Deanna había pisado tiendas como esas. El vestido más barato equivalía a tres meses de su salario. ¿Había gente que gastaba tanto en una sola prenda? Se sentía reticente a comprar esas cosas. No solo necesitaba ropa nueva, sino también zapatos, bolsos y una visita al salón, según Laura.

Así era como estaban acostumbrados a vivir. Laura solo pasaba la tarjeta de crédito y salían de una tienda para entrar en otra. Además, pasaban mucho tiempo probando modelos y eligiendo colores. A Deanna ya comenzaba a dolerle la cabeza. Era un mundo totalmente extraño para ella.

Su vida siempre fue sencilla. Su madre y su abuela la habían criado prácticamente en el pequeño restaurante que manejaban, entre ollas y condimentos. Tuvo una infancia normal, jugando con sus amigos después del colegio hasta tarde en el parque. Una adolescencia común, entre amigas y salidas al cine. Había trabajado en el restaurante desde los 16 años y tenido su primer amor a los 17.

De pronto, estaba sumergida en un mundo totalmente nuevo y no estaba segura de poder disfrutarlo. Ninguna de esas cosas por las que Laura se emocionaba le causaban el mínimo interés. Su única pasión siempre fue cantar, y todo lo que quería era hacerlo en un teatro de renombre hasta que no pudiera hablar más. Tampoco buscaba fama o fortuna. Cuando cantaba, sentía una energía indescriptible, era feliz, era libre.

—Creo que este color va muy bien con tu tono de cabello.

—No tengo idea de lo que hablas, Laura, pero eres la experta —Laura rió.

—Bueno, entonces deja todo en mis manos. Ni Harry podrá reconocerte.

Sus profesores se sorprendieron cuando se presentó en la audición para la prueba de ingreso. Nadie entendía cómo de ese cuerpo delgado podía surgir una voz con semejante potencia, capaz de alcanzar las notas más altas sin perder calidez. Definitivamente estaba destinada a un futuro brillante.

En el escenario, Deanna cambiaba radicalmente. No era la misma optimista y sonriente de siempre. Se transformaba en una presencia que acaparaba todas las miradas. Su porte mutaba y su rostro expresaba una pasión que alcanzaba a todos los que la observaban. Ponía toda su alma en cada interpretación.

—Parezco mi tía abuela con esto puesto… y está muerta.

—Estás exagerando. Te queda magnífico… pero quizá no es tu estilo.

—¿Vamos a tardar mucho más?

—No podemos volver hasta que encuentres el traje perfecto para impresionarlos a todos… Aunque creo que a Daniel ya lo impresionaste.

—Tu cuñado es el hombre más impasible que conozco.

—Es una gran persona, solo un poco…

—¿Desabrido?

—Formal, diría yo.

En realidad, Deanna no había esperado que Daniel fuera tan atractivo en persona. Se había hecho la idea de que sería un hombre diferente, pero él no aparentaba sus 40 años. Tampoco parecía más joven; era como si estuviera en el momento justo de la vida. Apenas tenía algo de gris en las sienes y se expresaba más con los ojos que con las palabras.

Si no fuera por esa manera brusca de decir las cosas y sus intentos de imponer su voluntad, podría entender por qué lo consideraban un buen partido. Deanna percibió algo más, pero no se atrevía a mencionárselo a Laura. Tal vez fuese solo idea suya, pero Daniel parecía llevar una tristeza muy grande dentro de él. Conocía su historia por Harry, seguramente a eso se debía.

—¡Oh, sí! Ese es el adecuado para ti.

—¿Estás segura?

—¡Por supuesto! ¿Cómo te sientes en él?

—Como una Prima Donna.

—Entonces este es.

—¡Gracias a los cielos! ¿Ya nos podemos ir? Tengo hambre.

—Claro, iremos a comer algo y luego buscaremos el resto de las cosas.

Internamente, Deanna se juró que mataría a Harry cuando lo viera.

Mientras ellas hacían compras, Harry fue a visitar a su hermano en la oficina. Tenía que lograr que Daniel bajara un poco la intensidad en su trato hacia Deanna. Sabía que ella no se echaría atrás, pero tampoco quería que fuera el blanco del carácter complicado de su hermano.

En ese momento, Susan estaba con Daniel, tratando de averiguar si lo que su madre le había comentado era cierto. Al final, Harry decidió confesarle todo.

—Tengo dos hermanos que se fugaron de un manicomio… Están locos.

—Vamos, Susan, sabes bien que no tenemos otra opción. Todo por esa regla familiar, y mi amiga era la única que podía decirnos que sí.

—Debe quererte mucho para haber accedido a esto sin pedir nada a cambio.

—Ella es genial. Por eso te pido, Daniel, que por favor trates de ser menos estricto, ¿sí?

—Esa mujer es combativa y para todo tiene una respuesta. ¿Por qué no le pides que sea más dócil?

—Hermano, la estamos poniendo en una situación difícil. Ella no tenía por qué aceptar; solo quiere ayudarnos.

—Tiene razón, Harry. Trátala bien, Daniel.

—Me hacen sentir como si fuera un monstruo sin corazón.

—Claro que no… solo eres un poco distante a veces y muy, muy, pero muy desdeñoso cuando te lo propones.

—Por supuesto que no.

—Por supuesto que sí, Dan —dijo Susan.

Con el apoyo de Susan en toda esta farsa, tendrían más posibilidades de lograr que fuera creíble. Aunque ella todavía no entendía cómo Daniel había accedido con tanta facilidad, estaba segura de que su hermano mayor jamás se prestaría para algo así.

Sin embargo, si había un sobrino en camino, todo cerraba. De todas maneras, debía haber un factor más involucrado. Lo descubriría cuando al fin conociera a Deanna.

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