




Capítulo 6
-
-
-
-
-
-
-
-
-
-
- Leo * * * * * * * * * * *
-
-
-
-
-
-
-
-
-
—¿Qué sucede ahora? —me pregunta Max cuando hemos llegado al siguiente jardín de la mansión en la que nos encontrábamos. Ahora, ya podía hablar con mi amigo con total libertad y sin el temor de ser escuchado por algún paparazzi que llegara a malinterpretar las cosas.
—Lo mismo de siempre… supongo —le digo al tiempo en que escondo mis manos en cada bolsillo lateral de mi pantalón.
—¿Por qué discutieron esta vez? —pregunta mientras continúa caminando para alejarse un poco más.
—Es… absurdo —le digo un tanto decepcionado mientras lo sigo.
—Nada es absurdo en un matrimonio, Leo —me indica mi amigo—. ¿Qué pasó? —interroga interesado.
—Acabamos de discutir por la prensa —le señalo; y, cuando digo ello, aquel se gira a verme.
—¿La prensa? —cuestiona un poco sorprendido—. ¿Qué pasó con la prensa ahora? —interroga al fruncir su entrecejo un poco—. ¿Acaso han vuelto a…
—No, no es eso —le contesto al interrumpirlo—. No tiene nada que ver con lo que pasó —le digo.—. Porque si se atrevieran a hacerlo otra vez, yo mismo me encargaría de sacarlos del aire definitivamente —aclaro con molestia al recordar todos esos meses de escándalo que nos tocó vivir a mi familia y a mí a causa de un rumor.
—¿Llegaste a averiguar quién fue la fuente? —me pregunta interesado.
—No, aún no —le contesto un poco frustrado—, pero —menciono al tiempo en que miro a mi amigo muy fijamente—, cuando lo encuentre, me voy a encargar de refundirlo en la cárcel por difamación —sentencio tajante y molesto—. Lo que le hicieron a mi familia no…
—Leo, Leo, ya —me pide mi amigo al dar suaves palmadas en mi espalda—. Estoy seguro de que pronto hallarás a la fuente y, juntos —enfatiza la última palabra—, vamos a refundirlo en la cárcel —señala muy firme—, pero ahora, solo concéntrate en tu familia y en ti —me pide tranquilo—. No tiene caso pensar en eso ahora —añade—. Un solo problema a la vez —concreta y, con ello, me tranquilizo un poco.
Max tenía razón, tenía que resolver un problema a la vez y… ahora, el problema era
《Una serie de múltiples problemas con Norka》
—¿Qué pasó con la prensa? —me vuelve a preguntar mi amigo.
—Sabes que a los niños no les gusta estar respondiendo preguntas —le señalo.
—Es lógico; son niños —responde mi amigo de forma relajada—. Aunque Luciano tenga 18 años, al menos, sé que le desagrada las cámaras —agrega—. Después de todo, aquel escándalo, creo que le afectó más a él que a cualquier otra persona.
—Y esa es la principal razón por la que quiero encontrar al bastardo que inventó todo eso acerca de Norka —expreso muy molesto—. Pueden hacer cualquier cosa conmigo, pero no con mis hijos —sentencio.
—¿Por eso no has querido ayudar a Luciano a rentar un departamento? —me pregunta curioso.
—Prefiero que esté en casa un tiempo más —respondo con toda sinceridad—. Al menos hasta que el tema quede cerrado por completo —manifiesto tajante—. Y eso solo será cuando el difamador o difamadora se encuentre tras las rejas —sentencio con firmeza.
—Entiendo —responde comprensivo.
—Sí…—susurro— bueno —suspiro—. Entonces, te decía que a los niños no les gusta exponerse por mucho tiempo a la prensa, pero lo hacen por su madre —le señalo.
—¿Sabes? —articula mi amigo a la vez que saca un par de cigarrillos de su saco—. Esa es una de las cosas que sigo sin entender de Norka —precisa al entregarme uno de los cigarrillos—. La prensa, prácticamente, la sepultó —indica al encender su cigarro—. No entiendo cómo es que todavía tiene ánimos de seguir atendiéndola —concluye mientras me entrega su encendedor para prender el mío.
—Créeme que yo tampoco lo sé —contesto muy sincero para después darle la primera calada a mi cigarro.
—Deberías hablar con ella —me aconseja mi amigo—. Si Norka desea, puede dar las entrevistas que quiera o responder las preguntas que desee a la prensa —señala—, pero si eso está afectándote a ti y, sobre todo, a tus hijos —enfatiza al mirarme—, entonces tienes que decírselo —determina serio—. Ella deberá comprender —añade—. Lo que pasaron no es algo sencillo y fácil de sobrellevar —menciona Max—. Apenas ha pasado poco más de un año, Leonardo —agrega con mayor seriedad—. Si bien Luciano se encuentra mejor, estoy seguro de que aún no lo ha superado por completo.
—No, aún no lo ha hecho por completo —le confirmo desanimado—. Si bien ahora trata de no tomarle importancia a la prensa y a todo lo que sucedió, sé que…, algunas veces, se queda pensando en lo que pasó —le preciso al tiempo en el que recuerdo la reacción de mi hijo mayor y de mi esposa cuando vieron los diversos reportajes que una persona mal intencionada vendió a los medios.
—Habla con Norka —me repite mi amigo—. Por Luciano, Franco y Fabrizio —detalla—. No puede seguir exponiéndolos como si nada hubiese pasado —señala muy firme y con cierto ápice de molestia.
—Lo haré; hablaré con ella —determino—. Aunque ahora se ha vuelto más difícil cruzar palabra alguna —le confieso—. Se molesta por cualquier cosa —señalo divertido al recordar lo que sucedió en nuestra habitación antes de venir a esta premiación.
—¿Qué pasó ahora? —cuestiona mi amigo de forma divertida también,
—Se molestó porque la abracé —le comento, un tanto decepcionado, mientras observo mi cigarrillo.
—¿Me estás jodiendo? —cuestiona él de forma incrédula; y yo sonrío mientras niego con la cabeza y sin dejar de observar mi cigarro.
—No; es la verdad —le confirmo al dirigir mi mirada hacia él—. Dijo que… le estaba arrugando su vestido —detallo frustrado.
—No puedo creerlo —responde Max.
—A veces creo que esto ya… —alargo— no da para más —concluyo al llevar mi mano libre hasta mi nuca—. Siento que Norka no es feliz a mi lado —menciono con tristeza—. Lo único que hacemos, cada vez que nos cruzamos por la casa, es renegar —especifico frustrado—. Renegamos por todo, Max —le digo a mi amigo—. Renegamos por… —me quedo pensando— cosas estúpidas en realidad —completo decepcionado—. Una noche, decidí pedir pizza para los niños y para mí —le cuento—. No queríamos comer más vegetales, ni dietas estrictas, ni nada que no contenga azúcar o grasa, no queríamos nada de eso —le confieso—; así que, entre todos, solo por esa noche, decidimos pedir una pizza gigante, con mucho queso y todas las carnes para disfrutar del partido —le digo— y, cuando llegó Norka, lo único que hizo fue ir hacia la mesa de centro, tomar la pizza furiosa y tirarla al piso —le narro—. Pude haberle pasado eso, pero lo que no toleré fue que se acercara a Fabrizio para quitarle la pieza que tenía en su mano para también tirarla —le detallo lo sucedido a mi amigo mientras siento la molestia que sentí aquella noche cuando Norka hizo ello.
—Leo…
—Fabrizio nunca había probado pizza —le cuento—. Y sé que su alimentación debe ser saludable, pero… a veces siento que Norka los presiona demasiado —concluyo; y, cuando he terminado de narrarle ese hecho, me permito soltar una pesada respiración.
—¿Y qué hay de ti? —pregunta mi amigo de forma interesada.
—¿De mí? —sonrío; y luego, lo miro—. Yo ya no puedo ni entrar a mi habitación sin tocar la puerta antes —le preciso; y mi amigo se queda callado.
—Leo…
—No puedo entrar a mi habitación sin tocar, no puedo tomar una ducha junto a mi mujer, no puedo pasarme… al lado de su cama —especifico incrédulo al recordar la noche en la que Norka me reclamó por pasarme a su lado para abrazarla por detrás—. No puedo abrazarla porque le arrugo el vestido, no puedo regalarle chocolates porque engordan, ni puedo enviarle rosas porque ya no le gustan —río ligeramente—. No puedo hacer nada con mi mujer —añado frustrado—, no puedo hacer nada con Norka —especifico—, no puedo tocarla, no puedo besarla, no puedo acariciarla, ¡no puedo hacer nada con mi mujer! —exclamo muy frustrado y decepcionado.
—Leo…
—¿Sabes cuándo fue la última vez que hicimos el amor? —le pregunto al mirarlo fijamente.
—Leo…
—¿Lo sabes? —le vuelvo a preguntar impaciente— ¿Sabes cuándo fue la última vez que toqué a mi mujer y le hice el amor? —interrogo impotente al tiempo en el que siento unas inmensas ganas de llorar producto de la frustración.
—Leonardo…
—18 meses, Max —respondo a mi pregunta al ver fijamente a mi mejor amigo—. Dieciocho meses —repito—. Dieciocho meses sin Norka; dieciocho meses sin mi mujer —especifico abrumado—. Dieciocho meses sin mi mujer —repito al tiempo en que bajo la cabeza y me es imposible contener algunas lágrimas (las cuales limpio de inmediato).
—Leonardo —me nombra Max; y yo lo miro.
—Perdón, lo siento, perdón —le pido apenado al terminar de limpiar cualquier rastro que evidenciara que estuviese llorando.
—Leo… —exhala pesadamente—, tú… —parece dudar en querer decirme lo que quería.
—Dilo, Max, por favor —le pido
—¿Has estado considerando la posibilidad del divorcio? —cuestiona serio al mirarme fijamente.
—Lo he pensado —le confieso.
—¿Entonces?
—No es fácil, Max —contesto sincero—. A pesar de todo, quiero a Norka.
—Leonardo —me nombra serio—, no puedes hacer eso —agrega—. No puedes quedarte al lado de una mujer que, evidentemente, no te quiere, Leo —precisa tajante—. Yo… no me imagino vivir de esa manera por un solo mes; ¡me volvería loco! —expresa sincero—. No podría estar sin mi esposa —manifiesta firme—. Pero, sobre todo, lo que no podría es vivir al lado de alguien que parece no querer tenerme a su lado —agrega—. Por dios, Leonardo, ¡mírate! —me pide—. Nunca te había visto así —señala serio—. Estás…
—Cansado —confieso—. Y creo que Norka también lo está.
—Olvídate de Norka ahora —solicita firme—. Piensa en ti en este instante —demanda adusto—. Tienes que tomar la decisión que más te convenga a ti; la que te dé mayor tranquilidad; deja de pensar en Norka por un momento —ordena—. Necesitas pensar en ti ahora —determina muy serio—. Piensa en lo que tienes que hacer por tu bienestar; no solo por el de tus hijos —añade tajante.
—Me siento muy abrumado —es lo único que articulo ante las palabras de mi amigo.
—Y tienes motivos para estarlo —sentencia con mucha seguridad—. Ninguna persona puede soportar tanto a lo largo de dieciocho meses sin derrumbarse a llorar por, al menos, una vez —indica estricto—. Me sorprende que no lo hayas hecho antes —precisa.
—Estoy confundido… —susurro.
—¿Por qué?
—Aún quiero a Norka, Max —reconozco ante él—. La amo —le señalo.
—¿Por qué? —interroga frontal
—¿Cómo que por qué?
—¿Por qué dices amarla? —cuestiona al mirarme a los ojos.
—No entiendo tu pregunta —le digo sincero.
—Es simple, Leonardo —contesta él—. Solo te estoy preguntando por las razones que dices amar a tu esposa —especifica—. ¿Puedes responderme? —cuestiona al observarme de manera atenta y, aunque seguía in entender su pregunta, decido responder lo primero que se viene a mi mente.
—Bueno… porque es la madre de mis hijos y… porque estoy enamorado de ella —le respondo; y, cuando le digo ello, aquel sonríe—. ¿Qué pasa? —le pregunto confundido por el hecho de que haya sonreído.
—Sabes que Norka nunca ha sido santa de mi devoción —me aclara.
—Sí, siempre lo supe —le respondo firme.
—¿Y sabes algo más? —me cuestiona al seguir fijando sus ojos en mí—. Tampoco entendí por qué es que decidiste formalizar una relación, de una forma tan precipitada, con ella —añade; y no logro entender hacia dónde iba.
—Explícate mejor —le pido serio.
—Leo —suspira—, ¿alguna vez te has puesto a pensar en que, tal vez, te apresuraste en casarte con Norka?
—Es la madre de mis hijos —le recuerdo—. No me arrepiento de haberme casado con Norka.
—Dejemos a Luciano, Franco y Fabrizio fuera de esto —me pide—. Porque sé que los amas más que a nada en el mundo —señala con franqueza—. ¿Te parece?
—Continúa —es lo único que me limito a responderle.
—Bien… —articula—. No le daré mucho rodeo al asunto —añade; y se dispone a decirme lo que quería.