




Capítulo 6
Llegaron muy rápido en el Jet privado de Max. Literalmente nada más durmió, comió, vió televisión y volvió a dormirse para descubrir que ya estaban en Atenas, el lugar donde él vivía.
Debía admitir que todo fue bastante más tranquilo de lo que se imaginaba que sería, porque para empezar despedirse de México no se le hizo tan complicado. Luego del bautizo se despidió de sus amigas, todas ellas felices porque Lisa había encontrado trabajo y deseándole suerte. Excepto Esmeralda, que la llevo a un lado para advertirle:
—Sé que ya estás grande y tomas tus propias decisiones, solamente te pido que tengas cuidado. Max Vasilakis es un conocido mujeriego, no permanece mucho tiempo con la misma mujer, te pido que lo pienses dos veces antes de entregarlo tu corazón —ella la había abrazado con fuerza—. Sabes que eres como una hermana para mí, y me mataría que alguien te hiciera daño.
Pero Lisa le había dado una sonrisa tranquilizadora (que no sentía, pero tenía que hacerlo) y le había asegurado que y sabía sobre eso, sería muy cuidadosa.
Desde luego que no le mencionó que ellos dos ya se habían acostado, pero se dijo que era una información irrelevante.
Lo que si hizo con el generoso adelanto de Max, fue pagar la descomunal cuenta del hospital y pedir que le manden la cuenta semanal a su correo. Se despidió de su madre medio adormecida con lágrimas en los ojos y prometiéndole una mejor calidad de vida. Le escribió a su padre y hermanas, quiénes aún seguían sin responder, pero se dijo que hacía lo correcto: no había marcha atrás.
Durante todo el trayecto poco había hablado con Max, quién se la pasó leyendo cosas en su ordenador, escribiendo y con pequeñas vídeo conferencias, por lo que decidió no molestar. El plan sería llegar, instalarse y empaparla de toda la información que tenía sobre el proyecto, con lo cuál estaba de acuerdo.
Sobre lo que aún quedaba en duda, es sobre el tipo de "relación" que fueran a tener, porque sin duda esas miradas intensas que él le dirigía daban lugar a otras cosas.
Al llegar, era de día, cosa que le fascinó, porque pudo observar desde las nubes todo el paisaje. El mar, las casitas, sus diseños maravillosos, los colores tan característicos… no volaban a tan alta altura porque era un jet, y eso le permitió tener las mejores vistas que en su corta vida ha presenciado. Por primera vez, se olvidó de las deudas y los problemas que tenía en su hogar.
El piloto estacionó en un helipuerto que estaba en una especie de finca increíble: árboles frondosos, vallas blancas rodeando el perímetro, una enorme casita de color verde y rojo vino al final de todo, en la parte delantera había una piscina exquisita, un cobertizo y un jardín precioso. Envidio aquello de Max, la posibilidad de tener una casa tan acogedora y salir en un jet privado a recorrer el mundo cuando quisiera.
Max la ayudó a bajar sus maletas, con una sonrisa deslumbrante.
—Te prometo que va a encantarte, ¡El mejor lugar para trabajar! —exclamó, bajando primero y caminando de espaldas—. Iremos de compras al rato, necesitas equipo para trabajar y ropa de oficina. Te lo descontaré de tu salario si eso te preocupa.
Lisa asintió, agradecida de que considerase su petición. No le gustaba la idea de que le regalen cosas sin habérselo ganado con su propio esfuerzo, le gustaba la idea de ser autosuficiente.
—No tienes idea de cuánto te lo agradezco, Max. Me has salvado la vida —admitió ella, caminando lentamente, observando con detenimiento la belleza del lugar.
Él le regaló una sonrisa ladeada.
—Y tú a mí, cariño.
Entraron en la casa, que claro tenía que ser bastante lujosa y cómoda pero sin rozar en lo asquerosamente rico, era un estilo digno de un hombre que podía darse sus gustos. Los recibió una ama de llaves junto a un señor, que suponía era el esposo de ésta dado el cariño que se sentía entre ellos. Les tomaron las maletas y guiaron a Lisa a la que sería su habitación por las próximas semanas. El cuarto era funcional, bastante amplio y con un escritorio.
—Puedes instalarse, Lisa. Cuando termines puedes bajar para ir de compras conmigo, y de regreso hablaremos un poco más sobre el trabajo y… nosotros, si quieres —ofreció Max, con una ceja levantada.
Ella inspiró profundo, asintiendo.
—Me encantaría... Señor.
Max rodó los ojos al escucharle llamarlo así, pero no dijo nada y simplemente la dejo sola en su nueva habitación. Comenzó a colocar la poca roba y cosas personales que había llevado al viaje. Mandó mensaje a sus amigos de que ya había llegado, y notó que le había llegado uno del degenerado que había intentado propasarse con Lisa:
«Me dijo la señora de la limpieza que saliste de viaje, ¿Ya conseguiste otro trabajo, zorrita? Seguro es de ramera».
Apretó los dientes hasta que le dolieron. Bryan Sánchez ni se daba por vencido, era un ser extremadamente despreciable. No entendía aún cómo soportó tres años en ese lugar, pero se odiaba a sí misma por no haber huido antes, de ser así nada de eso estaría pasando: pudo encontrar un buen trabajo antes de que se desatara la tormenta.
Se baño, cepillo sus dientes y peino su cabello, porque se sentía un asco después del largo viaje, luego vistió un sencillo Jumper con diseño de flores rosas y violetas, calzó unos zapatos flat y bajo rápidamente las escaleras, ahí la vió la señora de la limpieza que fue a buscar a Max, quien volvía con una camisa menos formal y unos vaqueros.
«Es que ese hombre no puede verse mal con nada, ¿Huh?», se increpó a sí misma, mirándolo fijamente. Su respiración se aceleró a cada paso más cerca que daba de ella, la innegable atracción física que sentía hacia él era de esperarse, incluso si no se hubieran acostado definitivamente no se habría quedado imposible.
Trató de sonreír lo más ligero posible, tratando de calmar los latidos de su corazón.
—Estoy lista, ¿Nos vamos?
Él la recorrió también con la mirada, la tomó la cintura y dejó un suave beso en la comisura de sus labios.
—Por alguna razón, te encuentro jodidamente atractiva. ¿Sabías eso, Pethi mu?
Lisa se quedó sin palabras, su cara era un poema seguramente. Segundos después, él se alejo caminando.
—¿Vienes, Lisa?
Ella se movió de su sitio, para verlo en la puerta de salida. Y Lisa no tuvo más remedio que seguirlo, con el corazón desbocado. Cómo le hubiera encantado que la besara...
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Se estacionaron cerca de una boutique en el centro de Atenas, hacía un día precioso, el clima estaba más que perfecto y Lisa tenía los ánimos bien arriba.
No era partidaria de las compras locas que algunas mujeres solían hacer, pero decidió que tenía su encanto: probar algo nuevo. Le confería cierta emoción al asunto, además, estaba con Max, quien era muy agradable.
Pensó que sería como Alistaír, un tanto serio, pero la verdad es que era un hombre un poco más... Amistoso, por decir de alguna manera. Podías hablar con él y bromear un poco, siempre y cuando fuera terreno seguro, porque no hablaba sobre sí mismo ni de chiste. Y entonces entendió que Esme tenía razón, debía de andarse con cuidado, porque era fácil caer en las redes de un tipo tan agradable, pero que fuera a corresponderte o a tener futuro, ya estaba descartado.
En el lugar, una dependienta fue la que le ayudó a decidirse por los atuendos que mejor le quedaban, mientras Max esperaba sentado en una banca del lugar, en una llamada de negocios. De vez en cuando la mirada y sonreía, denotando así lo que pensaba del conjunto. Lisa jamás usaría algo que le impusieran, pero contar con su opinión le fue de mucha ayuda.
—Tienes una preciosa figura, aunque estás bastante delgada —apuntó la chica, pasándole un vestido de seda negro.
Lisa frunció el ceño al oírla decir aquello.
—Sí, ya lo sé —espetó, un poco frustrada. Odiaba que le recordasen que su cuerpo además de ser delgado estaba casi falto de curvas, lo que siempre era un problema a la hora de querer verse sexi. No estaba totalmente plana, tenía lo suyo, claro; pero no era suficiente. Lisa más bien se sentía normal, trasero y pechos de tamaño decente. Lo único que le gustaba de ella, definitivamente tenían que ser sus piernas, al ser alta y de piel clara, se le veían muy sensuales. De ahí en fuera, bueno, estaba a discusión.
Cuando terminaron, uno de los guardaespaldas de Max les llevó todas las bolsas al auto. Lisa estaba tan hastiada y cansada que no pensó en otra cosa más que en comer y echarse a dormir de una vez. Pero mantuvo una actitud firme y de total control, como si ir de compras por horas fuera algo a lo que estaba acostumbrada y no la aburriera. En tanto llegaron, acomodó sus cosas en el closet que le fue dado en su habitación y bajo para ver a Max apunto de salir.
—¿Sales? —le preguntó, confundida.
Él se giró sobre sus talones y le dirigió una sonrisa de disculpa.
—Sí, tengo una cita. Espero no te moleste que te deje sola. ¿Está bien? —inquirió Max a su vez, con una sonrisa ladeada que definitivamente no debió de haberle hecho sentir mariposas en el estómago, tenía ganas de aplastarlas porque él estaba a punto de irse con otra.
Fingió una sonrisa tranquila y asintió. Descartó el tema con la mano.
—Claro, tengo que ordenar todo en el cuarto, me apetece cenar y dormir, me imagino que mañana tendremos mucho en lo que trabajar —aceptó, y se alegró de que su voz se mantuviera firme.
Max le guiñó un ojo, tomo su chaqueta y le hizo un ademán de despedida.
—Qué chula eres, Lisa. Gracias por entender, nos vemos en la mañana en mi despacho para hablar sobre el trabajo, usa alguno de los conjuntos que compramos hoy, cariño —le sugirió, cerrando la puerta sin esperar respuesta.
Lisa se mordió los labios, sintiéndose terriblemente mal.
¿Por qué había aceptado? Esme se lo había advertido, tremendo Don Juan que estaba hecho ese hombre, no tenía porqué sentirse traicionada o dolida, era una estupidez. ¡Solamente habían compartido sexo, por amor a los libros!
Enfurruñada, fue a la cocina a servirse la más grande bola de helado, la cuál comió con una furia innecesaria.
«Jodidos hombres», espeto mentalmente. Tenía que mostrarse profesional y serena, al día siguiente haría que sus emociones quedasen fríamente enterradas. Nada le arruinaría ese trabajo, ni siquiera su propio jefe, se prometió silenciosamente con la cabeza gacha lamiendo la cuchara con helado.
Aunque no estaba segura de sí podría cumplir con esa promesa, en lo que respecta a Max Vasilakis, todo era incierto.