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Capítulo 7

La música sonaba a más no poder, las luces titilaban y para donde miraba había personas haciendo cosas distintas.

Lo que más le llamaba la atención eran todas esas parejas manoseando se sin pudor ni vergüenza delante de tantos desconocidos. No es que esas imágenes no excitan a nadie, simplemente lo dejan confuso y hasta incómodo

- Con permiso, disculpe. – se abrió paso entre la multitud, guardando no tocar a nadie, no así las mujeres y hombre que pasaban delante suyo y lo acariciaban.

- Hola mí amor. – le susurra un muchacho lo suficientemente cerca como para estar deseando no haber entrado nunca.

Santiago no era homofóbico, de hecho, cuando pre adolescente mucho antes de conocer a Bárbara tuvo su faceta de homosexual. Se la pasaba tanto tiempo con un amigo en particular que comenzó a sentir atracción hacía él. Además, el chico era gay y siempre le dejó en claro que le gustaba y una noche, se besaron. Si no paso más allá de un beso, fue porque Beltrán no se sintió cómodo con la situación y porque no quería dañar una hermosa amistad. También, con el tiempo entendió que solo fue curiosidad, por sentirse alargado que su mejor amigo, quién fue como un hermano tenía esos hermoso sentimientos hacia él. Santiago sabía que no podía corresponderle y por eso no quería lastimarlo. Con el tiempo supo que estaba batallando contra una fulminante enfermedad extraña y se arrepintió por no haberle dado, aunque sea mentira, los últimos meses de su vida el amor que deseaba recibir.

- ¿Estás solo guapo? – se le acerca lo suficiente y aunque podría sentirse incómodo con ello, estar en un lugar como ese es lo que lo tiene con todos los sentidos alerta.

- Discúlpeme. – es cordial y educado y pasa sobre él.

- ¡Si deseas una noche lujuriosa SÓLO BUSCAME! –

Seguía caminando entre la gente, tratando de no tocar a nadie aunque eso realmente era imposible.

- Hola papi, ¿Quieres bailar? – le dice una rubia de uñas rojas y boca del mismo color, que sujeta su rostro con ambas manos y él, tratando se ser lo más respetuoso posible, la toma de la muñecas y se la saca de encima.

- Lo siento. – y continua hasta llegar a la barra. – al fin. – susurra y una camarera se le acerca.

- Buenas noches guapo, ¿Qué desea tomar? –

- Algo fuerte, muy fuerte. –

Se sentía ahogado en un lugar como ese pero aún así no quería irse, había algo que lo retenía y no sabía por qué.

Luego de que la camarera le sirviera su trago de un solo sorbo hizo fondo blanco y no imagino nunca lo fuerte que era dado que pudo sentir un fuego dentro de su boca que le quemó toda la garganta.

- ¡Dios! – cerró los ojos con fuerza y sacudió la cabeza.

- Se nota que no ha tomado nunca “el diablo” – irrumpe una voz femenina refiriéndose al trago que acaban de tomar.

- ¿cómo? –

- El trago. – señala su vaso vacío.

La bebida fue tan fuerte que tuvo que pedir una botella de agua la misma que terminó en un solo segundo y en cuanto se reincorporó dio una última mirada a su alrededor para preguntar en voz alta, para si mismo, qué era ese lugar.

- Qué clase de lugar es éste. – y la mujer que llevaba rato sentada allí comenzó a contarle.

- El The Clímax es un lugar exclusivo dónde todas las personas de gran status social y poder adquisitivo dan riendas sueltas a sus más bajos instintos. El lugar se divide en tres niveles dónde las parejas y más pueden experimentar desde electro estimulación con maquinarias que si quieras sabrías que existe hasta un sector privilegiado dónde aquellos que sienten excitación lacerando sus cuerpos puedan hacerlo en un sitio esterilizado. – hace una pausa para humedecer su garganta y continuar ante la mirada sorprendida del hombre. – muchos de lo que ves aquí están bajo contrato donde se someten sexualmente a las peticiones de sus amos. –

- ¿Son esclavo? – pregunta confuso y ella asiente.

- Si, es fuerte esa palabra pero si. Ponen a disposición no solo sus cuerpos sino su vida de quienes en cierta forma los compran. - explica.

- Eso es ilegal. La esclavitud se abolió hace muchísimos años. – hasta él lo sabía.

- Si lo piensas de ese modo si. Pero este sitio tiene decenas de abogados quienes preparan los contratos legales y cada subordinado, digamos, saben a qué se atienden si firman. – de todos modos, le parecía aberrante.

- Que locura. Jamás pagaría a una mujer para acostarse conmigo. Tampoco me creería amo y supremo de su vida. – espera molesto y escucha la carcajada de la mujer que hace que la mire directamente a los ojos.

Se le quedó como idiota observando. El color de sus ojos le parecía tan conocido que no podía quitar los suyos de encima. El verde de los mismos lo penetraba tan afondo que podía sentir como pulverizaba sus huesos. Sus labios gruesos de color rojo no hacían más que provocarle unas inmensas ganas de besarlos y morderlos. Las ondas de su cabello en esa coleta alta le quedaban también, le despejaba el rostro y aún con ese antifaz dorado podía verse como una diosa.

Con tal descaro bajo su mirada hacia sus pechos y no disimuló su excitación que relamió sus labios y soltó un sonoro suspiro que, aunque la música estaba fuerte la cercanía de los dos le permitió a ella poder escucharlo.

En tanto la mujer, sintió una conexión tan fuerte que no podía dejar de coquetear le a sabiendas que la miraba como querer devorarla por completo.

Sin más, se cruza las piernas y decide tomar su vaso, el de él, para beber su trago.

- Mmm, si que es fuerte. – dijo y eso que a penas se mojó los labios, pero el hombre seguía hipnotizado mirándole el cuerpo entonces ella aprovecha para ponerlo más incómodo. Por alguna razón, que desconocía, su mirada la hacía sentir una mujer deseada y eso francamente no l molestaba para nada. – Veo que le gusta lo que ve. – y fue tanta la vergüenza que le hizo sentir que si estuvieran las luces prendidas notarían todos lo rojo que tenía las mejillas.

- le pido mil disculpas. – le dijo juntando sus manos a modo de súplica. – perdóneme señorita, en verdad que vergüenza con usted. – pero para su sorpresa la chica solo carcajeaba y lo miraba de reojo mientras seguía bebiendo el trago.

- no se preocupe, que, si me molesta que me miren cómo un pedazo de carne en el asador, directamente no asistiría a este tipo de eventos. – pero Santiago no comprendía muy bien ese dicho respecto a carne y asador.

- ¿cómo?  No comprendo su vocablo. – ella sonríe y niega.

- me refiero a que si me molestara que me miren cómo lo ha hecho usted, no vendría de esta forma a un lugar dónde se supone que en cualquier esquina terminaremos teniendo sexo. – explica de lo más tranquila.

Esto hace que se ahogue con su propia saliva, puesto que no era normal que las mujeres hablaran tan sueltas cómo ella, aunque le recordaba a alguien cuya personalidad era parecida a la suya y aunque por un momento pensó que podría tratarse de ella, con la oscuridad de ambiente le sería imposible distinguir cualquier lunar en su cuerpo. Como así las marcas en sus muslos.

Santiago no tenía la menor idea de que se trataba de la misma mujer, porque, además, no sólo Erika se había tatuado la nuca, tapándose el lunar, sino que hizo lo mismo con esas marcas en sus muslos. Por lo que a no ser que se quitara la máscara él no podría saber que se trataba de ella.

Por otro lado, Erika no podría saber que se trataba del padre biológico de su hijo, puesto que aquella noche estaba algo ebria y con el paso del tiempo lo poco que recordaba del rostro de ese hombre se había perdido en su inconsciente. Por lo tanto, eran dos perfectamente conocidos, desconocidos.

-          ¿y no sienten pudor de que la gente presente los vea? – realmente estaba intrigado. Beltrán se sentía demasiado adulto para esas cosas y creía fuertemente que la intimidad debía quedarse puertas adentro. Todo aquello era nuevo y demasiado para él.

-          Sin embargo, para mí es realmente excitante. – confesó y aunque esta era su primera experiencia en ese lugar, luego de soñar con el mismo por todo lo que Abril le contaba que hacía con Santino, cada recoveco al que iban, era de esperarse que sintiera deseos de explorar todo o casi todo lo mismo que ella. – que decenas de ojos te observen, te deseen, sientan el fuego correr por sus venas y las ganas por tomarte con ambas manos y hacerte suya. Desear ser quienes te penetran, te tocan, te lamen cada centímetro del cuerpo ¿no es realmente excitante si lo piensas? – y le dedica la atención, quemándolo hasta los huesos con el verde de sus ojos, esperando una aprobación a su perversidad.

-          No lo sé. – se sentía confundido entonces ve cómo la muchacha se pone de pie y le extiende su mano.

-          Vamos. – le pide y sin esperar demasiado tiempo su respuesta, directamente la toma.

En la pista de baile hace que coloque sus manos en su cintura para que ella haga lo mismo, pero alrededor de su cuello y comience a mover sus caderas al ritmo de la música sonando de fondo.

Erika se movía tan bien que se sentía seducido por sus movimientos. De vez en cuando ella giraba alrededor de él y lograba ponerse en su espalda para abrazarlo por detrás e intentar introducir sus manos por debajo de la camisa, pero por la incomodidad que sentía al acaparar la mirada de varios presentes es que no podía soltarse del todo.

-          Relájate. – le pedía tuteándolo.

-          Pero nos están viendo. – le explica el motivo de su tensión y sólo escucha de su parte una suave carcajada en su oído.

-          Entonces démosle lo que esperan ver. – le dice regresando delante suyo.

El vestido que llevaba puesto tenía una particularidad. Y es que la parte de atrás de la prenda dejaba ver la mitad de su espalda y solo unía cada extremo de cada lado tres cadenas finas enchapadas, el resto de tela se iniciaba en la curvatura de sus glúteos por lo que en cuanto ella le puso sus manos en sus caderas, pero llevando sus brazos más atrás hizo que las yemas de sus dedos hicieran contacto con su piel desnuda.

-          Esto es incómodo. – por un lado, Santiago le agradaba estar con esa mujer, realmente se sentía a gusto, pero las miradas de los presentes lograban inhibirlo.

-          Déjate llevar y olvídate del lugar en el que estamos. – y entonces le hizo caso.

Santiago apoyó su cabeza entremedio de su cuello y hombro y cerró sus ojos en tanto dejaba en sus manos la situación. De momento a otro estaba sonriendo, drogándose con su aroma, embriagándose con aquella perfecta y adictiva fragancia que emanaba su cuerpo. Perfume a deseo y él no pudo resistirse a hacerle saber cuánto es que le seducía, olvidando dónde se encontraba y que decenas de ojos los devoraban por completo.

- Hueles tan bien. - susurra pegado a su cuello, a pocos centímetros de su oído. - y tu piel es tan suave. - con las yemas de sus dedos comienza a trazar un camino desde la mitad de su espalda desnuda hasta el final del escote, justo donde nace la curvatura de sus glúteos. - si no fuera un caballero, le haría exactamente lo mismo que todos esperan al llegar a un lugar como este. - le confiesa en un hilo de voz, humedeciendo el lóbulo de su oreja con la lengua y arrancándole un leve gemido en cuanto realizó cierta presión con sus dientes. - si vuelves hacer eso, me veré obligado a faltarle el respeto. - le advierte apretando su cintura a su cuerpo dejándole sentir cuán animado estaba con su presencia y cercanía.

- quizás eso quiero. – susurra entre jadeos en su oído y él busca su mirada.

- qué quieres? – le pregunta, sintiendo como su toque quema, incendia las ganas de hacerle el amor allí mismo, delante de las decenas de personas observándolos.

- béseme. -  lo trata con formalidad y vuelve a sentir cómo el calor se concentra en su bajo vientre. – devóreme, cómame. – le pide gesticulando de modo que todo su cuerpo es gelatina, pero aun así le sigue el juego.

- no me tiente. – estaba perdiendo la razón, la vergüenza y su agarre se hacía cada vez más firme. – no me provoque. – le advierte.

- o si no ¿qué? – lo confronta.

- ¡al demonio! ¡qué miren! – y pegó sus labios.

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