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Capítulo 5

—¿Vos? —Lo miró con sus ojos cafés.

Con descaro, él bajó su mirada hacia sus pechos y luego volvió a sus ojos.

—Por lo menos esta vez las cubrió —dijo como si nada.

Ella quedó boquiabierta. ¿Qué demonios le pasaba a ese tipo? Sintiéndose molesta, dijo que todo fue un error y se levantó para retirarse, pero él enseguida le ordenó que se sentara.

—Siéntate. Ahora. —Su voz sonaba firme. Ella solo levantó una ceja. ¿Quién se creía?—. Siéntate —repitió al ver que no acató su orden de inmediato.

—No —contestó firme.

Él se levantó de su asiento y se acercó a su cuerpo en silencio y a paso lento.

El sentir su cercanía provocaba sensaciones extrañas en su cuerpo que no era capaz de expresar. Solo podía retroceder a cada paso que daba.

Él sabía cómo la ponía y se aprovechaba de ello para intimidarla. Comenzó a seguir sus pasos hasta que logró que quedara de espaldas al asiento, donde le ordenó sentarse. De pronto, ella trastabilló y cayó sentada en el sillón. Acto seguido, él colocó sus manos en cada apoyabrazos y se acercó lo suficiente como para hacer que su intimidad se contrajera y su respiración se acelerara.

—No tiene edad para jugar a la adolescente rebelde —dijo con voz ronca.

Sus ojos viajaban por su rostro y se posaban con descaro en sus labios y pechos.

¿Cómo no le decía nada? Se sentía atraída por él, por sus ojos y por su forma dominante de tratarla. De solo pensar cómo sería en la intimidad el corazón comenzaba a latirle más fuerte y el cuerpo a calentar.

—Usted necesita que la ate —dijo muy cerca de sus labios.

Hipnotizada y embriagada por su fragancia varonil, no se percató de que entreabrió su boca, esperando que sus labios se pusieran en los de ella y que su lengua entrara y atacara de manera salvaje toda su cantidad bucal.

—Empecemos, señorita Evans. —Se dirigió a su lugar.

Algo en ella le atraía, le despertaba su lado más oscuro. Solo deseaba atarla a su cama y jugar con ella hasta que no le queden ganas. Su cuerpo recibiría una experiencia tan exquisita como excitante.

—Cuénteme, señorita Evans —dijo sin tomar su documentación del escritorio.

—Bueno… —Intentó no demostrar el nerviosismo que tenía, pero sus mejillas estaban rojas y su corazón aún no podía estabilizarse emocionalmente; sentía que se le iba a salir por su boca.

Comenzó a contarle sobre su formación académica, pero él la frenó. No era eso lo que le interesaba saber.

—Suficiente.

Ella lo miró confusa. ¿Y ahora qué le pasaba?

—¿Qué pasa ahora? —cuestionó molesta y puso los ojos en blanco.

—No vuelvas a hacer eso —soltó serio.

Ella lo observó sin entender. ¿A qué se refería?

—¿Hacer qué? —Empezaba a creer que era un enfermo con algún problemita psiquiátrico.

—Poner los ojos en blanco. No permite que me concentre.

Ella levantó sus cejas —eso hizo que sus ojos se abrieran lo más que podían— y ahogó una carcajada.

—¿Tiene algún problemita? —Contuvo la risa.

—Sí —se sorprendió ante su respuesta. ¿A qué jugaba?—, y es usted —dijo tajante.

Abril creía que Santino era del tipo de hombre con alguna deficiencia emocional, y como le generaba risa por cómo se comportaba sin siquiera conocerla, por alguna razón quiso seguirle el juego.

—¿Sí? ¿Y por qué sería su problema? —indagó desafiante y algo coqueta.

—Porque deseo castigarla. —Sus ojos estaban completamente dilatados.

Se le cruzaron miles de maneras en las que podía hacerlo. Algo en él le encendía la piel.

Santino era el deseo y el pecado para ella, y ella para él representaba la lujuria.

Por más que quisiera mandarlo al demonio, él era como un imán, como un péndulo que se movía ante sus ojos y la hipnotizaba, la inmovilizaba y le hacía hacer y decir cosas que, en su estado de consciencia, donde ella misma pudiera tener el control de sus acciones, no podría comentar.

—¿Y cómo? —se dejó llevar por la curiosidad.

—Puede que sienta que le faltaré el respeto —habló sincero, aunque a esas alturas ya lo había hecho, pero a ella parecía gustarle sentirse su objeto de deseo.

—Fáltemelo —dijo sin siquiera darse cuenta.

—La ataría y torturaría. —La manera en la que lo dijo hizo que su cuerpo sintiera deseos de alcanzar el orgasmo en sus brazos. Imaginar el cómo lo haría provocó que se mordiera el labio inferior—. Hagalo de nuevo. —Tuvo que apretar sus piernas para intensificar aquella exquisita sensación desde dentro de su húmeda intimidad—. Muérdase el labio —volvió a ordenar. Su voz autoritaria la obligó, sin darse cuenta, a hacerlo de nuevo.

—¿Por qué le gusta? —quiso saber.

—Porque la imagino excitada y disfrutando. —Su voz sonaba tan sensual y tan caliente que temía pararse y caerse de lo aturdida que la ponía—. Quiero atarte —expresó sin pelos en la lengua.

De un momento a otro, ella reaccionó. ¿Qué le decía ese hombre? Se sintió ofendida y molesta.

Se levantó de la silla.

—Usted es un cerdo maleducado —espetó muy enfadada.

A él no se le movió ni un músculo.

—Y usted es una acosadora.

Ella levantó la ceja y carcajeó ante el cinismo del hombre.

—¿Se cree el último vaso de agua en el desierto? Prefiero morir deshidratada —masculló tajante, sin esperar su respuesta.

—Sí, lo soy, y créame que este vaso de agua no la dejará deshidratada en lo absoluto. —Se puso de pie, dejando en evidencia el bulto de su entrepierna ¿Acaso no tenía vergüenza?

—¡Depravado! —Se dio la vuelta para no mirar su entrepierna, ese botón que estaba a punto de explotar por su visible gran erección.

—Le propongo algo. —Ella no era capaz de ignorar nada de lo que decía ese hombre, así que se quedó para oírlo—. Veo que su hermana necesita un tratamiento para su paraplejía y eso cuesta mucha plata. Estaría dispuesto a ayudarla —dice y ella duda. Se trataba de muchísimo dinero e incluso él, siendo uno de los mejores abogados del país, dudaba que pudiera tener esa suma en pesos. Además ¿Quién es caritativo con una cantidad cómo esa? Nadie. Pero él estaba seguro de sus palabras y por, sobre todo, de que terminaría por decirle que sí.

—Y ¿cómo? Según usted —pregunta desafiante y él solo puede contener las ganas de someterla a sus deseos. No le gusta para nada su actitud altanera.

—Puedo darte la plata para la operación.

Claro que podía.

Santino Rivas era famoso por su talento y por llevar adelante juicios millonarios de personalidades importantes de la esfera política, por lo que francamente, el monto que ella necesitaba no era mucho para él.

—Lo que necesita, para mí es un vuelto —dijo haciendo alarde del alto poder adquisitivo que tenía.

Abril se sintió herida. ¿Jugar con una necesidad tan grande? Eso no se lo permitiría.

—¡No voy a permitir que juegue con mi necesidad! —le dejó en claro, pero su propuesta era cierta.

—No es un juego. Le ofrezco el dinero a cambio de algo.

Se sentía ofendida, pero era muy curiosa, por lo que no podía retirarse sin saber en qué consistía su propuesta.

—¿A cambio de qué? —curioseó.

—De usted. Quiero tener la exclusividad de poseerla cuantas veces quiera por el tiempo en que dure el acuerdo.

Escucharlo hizo que volviera a sentarse.

Respiró hondo por el nerviosismo y confusión que le generó oír eso.

—¿Qué acuerdo? —¿De qué le hablaba?

—El de ser de solo para, el de ser su amo y señor. Entrégueme su cuerpo, alimentando así mis deseos y fantasías, y yo le entregaré el dinero que necesita.

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