




CAPÍTULO 5: RECUERDOS DEL PASADO (PARTE 2)
James
Unos días antes…
El despertador suena en plena madrugada. Tengo un sueño profundo del cual no quiero despertar, pero el incesante sonido me estresa lo suficiente como para levantarme a apagarlo. Miro la hora y sé que debo prepararme para trabajar, después de todo, soy el presidente del grupo Kingdom, un grupo de empresas y consorcios que llevan años en mi familia.
Me desperezo y lavo mi cara con agua helada, las gotas me recorren el pecho y me hacen estremecer. Está haciendo frío, mas, lo necesitaba para despertar.
Había estado soñando con ella, con mi novia, Gabriela.
En el sueño ella al fin me aceptaba el anillo de compromiso, sonreía feliz y me rodeaba con sus brazos mientras yo la hacía girar.
Lamentablemente la realidad dista mucho de esa fantasía. Gabriela es una gran bailarina de ballet, tanto que está por protagonizar el lago de los cisnes en el gran ballet de Nueva York, y yo no puedo sentirme más orgulloso de ella.
Sé que ha puesto sus sueños en primer lugar antes de decidirse a formar una familia conmigo, y lo he respetado, he esperado con paciencia sus tiempos.
En París ella me había dejado plantado varias veces por acudir a sus ensayos de urgencia, y le había intentado proponer matrimonio dos veces más en la estación de Nueva York donde nos habíamos conocido, esta vez tenía que ser la vencida.
No sé si mi corazón sea capaz de soportar otro rechazo más, o si podré seguir esperándola mucho más tiempo.
Mi abuela es la que más me insiste en que le dé un heredero, pero mi padre y mi madre también están esperando con ansias la noticia de mi matrimonio con Gabriela. Es lo que me gano por ser hijo único de una familia tan rica.
Termino de cambiarme y saco mi celular para llamar a mi novia. Repica un par de veces antes de que me responda con su dulce vocecita.
—James, ¿Por qué me llamas tan temprano? —Su respiración se escucha agitada en la línea, pero sé perfecto a qué se debe.
Gabriela es una mujer muy activa, se ejercita todo el tiempo para estar en forma para sus bailes. Sale todas las mañanas sin falta a correr por central park, y ahora, debe estar en eso.
—Solo quería confirmar que estarás en el crucero que he planeado para los dos por el río Hudson. Sabes que te llevaría a cualquier lugar mucho mejor que ese, pero me has insistido en que no te saque de la ciudad por ahora.
—Sí estaré tontito, no te preocupes por eso. Y sí, sabes que no puedo irme, el ballet está a punto de llamarme para darme el papel del cisne blanco, es todo lo que deseo.
—Sé que eres excelente, te lo darán sin duda.
—Gracias, amor. Debo irme ya. Te veré en un par de días.
Cuelga la llamada y no puedo evitar sonreír ante su respuesta. Estoy seguro de que esta vez ella aceptará casarse conmigo.
Salgo de mi pent-house con los ánimos elevados, tomo el ascensor y presiono el botón hasta el sótano para subirme a mi auto, un Lexus LS híbrido en color negro. En el camino me topo con una de las vecinas del edificio de departamentos que vive muchos pisos más abajo. Me mira y noto sus mejillas sonrojarse, lleva a su pequeño perro pulgoso a pasear.
Paso de ella e intento ignorar la incomodidad que me produce su mirada sobre mí. No es algo nuevo que eso me pase, pues sé que soy el soltero más codiciado de la ciudad de Nueva York, pero yo solo tengo ojos para mi pequeña bailarina.
Así me gusta llamarla, por ser menuda y pues por su carrera.
Le había prometido que no la presionaría con tener hijos, pues ella me había dejado muy claro que nada de eso está en sus planes futuros. Y no me preocupaba en absoluto hasta que mi abuela empezó a ponerse más insistente.
Llego al estacionamiento y subo a mi auto rumbo a la oficina del grupo Kingdom ubicada en Manhattan.
El tráfico es casi inexistente a esta hora de la mañana, así que aprovecho antes de que se haga el embotellamiento habitual de la ciudad. Piso el acelerador a la velocidad máxima que me puedo permitir y disfruto el viento helado en mi rostro que entra por la ventana.
El edificio del grupo Kingdom resalta entre los demás como uno de los más altos de la zona; aunque no tan grande como el Empire State. En la cima reza el nombre “Kingdom”.
Dejo el auto en la entrada donde el valet parking recoge las llaves para estacionarlo en su lugar. Me acomodo el cabello que se descolocó de su sitio por el viento y me vuelvo a arreglar la chaqueta color azul marino. Subo los peldaños de las escaleras hasta la entrada y el vigilante me abre la puerta.
—Buenos días CEO King —saluda.
El nombre del grupo proviene de mi apellido, del apellido de mi tatarabuelo, el fundador del reino, como le gustaba que le dijeran.
Paso sin responder porque estoy realmente apresurado. Me dirijo hasta el ascensor para subir hasta mi oficina, la oficina del presidente de la compañía. Mi padre me había dado ese trabajo hace poco más de un año, y me iba bastante bien.
Al ascensor se suben varios empleados más que me saludan con respeto y creo que algo de miedo. Me gusta pensar que los intimido, y así debería ser.
Finalmente llego al piso que me corresponde y la recepcionista me saluda y de inmediato llama a mi secretaria para que traiga toda la información pertinente.
—Señor, llamaron los de la municipalidad de la isla Randall —me informa con un montón de papeles en la mano.
—¿Qué dijeron?
—Han aprobado los papeles para la construcción de un resort vacacional. Finalmente, todo está listo.
—¿Cuándo debo firmar?
—Esta misma tarde.
Mientras me cuenta todo esto estamos caminando hacia mi oficina. La chica pasa por el área de cafés y me trae mi vaso de todos los días, un café negro sin azúcar.
Muchas veces he escuchado a los empleados decir que tomo el café como tengo el alma. Negra y sin sabor, pero no me importa porque si ese es el precio a pagar para sacar adelante a la compañía, lo acepto con gusto.
—También lo llamaron de Corea para la reunión que tiene con el señor Lee, dijo que se conectará al medio día. —Entro a la oficina con vista a la ciudad. El lugar es espacioso y está muy bien acondicionado.
Mi secretaria coloca todos los papeles en el escritorio y ordena por prioridad lo que debo atender primero.
—¿Algo más?
—Ah, sí. Llamó su abuela, dijo que vendría a verlo hoy mismo.
—¿No le dijiste que estoy muy ocupado?
—Sí, señor King, pero ella insistió a pesar de todas las excusas que me pidió que le dijera.
Me froto la frente con frustración. No necesito la presión de mi abuela sobre la nuca con todo lo que tengo que hacer, y mucho menos ahora que pienso proponerle casamiento a Gabriela.
—Si eso es todo, salga por favor.
—Sí, señor.
—No estoy para nadie, no me pases las llamadas, resuélvelo tú. Si no puedes, buscaré a otra secretaria que lo haga.
La muchacha no dice ni una palabra y sale corriendo, tropieza con uno de los muebles que están en el centro de la oficina antes de salir y cierra la puerta con torpeza. Me rio un poco de ella y comienzo a revisar los documentos que me ha dejado.
Lo más importante es ese resort en la isla Randall. Me costó mucho trabajo convencer a las personas adecuadas para hacerlo, pero estoy seguro de que le dará a la isla una mejor utilidad que solo mantener a unas cuantas personas en condiciones más bien de pobreza.
El gobernador se ha comprometido a reubicar a las personas de la zona, así que no debería haber problemas con ese asunto.
Luego de un par de horas, escucho que llaman a mi puerta con insistencia. Intento ignorar los golpes hasta que se hacen demasiado irritantes.
—Pase.
El sonido de los tacones sobre la cerámica es lo primero que escucho. Una señora muy elegante y bien vestida entra con unas enormes gafas de sol en el rostro. Lleva el cabello recogido en un peinado muy sobrio y adecuado, el tono plata es lo que más resalta en ella. Me sonríe con efusividad y se quita los lentes.
—James, mi pequeño principito —saluda mi abuela.
—Abuela, ya te he dicho que no me digas así.
La mujer se acerca a mi escritorio y se sienta frente a mí. Me levanto y la saludo para luego volver a mi silla.
—Pero lo eres, ¿o ya lo olvidaste? Como me decías que querías ser como el principito.
Inevitablemente me hace pensar en mi niñez. Todas las tardes mientras mis padres no estaban, mi abuela me sentaba en su regazo y me leía una y otra vez el cuento del principito.
Por mucho tiempo soñé ser el príncipe de alguna bella dama, a quien amaría por siempre y viviríamos felices para toda la vida.
Gabriela es lo más cercano a ese sueño, pero la fantasía de ser un príncipe azul hace mucho que quedó solo en la cabeza de un niño ingenuo.
—¿A qué has venido? —pregunto sin rodeos.
—¿Así tratas a tu querida abuela? ¿Ah? Esa no fue la educación que yo te di.
—Tienes razón, lo siento —enciendo el comunicador a través del teléfono fijo que tengo en la oficina y contacto a mi secretaria—, por favor tráigale a mi abuela un café irlandés.
—¡Vaya, comenzamos fuertes! —dice mi abuela entre risas.
—Espero con eso saldar la ofensa.
—Buen intento, pero no. Regresé de Italia porque un pajarito me rumoreó que le pedirás matrimonio a Gabriela.
Frunzo el ceño con recelo, ¿quién pudo habérselo dicho?
—¿Quién?
—Tu madre, obviamente.
—Qué sorpresa, no pensé que de verdad me estuviese escuchando cuando se lo dije.
—La cuestión es, que por fin me darás nietos.
—¿Qué? —de haber estado bebiendo algo, lo habría escupido.
—Es lo que pasa después de que te casas —explica, como si yo no supiera a lo que se refiere.
—Abuela, no te ilusiones demasiado.
—Yo quiero ver a mis bisnietos antes de morir, no seas tan cruel y consuela el corazón de esta anciana.
—Ah… —No tengo idea de cómo decirle que Gabriela no pretende ser madre, ni ahora, ni en un futuro cercano.
Lo más seguro es que ella muriese antes de conocer un hijo mío.