




CAPÍTULO 4: RECUERDOS DEL PASADO (PARTE 1)
Daphne
Dos años antes…
Los birretes de graduación vuelan por encima de mi cabeza. Arrojo el mío también sintiéndome llena de júbilo por haber logrado el sueño de graduarme de la universidad. Una carrera en administración no es lo más difícil del mundo, pero me hace feliz haber conseguido hacerlo luego de tanto tiempo y esfuerzo.
—Daphne, Daphne —escucho que me llama mi profesora. Ajusto mis lentes e intento abrirme paso entre la multitud.
Hace un hermoso día en la ciudad de Nueva York. Corro hacia la profesora, quien me espera con una gran sonrisa, y no es para menos. Fui la mejor alumna de la clase, e incluso entré a estudiar a la universidad gracias a una beca excelsior, de no ser por eso, no habría podido hacerlo.
—Profesora, ¿qué sucede? —pregunto mientras trato de recuperar el aire a mis pulmones.
—Te tengo una excelente noticia, te conseguí una entrevista en una empresa. Es un bufete de abogados en Queens.
—¿De verdad? ¡No puedo creerlo! —Casi grito de la emoción.
Todo parece estar yendo bien en mi nueva vida de graduada. Con esta entrevista, seguro que conseguiré un buen trabajo y saldré adelante, podré sacar a mi madre de la pobreza.
En la pequeña isla Randall donde vivo no tenemos demasiadas cosas. Mi madre trabaja tan duro todo el tiempo que decidí quedarme a vivir con mi tío y mi hermana, que está recién casada.
Mi cuñado resultó ser un tipo bastante agradable, pero es incómodo tener que vivir todos juntos, sobre todo cuando ellos dos quieren su propio espacio.
—Tienes la entrevista mañana mismo, bien temprano. No vayas a faltar —advierte señalándome con el dedo índice.
—Por supuesto que no faltaré —le aseguro haciéndole una ligera venia.
Ajusto mis lentes que se resbalan por el puente de mi nariz y me voy corriendo junto a mi madre, mi hermana, su esposo; y mi tío.
Todos me dan fuertes abrazos de felicitación, a mi madre le corren las lágrimas por el rostro. Le cuesta trabajo creer que su pequeña y torpe niña al fin ha logrado algo importante en la vida. Aquello es un gran halago viniendo de ella, pues mi madre no es precisamente la persona que me ha demostrado más amor en la vida.
Hannah y Vicky son mis dos hermanas mayores, pero de Vicky no sabemos hace mucho pues decidió irse a vivir a California con su marido.
Y para mi madre, yo siempre iba a estar a la sombra de ellas dos.
Según ellas (y no estoy del todo segura de que solo sean mentiras de hermanas mayores), mi madre había querido abortarme cuando supo que estaba embarazada de mí. Para su mala suerte; o la mía; el medicamento no le había funcionado y entonces nací yo.
El único en el mundo a quien de verdad le importaba era a mi padre. Él solía contarme cuentos de princesas para hacerme sentir mejor. Mi favorito era el de cenicienta, porque a veces me sentía como ella. Siendo desplazada todo el tiempo por las dos hermanas queridas.
Mi padre me aseguró que, si trabajaba duro, algún día mi verdadero amor, mi príncipe azul, vendría por mí, y entonces todo mejoraría. Y justo como a la cenicienta, a mí también me pasó que perdí a mi padre.
Cuando murió de un ataque al corazón quedé totalmente devastada.
No puedo evitar derramar un par de lágrimas pensando en que estaría muy orgulloso de verme cumplir las palabras que me dijo, pues me esforcé al máximo para poder estar donde estoy ahora, y seguiría trabajando duro hasta conocer al hombre de mi vida.
—Finalmente logras algo bueno, esperemos que te sirva para algo —me dice mi madre. Son las palabras más cálidas que puede decirme, así que no la culpo.
—Mamá, no seas tan dura con ella —reprende Hannah.
—No, tiene razón. Debo retribuir todo lo que me ha dado, es lo justo —acepto con la cabeza gacha. No lo he dicho con sarcasmo, es lo que pienso de verdad.
—¿Ya se acabó esto? Debo irme. —Mi madre mira a todos lados esperando una señal de que así sea.
—Eh sí —le digo con duda.
—Hermana, felicidades de nuevo. —Hannah me da un abrazo y se despide.
—Felicidades —me dice su esposo, Dylan—. Tenemos que irnos, lo siento —se disculpa encogiéndose de hombros.
—Está bien, no se preocupen —sonrío con timidez.
No me sorprende que me abandonen, siempre lo hacen después de todo.
—¿Te llevo a la casa? —pregunta mi tío Duncan.
—Ah… no, no. Está bien. —Hago un amago con las manos y solo quiero salir corriendo de allí.
Lo único que desearía es que mi padre estuviese conmigo.
Me quito la toga y la dejo allí en el centro de estudiantes, pues se supone que no es mío. Me quedo solo con mi corto vestido color azul y el diploma enrollado en la mano. Salgo de la universidad sin mirar atrás o esperar a nadie pues, no tengo amigos a los que aguardar para celebrar.
Se me ocurre ir hasta un Starbucks para, al menos, darme un poco de gusto antes de volver a mi ajustado recorte presupuestal. Debo hacerlo si quiero ahorrar todo lo posible.
—Deme un frapuchino por favor —pido cuando estoy en la barra. El cajero me pide mi nombre y manda la solicitud para mi bebida.
Mientras espero, observo a la gente tomar su café o comer su desayuno. El mundo sigue avanzando sin importarle lo que una chica como yo pueda estar sintiendo.
El que reparte las bebidas dice mi nombre por el altavoz y me dirijo a la barra a recoger la bebida, pero justo cuando me doy la vuelta me tropiezo con un chico que está pasando por allí. El hombre me sujeta de los hombros para evitar mi caída y yo quedo embobada viéndolo a los ojos.
—Discúlpame —susurro con el corazón acelerado a millón.
—No hay problema —responde con una enorme sonrisa.
¡Oh por Dios! Es tan guapo y tan amable que siento que moriré allí mismo en sus brazos.
—¡Oye Josh! ¡Por aquí! —le grita uno de sus amigos a lo lejos.
Josh se aleja y me deja allí de pie, completamente embobada y sin poder dejar de mirarlo. Mis mejillas se ponen rojas de la vergüenza y lo único que puedo hacer es correr a buscar mi bebida.
A la mañana siguiente me levanto muy temprano y me pongo la mejor ropa que tengo para entrevistas. Estoy muy nerviosa pues no espero que me vayan a dar el puesto de trabajo en realidad, pero debo intentarlo sin importar el resultado.
El gran edificio de Bufet de abogados en Queens es tan imponente que me tiemblan las piernas antes de entrar. Trago en seco y paso a la recepción, donde me indican que debo subir al piso de recursos humanos.
Hay varias postulantes igual que yo, solo que ellas se ven mucho mejor arregladas.
Cuando toca mi nombre casi siento que me voy a desmayar. Abro la puerta con cautela y una mujer muy bien vestida y con mirada asesina está sentada frente al escritorio. Ni siquiera levanta la mirada cuando paso. Esto me pone los nervios de punta.
—¿Eres Daphne Foster?
—Sí.
—Tienes un currículo asombroso —halaga—, pero no me interesa lo que dice aquí, quiero que me digas por qué serías la persona ideal para el puesto.
Me he preparado mil veces para esa pregunta, así que le respondo bajo los estándares de lo que considero es lo correcto. Le doy una gran sonrisa, pero ella no me la devuelve.
Luego de un par de preguntas más, me dice que me llamarán si he quedado seleccionada y me hace salir del despacho.
No tengo idea de si lo he logrado; ahora solo me queda esperar.
Han pasado cinco días y ya he perdido la esperanza de que me llamen del trabajo en el bufet. Lo único que he hecho estos días es volver al mismo Starbucks a ver si puedo toparme de nuevo con ese muchacho Josh, pero hasta el momento, no había contado con suerte.
Estoy a punto de irme del café cuando recibo una llamada. No tiene identificador. Contesto y una voz femenina me responde.
—Daphne, has sido seleccionada para el puesto en nuestra empresa. La esperamos para firmar el contrato y que comience a trabajar.
—¡Oh! Muchas gracias —sollozo sin poder contenerme. No puedo creer que lo he conseguido también.
Me pongo de pie y salgo corriendo sin mirar al frente, y de nuevo vuelvo a chocarme con alguien que va pasando. Estoy por pedir disculpas cuando me doy cuenta de que es Josh otra vez. Él me mira y sonríe, esta vez sí me presta atención.
—Debemos de dejar de toparnos así —me dice con esa voz angelical.
—Lo… lo siento —tartamudeo.
—Soy Josh —se presenta estirándome la mano para estrecharla.
—Daphne —respondo con una sonrisa embobada. Nos quedamos con las manos apretadas un par de segundos, hasta que recuerdo que debo correr a la empresa—. ¡Debo irme!
—Espera, dame tu número —me pide.
¿De verdad un chico guapo me está pidiendo su número? ¡Cállate la boca!
Le apunto mi celular en el vaso del Starbucks y me voy corriendo para tomar un taxi que me lleve hasta el bufet.
Quince días han pasado desde que entré a trabajar al bufet de abogados y el trabajo no ha sido tan ideal como lo pensé en un principio.
A mis compañeros de trabajo les encanta pedirme favores. Y yo los hago de buena gana porque no me gusta decirle que no a los demás.
—Ay Daphne, ¿puedes sacar estas copias por mí, por favor? Son urgentes para un caso de divorcio —pide Cristine, una de mis compañeras.
—Ah sí, claro.
—Daphne, ya que vas por ahí, ¿me traerías un café? —dice Frank.
—Ah, a mí por favor, imprímeme estos documentos —agrega Úrsula.
Recibo los pedidos de todos sin mucho ánimo. Pensaba que estaría trabajando en administración y solo terminé siendo la mandadera de todos. Pero no me importa demasiado en este momento, porque la felicidad que siento no me la puede quitar nadie.
Tarareo la canción de la cenicienta “esto es amor”, mientras pienso en Josh.
El chico me había escrito hacía varios días, y hoy por fin íbamos a salir.