




❍[COINCIDENCIA]❍
Ella le propinó un golpe en la ingle que lo hizo removerse un poco por el golpe, sin perder tiempo le dio un puñetazo en la nariz. Al ver que se levantó de encima de ella encogiéndose de dolor.
—¿Qué cojones ha sido eso? —preguntó mirándola aturdido.
—Te lo ganaste por abusador, te dije que no estaba aquí para follar contigo.
Le dio una patada en el estómago. Cayó al suelo y aprovechó el momento para salir corriendo como alma que lleva el diablo por el lugar. Como pudo, engulló sus zapatos del suelo, y corrió hasta donde estaban sus amigos. John tampoco se veía por el sitio.
—Alessss... —gritó su amiga— ¿Dónde te habías metido? —hablo un poco con la lengua enredada. Era obvio que estaba un poco pasada de tragos.
—Debemos irnos —le tomó del brazo.
—Nena, ¿por qué si lo estamos pasando bien?
—Ahora, Karen —dijo casi gritando—. ¡Quiero irme ahora mismo de aquí!
Su amiga parpadeó dos veces y negó con la cabeza.
—Sabes que te quiero— le dio un beso rozando sus inocentes labios, que era solo una muestra de amistad y confianza—. Pero la respuesta es no. Estoy deliciosamente bien a gusto aquí con mi chico.
—De acuerdo —musitó, seguía abrazando sus zapatos sobre su pecho—. Entonces, me marcharé sola, puedes quedarte si gustas —les dio la espalda a todos y salió disparada, descalza hacia la puerta.
Se aseguró que nadie la viera salir en el estado en que se encontraba. Corrió con la suerte de que en ese momento iba pasando un taxi. Se montó sin mirar atrás. Ya cuando estaba el vehículo en movimiento fue el momento indicado para que ella respirara de nuevo. Se mordió el labio inferior para tratar con eso de que las ganas de llorar que tenía acumulada en su pecho no salieran aún. Tenía que esperar llegar a casa.
—¿Se siente usted bien, señorita? —le preguntó amablemente el conductor.
Negó con la cabeza.
—Sí, tranquilo, no pasa nada, gracias.
—Es usted muy joven y hermosa, para estar tan triste.
Alessa sonrió.
—Gracias de nuevo. Es usted muy amable.
—Sea lo que sea, por lo que usted esté pasando, señorita — le miró por el espejo retrovisor y agregó de manera sincera:— no durará para siempre.
—En eso tiene usted razón.
El conductor del taxi la dejó en la entrada del edificio en donde vivía unos cinco minutos después. Cuando Alessa entró a su apartamento y cerró la puerta se colocó de espaldas a esta y ahí se derrumbó. Se dejó rodar hasta el suelo de la misma manera que sus lágrimas corrían ahora libremente por su rostro.
Lanzó los zapatos por el pasillo. Estaba harta, cansada de luchar. Qué duro para ella era estar sola. No podía creerlo. Dos hombres distintos, la noche de su cumpleaños, querían abusar de ella. ¿Qué demonios pasaba? ¿Era que en su vida nunca iba a parar de sufrir?
Su teléfono celular comenzó a sonar, lo sacó del bolso rápidamente.
—Hola.
—Gracias a Dios estás bien —el alivio en la voz de Karen era notorio.
—¿Ocurrió algo? —Alessa no tardó en preguntar:
—No lo sé, dime tú.
—Karen, no tengo idea de que me hablas.
—John nos llamó desde afuera del club. Al parecer, el jefe de seguridad del club lo echó…
—Déjalo para mañana —le cortó—, no quiero saber por ahora es muy tarde y sabes que mañana será otro día de mierda para mí.
—¿Entonces no te interesa el resto? Eres una malagradecida —le reprochó su amiga con indignación fingida—. Después que saliste, una mujer atacó al dueño del club.
El corazón de Alessa se detuvo por un momento.
—¡¿A quién?! —casi gritó, estaba nerviosa—. ¿Qué le hizo?
—Nada grave, al parecer. Lo cierto es que el hombre estaba hecho una fiera, y no dejaba salir a nadie hasta que la encontrara.
—¡Oh, qué mal! —exclamó haciéndose la desentendida—. Menos mal que me fui antes de que todo ocurriera. Tal vez se lo merecía.
—¿Cómo puedes decir algo como eso, Aless? El pobre hombre estaba todo golpeado…
—Está bien, Karen. A lo mejor tienes razón, pero será mejor que hablemos de eso mañana. Porque ahora tengo mucho sueño, estoy muy cansada —fingió un bostezo.
—De acuerdo, como quieras, pero sabes que mañana te haré muchas preguntas al respecto.
—Lo sé —ella se echó a reír—, voy a prepararme psicológicamente.
—Sí, creo que será lo mejor.
La llamada finalizó, y estaba agradecida. Sin embargo, estaba un tanto nerviosa. Conocía a Karen y no iba a parar de preguntar hasta que no le dijese todo lo que había sucedido. Fue hasta su habitación. No tenía ganas de nada, se tiró encima de la cama grande fría. Suspiró, sus dedos delicados rozaron sus labios. Cerró los ojos al recordar aquel momento con aquel bárbaro desconocido. Sentía un nudo de nervios en su estómago. Muchas emociones esa noche, más lo que se imaginaba que podía pasar al día siguiente. Con ese conocimiento se quedó profundamente dormida.
A la mañana siguiente el cuerpo de Alessa estaba pesado. Los acontecimientos de la noche anterior, le estaban pasando factura. Aun así se forzó a salir de la cama, a levantarse, asearse y prepararse un café. Recibió la llamada de su abogado. Necesitaba sentirse confiada y segura. No había nadie mejor que el abogado de su padre, su amigo y su padrino de bautismo.
El chófer pasó a recogerla y llevarla junto a él. Juntos, repasaron todos los informes y diferentes escenarios que se podrían presentar en la reunión. Lo que más temía era que la junta directiva no la reconociera como la legítima dueña de la empresa que estaba teniendo conflictos económicos.
Se vistió para impactar a todos en la sala. Llevaba puesta una falda tubo negra que resaltaba sus caderas y su exuberante trasero; con una pequeña abertura. Un enterizo de blonda manga larga color rojo. Zapatos rojos de diez centímetros, tacón aguja y plataforma que hacía que se viera más alta y estilizada. El cabello recogido en un moño flojo. Su maquillaje era sutil con los accesorios adecuados. Su intención era hacerles saber a todos que estaba presente, y que no estaba dispuesta a que la dejaran de lado.
—¿Estás nerviosa? —La voz del hombre a su lado era calmada.
—No puedo mentirte, tío. Estoy muy nerviosa, sabes de lo que son capaces esas arpías.
—Aless… Estamos conscientes de que estamos declarando de frente la guerra a Gissel. Ella no cederá tan fácilmente.
Se quedó callada por un momento y tomó la mano arrugada del hombre que había sustituido a su padre estos últimos años.
—Ellas me lo han quitado todo. No permitiré que destruyan la empresa de mi madre, que nada tiene que ver con ellas.
—Es cierto, pequeña —acarició su mejilla—. Estaré a tu lado hasta el final.
Cuando su tío iba a añadir algo, el chófer les indicó que habían llegado a la empresa. Alessa respiró profundo.
«En este momento necesito su ayuda», dedicó ese pensamiento a sus padres.
—Lo harás muy bien —dijo el hombre mayor.
Con esas palabras de aliento, terminó de entrar a las instalaciones de su empresa. Inmediatamente, se dirigió al piso en donde se celebraban las juntas. Se sorprendió al ver tanta seguridad junta. La asistente de Gissel los detuvo en la puerta.
—Hola, Alessa —la miró de arriba a abajo—. Lo siento mucho, pero tengo órdenes de no dejarte pasar.
—¿Órdenes de quién? —preguntó su tío.
La chica miró al hombre mayor que aún inspiraba poder y respeto.
—Por órdenes de Mariana, señor.
—¿Quién es ella? —volvió a preguntarle el hombre.
—Es la hija de la señora Gissel.
—¿Es ella hija de también de Jonathan Sinclair?
La mujer nerviosa negó con la cabeza.
—Lo siento, señor, solo cumplo órdenes.
—Te entiendo —dijo Alessa con empatía—, pero soy la hija legítima de los dueños de esta empresa. Además, tengo también un porcentaje de acciones. Debo de estar en esta junta.
Hizo que la asistente se quitara de la puerta. Pero otro guardia de seguridad les cerró el paso, mirándola serio.
—¿Quién es usted?
—Una de las accionistas de esta empresa —respondió Alessa de manera inmediata.
El guardia habló con alguien por el intercomunicador que tenía pegado en la oreja. Luego le miró.
—Pueden ustedes pasar sin ningún problema.
Al abrir la puerta todos dejaron de hacer lo que estaban haciendo para mirarla.
—Pensé que la reunión comenzaba a esta hora, no que terminaba —dijo sarcástica.
La cara de Gissel pasó a color blanco, mientras que las de sus hijas era rojo escarlata.
—¿Has venido? — dijo con asombro.
—Por supuesto, Gissel. No me perdería esto por nada del mundo —respondió mirando a Mariana desafiante.
—Es un poco tarde, la negociación se cerrará ahora mismo —intervino con rabia Amanda.
—Pues, creo que mi voto es importante porque soy una de las accionistas. A la cual no se le dijo nada acerca de esta junta extraordinaria.
—Nadie dice lo contrario, querida —agregó Gissel mirando a sus hijas y sonriendo con autosuficiencia, agregó:— Pero ya es tarde, la negociación fue cerrada.
—Es cierto —a lo lejos escuchó una voz grave que se le hizo familiar—, pero aun así estoy dispuesto a conocer a los demás socios. ¿Quién es usted?
En el momento que ella alzó la cabeza. Sintió que la tierra se abría debajo de sus pies. Cuando su mirada oscura se cruzó con la de ella y la palidez inundó su rostro.
—No pasa nada, querido —habló Gissel pausadamente.
Ese fue el momento de su padrino para intervenir.
—No estoy de acuerdo contigo, Gissel —miró al hombre que encabezaba la reunión—. Ella es Alessa Sinclair, la única hija de Jonathan y Francine Sinclair, los dueños de esta empresa.
—Esa mujer está muerta desde hace muchos años —musitó Mariana.
—Pues, permíteme recordarte, Mariana, que esta empresa era la herencia de la familia de Francine. No de Jonathan, él solo lo que hizo fue manejarla con buen temple después de su muerte —dijo David y se dirigió al hombre imponente sentado en la cabecera de la mesa redonda en donde se celebraba la reunión—. Disculpe el atrevimiento, no nos conocemos ¿Usted es?
—Soy Yasir Arslan —enarcó una ceja hasta Alessa y le sonrió mostrando todos sus dientes blancos y perfectos—. Estoy a sus servicios.