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Capítulo 7

A la mañana siguiente Esmeralda despertó envuelta en una nube de algodón, suspiro recordando la noche anterior y se sonrojó. ¿Le habría pedido que entrara con ella al hotel? Se tapo con las sábanas hasta la cara y sonrió. Claro que lo hubiera hecho, si no hubiera estado segura de que él se estaba conteniendo. Esperaba que fuera porque era un caballero y quería esperar a conocerse un poco más. Ella llevaba ya tres días en la isla, lo que significaba que solamente tenía dieciocho días más antes de tener que irse finalmente a su hogar.

Miro el reloj de su celular, dándose cuenta de que aún era temprano y tenía tiempo para llegar a su taller de cocina. Por lo tanto pidió unos huevos revueltos y tostadas para desayunar algo ligero, se baño, y se vistió con un vestido rojo un poco largo holgado que disimulaba sus curvas anchas. Ese día calzo unos zapatos "slip on", dió un último vistazo a la playa desde su ventana, imaginándose ahí la noche anterior con Alistaír.

Luego bajo a recepción, estaba leyendo y contestando unos mensajes de sus amigas Lisa y Melina cuando al escuchar una voz autoritaria la piel se le puso de gallina:

—No sé qué creen que están haciendo, pero quiero que el cliente termine muy satisfecho con su estancia. Si veo tan solo un punto por debajo de nuestro récord, vayan buscando dónde trabajar. Es increíble: les pago tanto como a un licenciado, los capacitamos, damos oportunidades, bonos, viajes… es inaceptable, Zamira. ¿Entendiste todo?

Alistaír estaba echándole bronca a la pobre recepcionista, quién estaba claramente asustada, no podía siquiera mirarlo a los ojos. A Esmeralda aquello le enfureció. Ya sabía lo que era ser tratada peor que la suela de un zapato, insultada y amedrentada. Él podría ser todo lo guapo, sexi y rico que quisiera, pero no estaba bien. Rápidamente se acercó a ellos y aunque sabía que tal vez no debía meterse, no pudo contenerse al decir:

—No seas un canalla —dijo con toda la dureza de la que fue capaz en reunir.

Él se percató de su presencia y al oírla decir eso, en sus ojos brillo peligro, la miraba con una ceja enarcada y una mueca de disgusto.

«¡Pues que le den!», pensó enfurecida.

—Hola, Esmeralda —su voz era muy fría—. ¿Cómo dormiste?

Ella alzo su barbilla.

—Perfectamente, como puedes mirar.

Su boca se curvo en una media sonrisa, aunque no había nada amigable en aquel gesto, todo lo contrario, la instaba a huir rápidamente antes de que la bomba termine de estallar. Pero como la estúpida que era, siguió dirigiéndole una mirada retadora, que se atreviera a hacerle lo mismo, ya verían quién ganaba.

—Haz lo que te he dicho, Zamira, cariño —dijo Alistaír con dulzura. La recepcionista se puso colorada y asintió con efusividad, lanzándole a Esme una mirada de súplica.

Luego él la tomó del brazo y ella se estremeció mientras la guiaba fuera del lugar, en donde estaba el carro de Alistaír. Con suma rapidez y sin darle tiempo a protestar, la metió dentro en el asiento del copiloto. Fue hacia el otro lado del auto y se metió, no dijo nada mientras arrancaba y se dirigían a rumbo desconocido. Pasó un rato en silencio antes de decir:

—Estás molesto.

Él apretó el volante con fuerza y soltó una pequeña risa.

—Sí y no. Me ha molestado que te entrometas cuando yo doy órdenes a mis empleados. Pero también me ha encantado y excitado esa mirada desafiante, agápi mou. Me encanta verte molesta y eso es algo que me saca de quicio —admitió.

Ella tembló desde su asiento y tartamudeo:

—E-eso… Y-yo… bueno… —aspiro aire con profundidad antes de poder hablar con claridad, ese hombre y sus cambios de humor tan raros la ponían al límite—. Escucha, la verdad es que he sido tratada igual o peor que ella, incluso haciendo lo mejor, tratando de hacer mi trabajo con eficacia. Y por hombres gritones, machistas y amenazantes. Es horrible. En cuanto lo he visto me entró una especie de coraje, sentí como si a mí también me pasara. Sé que suena estúpido...

—No —la interrumpió con firmeza—. Tienes razón. En el futuro voy a mejorar eso, simplemente en la compañía familiar estoy acostumbrado a que así se den órdenes, a veces cuesta recordar que es un hotel y no la industria naviera. Creó que ha sido una intromisión aceptable y muy razonable, cariño.

Ella suspiro aliviada y un tanto nerviosa por sus palabras.

—Gracias por entender, Alistaír. Me alegra que te lo hayas tomado tan bien —Esmeralda miro por la ventana—. ¿A dónde vamos? Tengo clases de cocina...

—Bueno, eso ha cambiado, agápi mou. Hoy iremos a otro lugar, si no te molesta —luego volvió a hacer esa mueca tan linda con los labios—. Perdón por tomarme libertades, te puedo llevar de regreso si gustas...

Puesto que era eso o tirarse del carro, asintió, ciertamente estaba ansiosa por pasar más tiempo con él.

—Me encantaría —aceptó ella.

Luego de un rato conduciendo, diviso que llegaban a una especie de villa, porque se ponía más boscoso el camino, ahí se detuvieron frente a unas rejas que protegían el lugar. Alistaír pulsó un botón y las rejas se abrieron sin hacer casi nada de ruido, entraron y las rejas se cerraron detrás. Entonces observo la casa, muy del estilo de el: discreta, elegante y muy hermosa. Se notó que le gustaba la privacidad y pensó en cuántas más como ella habrían entrado ahí, sintiendo la misma emoción. Aquello le hizo sentir muy mal.

—Es muy bonita —admiró en voz baja.

—Sí, me gusta tener mi propio espacio, lejos de los negocios y todo eso. Vamos.

Bajaron del coche y también le encantó el jardín, que era bien amplio. A los costados había una piscina y en medio del lugar una fuente de mármol. Solamente pudo pensar en lo delicioso que quería darse un baño allí. Entraron en la casa y justo se quedó muda. Estaban en un lugar apartado y aparentemente solos. ¿Sería posible que…?

—Esmeralda, espero que te sientas agusto. Y espero que me perdones, pero no soporto más la ansiedad de besarte.

Ella abrió los ojos con sorpresa, no le dió tiempo a nada cuando Alistaír le sujetó la nuca con la mano y la atrajo hacia él, echándole la cabeza hacia atrás. Con los labios acarició el pulso que latía en la base de la garganta y ella se estremeció.

Entonces la boca masculina cubrió la suya y se apoderó de ella con tanta fiereza y tanta exigencia que algo en su interior se rompió, y Esme sintió la urgente necesidad de sacar una bandera blanca y gritar que se rendía.

Las manos de Alistaír le envolvieron los brazos, se deslizaron por los hombros y después moldearon su cuerpo con el fino vestido, marcando la forma de los senos, del estómago, de la cintura, hasta que una mano se colocó en sus pechos.

Esmeralda se movió contra él, rozándolo con las caderas, buscando ciegamente aquello que su cuerpo le urgía a conseguir. Aquello que nunca había sido capaz de experimentar:

El sexo.

La dominación.

La rendición.

Después los dedos de él descendieron por toda la columna, desde la nuca hasta las nalgas, inflamando sus sentidos, haciendo arder todas sus terminaciones nerviosas.

¡Cómo le gustaba sentir las manos de Alistaír en ella, sus caricias, el roce y la presión de sus dedos en sus puntos más sensibles!

Fue entonces que murmuró, entre una nube de excitación:

—No tengo mucha experiencia, odiaria decepcionarte.

Él gimió mientras se pegaba a ella.

—De ninguna maldita manera, cariño. Me vuelves loco.

Alistaír le deslizó el vestido rojo por los hombros femeninos e impacientemente se lo quito por completo, para descubrir el cuerpo suave y casi moreno.

Ella jadeó al sentir el calor de sus manos en la piel, en el pecho, en los pezones, y entonces él perdió también el control y algo primitivo y salvaje se apoderó de los dos.

Entonces él la alzó del suelo y la apoyó de espaldas en el borde de un sillón.

Le separó los muslos y la miró.

—Me gusta mirarte —dijo, manteniéndola inmóvil y bebiendo de ella con los ojos.

Después se arrodilló a sus pies y se colocó entre sus muslos.

Esmeralda se estremeció al sentir la boca que le acariciaba entre las piernas, por encima del tejido casi transparente del tanga que apenas la cubría.

La boca de el se deslizó sobre el satén húmedo, y ella jadeó. Las piernas le temblaban mientras él acariciaba con la lengua el pequeño botón rígido donde se concentraban todas las terminaciones nerviosas.

—Alistaír —gimió ella, deseando sentir la lengua sobre su piel desnuda y caliente.

Pero él ignoró la súplica y continuó torturándola con los pulgares, siguiendo el borde del tanga, encontrando los huecos donde los muslos se unían a su cuerpo, jugando con ella como si fuera una marioneta, que bailaba y se movía con cada caricia de sus manos y su boca.

Por fin, con mano experta, Alistaír hizo a un lado la tela del tanga y la dejó totalmente expuesta a él.

Ella jadeó entrecortadamente. Tenía la piel ardiendo y las mejillas encendidas.

Alistaír alzó la cabeza morena y recorrió con la mirada lenta y cargada de deseo todo el cuerpo de Esmeralda, deteniéndose en la firmeza de los senos, el movimiento irregular del diafragma, las finas caderas y los muslos separados. Mirándola a la cara, recorrió el sexo húmedo con las puntas de los dedos, absorbiendo los sobresaltos y tensiones de los músculos femeninos que reaccionaban a sus caricias.

—Alistaír —repitió ella, en un jadeo grave y ronco.

Esta vez él respondió inclinándose hacia ella, cubriendo la cálida piel femenina con los labios, besándola y succionando los pliegues cálidos y ardientes, a la vez que deslizaba las manos bajo las nalgas femeninas y atraía su sexo hacia él.

Tantas sensaciones, tanta pasión… Esmeralda se estremeció y enredó los dedos en sus cabellos, sujetándose a él mientras la lengua de Alistaír la acariciaba y la excitaba, más ardiente y más húmeda que nunca, y los dedos masculinos jugaban con la media de seda que le cubría el muslo.

Esmeralda se arqueó hacia él a medida que la presión en su interior aumentaba, y el clímax empezaba a ser algo tangible y real. Hundió las manos en los cabellos masculinos. Sentía el implacable fuego del deseo.

Era suya, completamente suya.

Le pertenecía

Era su querida, su mujer.

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