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Capítulo 5

Llegaron a un restaurante que por la fachada no se esperaba para nada, no era inmenso ni tan elegante, sino pequeño y ciertamente con un estilo casero que le gusto al instante. Alistaír estacionó en el pequeño estacionamiento que había en el lugar, se bajó y abrió la puerta de Esmeralda.

Le ofreció el brazo, que ella acepto encantada, así fue como caminaron al lugar. Entrando lo primero que se sintió fue el aroma de comida recién hecha, sonaba una canción que no conocía pero que era relajante y tranquila, como música de jazz.

Todo el mundo los miró al pasar y Esmeralda fue consciente del interés que estaban despertando. Aquél era un punto más en la lista de las cualidades del hombre que la acompañaba: era imposible no mirar una primera o segunda vez. Un hombre alto, con barba y moreno fue directamente a recibirlos con una amplia sonrisa, se veía complacido de su llegada.

—¡Alistaír, mi gran amigo! —se dieron uno de esos abrazos masculinos con palmadas en las espaldas. Esmeralda se sorprendió de por primera vez mirar a Alistaír tan sonriente, el seductor griego tenía amigos a los que apreciaba, se dió cuenta. No sabía porqué se lo imaginaba solitario y siempre serio.

Rápidamente le dió un vistazo a Esmeralda y le tomo la mano para darle un beso pequeño.

—Me presento, soy Nikolo, el dueño del lugar y amigo de éste obsesionado al trabajo —le dirigió una mirada de reproche fingida—. Estoy encantado de recibirlos.

—Es un lugar maravilloso, un diseño exquisito —respondió ella.

Esmeralda sonrió y supo que le iba a agradar inmediatamente, aunque parecía tener la misma edad que Alistaír tenía una mirada muy sabia, de alguien que había pasado por muchos obstáculos. De pronto se escuchó una voz femenina que no logro entender qué decía, pero cuando apareció detrás del mostrador y al ver a Alistaír, corrió rápidamente hacia ellos.

—¡Al! Pensaba que ya te habías olvidado de pasarte esta semana —le dió dos besos en las mejillas con gran cariño.

—Jamás dejaría pasar una semana sin venir aunque sea unos instantes a saludar, Cecile —respondió Alistaír con una sonrisa de oreja a oreja.

Celile la miro y alzo una ceja con una alegre sorpresa.

—Hola, espero te sientas cómoda aquí. Nosotros somos amigos de infancia de Alistaír, como diría mi madre “amigos de cuna” —Esmeralda rió por aquello y ella le dió dos besos en las mejillas también—. Soy de Francia, ¿Y tú? Luces muy hermosa esta noche

—Soy de México, muchas gracias. La verdad es que al llegar aquí descubrí que tanto hombres como mujeres son muy agraciados del rostro, con ese toque mediterráneo que encanta —Esmeralda no se sintió incómoda con los amigos de Alistaír, parecían ser muy amigables y quererlo en serio.

Nikolo puso sus manos en los hombros de Cecile y la abrazo.

—Nosotros estamos casados desde hace 5 años, esperábamos que Alistaír se nos uniera pero... —hablo más bajo, auqne claramente él lo escuchaba—. Tiene un problema con el trabajo, no puede vivir sin él. Y como nadie más puede soportar a un obsesionado de los negocios, viene aquí cada semana a relajarse. Así que ya que estás advertida. Pero que no te amedrente, es una buena persona.

Esmeralda miro a los ojos a Alistaír, quién tenía fuego en la mirada, realmente le estaba agarrando el gusto a aquello: La sensación de que a él le fascinaba cómo se veía, al recorrer sus curvas la forma de mirarla era con apreciación. Luego la feliz pareja los llevo a un asiento junto a la ventana, ahí se observaba un parque, niños jugando y parejas felices caminando predominaban.

Unos instantes después un camarero les llevo una botella de vino blanco.

—Quisiera saber más sobre ti —dijo él, mirando también por la ventana.

—¿Como por ejemplo? —preguntó engatusada por aquel perfil, pero que albergaba una oscura promesa.

—Por ejemplo, tu vida familiar —replicó tras beber un sorbo de vino. Esmeralda lo imitó, se le había secado la boca. El vino sabía muy bien, era embriagador y más con el ambiente que se cargaban los dos.

La tensión pasó a un segundo plano porque Esmeralda se estaba derritiendo literalmente y no lo podía evitar. Algo en ella estaba respondiendo a las señales de Alistaír y era muy difícil no ceder un poco. Así que accedió a contarle la fiesta de cumpleaños de su hermano que vivía en Argentina. Aquello desvió la conversación hacia sus otros hermanos. Y hacia sus padres.

Le contó que sus padres se habían divorciado, pero que tenían una buena relación puesto que tuvieron tres hijos: su madre se quedó con Jazmín su hermana de ahora veinticinco y su papá se quedó con Esteban de ahora veintiocho. Ella era la hermana pequeña y se quedó al cuidado de su abuela a petición de esta. Luego tuvieron cada uno un hijo más con sus parejas actuales. De eso ya hace veintidós años, así que aquellos hermanastros también estaban casados.

—¿Están todos felizmente casados y algunos con hijos? Son… muchos.

Esmeralda sonrió ante la mirada de horror de Alistaír. A mucha gente le sorprendían las familias numerosas mexicanas. Asintió, pero por dentro volvió sentirse culpable una vez más. Ella era la oveja negra de la familia. Todos tenían ya familia, ella era la chica del medio y sus otros hermanos que eran más pequeños ya estaban casados.

—Bueno, mis padres tenían dieciséis cuando mi mamá quedó embarazada, por lo que cuando se divorciaron tenían veinticinco. Mi mamá tuvo a su otro hijo a los veintisiete. Y papá un año después.

Sus papás querían verla establecida como sus hermanos.

Sobre todo después de que terminara trabajando en algo totalmente diferente a lo que estudió y siempre verla triste.

Esmeralda probó otro sorbo de vino y evitó la mirada penetrante de Alistaír. Tenía la sensación de que le estaba adivinando el pensamiento. Ojalá se le despejara los efectos del vino, que había sido como un néctar embriagador. El tacto de la seda del top lo estaba encontrando realmente sensual. Se dio cuenta de que resultaba muy fácil charlar con él. Era atento, encantador, mostraba interés… y era un hombre interesante.

Justamente llegaron a traer pan, queso feta, un pescado para cada quien y una apetitosa ensalada. Nada más de verlo se le hizo agua la boca.

—Vaya, es una familia muy disfuncional —sonaba sorprendido—. Bueno, es que estoy acostumbrado a las uniones de aquí: pocos hijos, y un matrimonio duradero. Cuando me case será para siempre.

Esmeralda sonrió y sabía que no debía preguntar lo siguiente, pero lo hizo:

—¿Y cuándo piensas casarte?

Él la miro fijamente y su labio se curvo en una fría sonrisa. Ella se arrepintió de haber preguntado.

—Lo he pensado. Tengo veintinueve años y mucho que recorrer, cuando me case será con una mujer capaz de sobrellevar lo que implica ser mi esposa.

—¿Ah, si? —preguntó, echándole leña al fuego.

—Sí, hay que dar entrevistas, compaginar la compañía con nuestras vidas, deberá ser de un estrato social similar y que entienda mi estilo de vivir. La empresa familiar es muy importante para mí —tomo un pan, le unto el queso y se lo llevó a la boca, mientras seguía hablando—. Así que por eso me tomaré mi tiempo antes de aceptar el compromiso. Como no pienso divorciarme, será un camino largo. Además debo pensar en la herencia de la compañía a futuro.

Esme, que tomaba un poco de vino se atragantó.

—¿Herencia? —su voz sonó ahogada.

—Sí, en mi entorno es normal casarse para tener un heredero. ¿Te parece frívolo?

Esme había visto infinidad de matrimonios hechos por embarazos no planeados, o bien planeados para atrapar al marido, se dijo que no era tan descabellado.

—No, claro que no.

Por dentro se dió cuenta de que ella no encajaba en esas descripciones, que de hecho parecía dejar en claro que sus intenciones con ella no iba hacia ese rumbo. Tomó un trozo de pan y se lo metió entero en la boca, necesitaba pensar antes de seguir abriendo su estúpida boca. ¿Qué harían entonces? Si aquellas citas no llevaban a iniciar una relación, ¿ A dónde los llevaba? Él no planeaba casarse con una chica como ella y mucho menos iniciar una relación. No quería nada duradero, parecía saber lo que quería y a qué tipo de mujer, ella no entraba en esos estándares.

—¿Entonces solamente tienes citas? —se armó de valor para preguntar por fin.

Él asintió. La miró a los ojos fijamente.

—Exactamente.

El resto de la noche charlaron sobre ellos, y ella estuvo encantada de aprender más sobre él. De hecho Cecile y Nikolo fueron un rato con ellos a charlar en lo que no habían tantos clientes y rieron bastante sobre sus anécdotas. Encontró agradable la velada a pesar de lo agridulce de las respuesta de Alistaír. Después se dieron cuenta de que era muy tarde, se despidieron y fueron al automóvil para regresar al hotel.

Cuando llegaron al frente del hotel, Esmeralda se giró. Era ridículo, pero se sentía asustada, más que de él, de sí misma.

Estaban muy cerca. La luna brillaba en el cielo despejado y el viento de julio era fresco. Sin embargo, ella no tenía frío, sino todo lo contrario. Sabía que si Alistaír intentaba besarla, no iba a ser capaz de resistirse. Y ese pensamiento hizo que se estremeciera. Le echó la culpa al vino. Y al encanto innato y seductor de aquel griego.

—Me ha encantado disfrutar de tu compañía está noche, agápi mou.

De repente Alistaír dio un paso atrás y ella uno adelante, como si estuvieran unidos por un hilo invisible. Los ojos de él brillaron como si hubieran percibido y comprendido ese gesto.

Antes de que Esmeralda se diera cuenta, él le estaba besando la mano, tal y como había hecho cuando fue por ella. Aquel gesto tan pasado de moda le conmovió, pero la dejó desconcertada. Tenía las hormonas disparadas entre el deseo y la tensión. Y fue entonces cuando Alistaír, tras una última mirada penetrante, se dio la vuelta y comenzó a caminar de vuelta al coche. Esmeralda pronunció su nombre casi sin querer, a pesar de lo que le estaba diciendo el sentido común, y él se giró.

—Sólo… sólo quería darte las gracias por la cena.

Alistaír caminó hacia ella. Por un instante a Esmeralda le dio la sensación de que se estaba acercando para besarla. Dio un paso atrás, fruto del pánico y de la anticipación. Pero él se detuvo al llegar junto a ella. Le retiró un mechón de la cara.

Eso la puso a temblar. A ella le entraron ganas de girar el rostro para que le acariciara la mejilla, pero la mano de él acababa de dejar de tocarla. Sus ojos brillaban en la oscuridad.

—De nada, Esmeralda. Pero no te preocupes. Nos volveremos a ver, te lo prometo, cariño.

Se dio de nuevo la vuelta y regresó al coche. Entró, cerró la puerta y el coche desapareció. Esmeralda se quedó paralizada, boquiabierta.

La actitud fría que la caracterizaba, que escondía cada amarga decepción, cada sueño roto, de repente se estaba tambaleando. Se estaba mostrando con el como con ninguna otra persona y le dejaba entrever sus emociones, todo lo que tenía miedo de contarle a alguien más. Quizás fue el vino. No estaba segura porqué le confío casi toda su vida en esa noche, se sentía desnudada a pesar de saber que no tenía nada que temer.

Aunque se había estado repitiendo a sí misma que no esperaba nada de aquel hombre, debía que admitir que era mentira. Alistaír había traspasado el muro que había construido tras todos esos años de burlas a su físico, las referencias a que era una diosa de la fertilidad bien gorda en muchas partes de su cuerpo. Él la hacía sentirse hermosa, deseada. Ya sabía que no encajaba en el mundo de él y que tampoco entraría como aspirante a ser su pareja. Y estaba enterada del tipo de mujer que estaba buscando, la que lo acompañaría en todo ese largo camino que debía recorrer, la que le daría un heredero legítimo que continuase con el legado familiar.

Se sentía tonta por querer más, incluso se había convencido de que sería diferente a las demás mujeres que la antecedieron. Pero la verdad es que era sumamente complicado controlar sus emociones cuando estaba cerca de él, con tan sólo un toque se ponía a temblar, se le hacían las piernas gelatina. Y cuando la miraba… Oh, cuando la miraba con deseo y apreciación no podía evitar excitarse, sentirse preciosa y para nada incómoda. Jamás encontró satisfactorio ese tipo de coqueteo, no estaba acostumbrada a esa clase de pasión, motivo por el cual su virginidad se encontraba intacta, nunca se le pasó por la cabeza con nadie más, nunca hubo un indicado.

Hasta él. Él era la excepción a la regla. Pero ya le daba igual, quería más de él.

Aunque no sabía si su corazón lo soportaría.

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