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Capítulo 3

Esmeralda corrió buscando el baño, pasando entre los cuerpos que estaban bailando. Se sentía mareada de algo que nunca había experimentado. Cuando logro entrar, se metió en un cubículo y se recargo contra la puerta. ¿Qué le sucedía?

Poco a poco, fue recuperando el control. Entonces, se dio cuenta de que, durante unos instantes, había sentido que no controlaba absolutamente nada y eso había sido cuando Alistaír la había tenido entre brazos y la había besado.

¡Qué tonta se sentía ahora por haberle devuelto el beso! Claro que un beso tampoco era para tanto, no significaba nada. Se habían dejado llevar por la intensidad del momento, nada más. Tenía muy claro que no era el tipo de mujer que le gustaba a Alistaír, un hombre tan elegante. No era rubia ni delgada ni guapa, ni siquiera era de buena cuna. Esmeralda se miró cómo iba vestida, con vestido alucinante como si ese fuera su mundo, y se rió.

Evidentemente, aquel beso no había significado nada.

Sin embargo, no pudo evitar lo que le había hecho sentir. De hecho, no paraba de recordar el placer, fuerte y dulce, que había acabado con su autodisciplina. Ningún hombre había conseguido nada parecido. ¿Por qué demonios se beso con un desconocido?

Esmeralda no había sentido nunca antes el poder devastador del sexo. Todavía no había encontrado a su príncipe azul, el hombre con el que acostarse, pero había besado a unos cuantos sapos. No quería decir con aquello que Alistaír fuera un sapo, nada más alejado de la realidad, pero tampoco podía hacerse ilusiones de ir a tener algo con él porque estaba completamente fuera de su alcance. Seguro que nada más era pura curiosidad, era extranjera y vestía como una mujer que ya sabía todo ese proceso. Aunque ella sabía que probablemente no era su tipo, no pudo dejar de pensar en él.

Haciendo un recuento: fue a un bar de citas para sexo (sin saberlo, claro) se vistió de la manera más provocativa que se le ocurrió y la guirnalda fue besarse con un completo extraño… guapísimo, pero desconocido. Tapo su cara con las manos y respiro profundamente. Lo cierto era que nunca nadie le había dado un beso tan pasional. La verdad, muchos de sus compañeros en la escuela solamente salían con ella porque era divertido ver qué sucedía con la gorda, si era una fácil y burlarse con los demás. A nadie le importaban sus sentimientos. Pero aquél hombre la había mirado con tal intensidad que realmente se sintió la mujer más sexy y hermosa del mundo. También quería volver a sentir sus manos acariciándola y estrechándola, descubrir el rostro que hay detrás y besarlo. ¿Tan malo sería ver qué pasaba?

Ok, había ido ahí precisamente para hacer esas cosas locas que jamás se le habrían ocurrido en casa. Era su oportunidad de sentirse bien consigo misma. Decidida, abrió la puerta y fue al espejo del baño. Se miró y fue entonces que notó lo hermosa que estaba. Era cierto que Esmeralda no era precisamente una modelo, pero nunca le habían terminado de gustar sus curvas, hasta ese día. Era muy sensual.

Salió del baño y camino de regreso a donde estaba la última vez Alistaír, pero se encontró buscándolo por casi todo el lugar, pero jamás lo encontró. Le preguntó a Cleo y ella le dijo que era un cliente muy importante, siempre andaba con modelos colgadas del brazo y se iba pronto cuando conseguía lo que quería. El alma se le cayó a los pies. Así que eso era, tan pronto se fue busco un reemplazo y se marchó, mientras ella suspiraba de nervios él ya pasaba página.

Qué tonta había sido.

Le dejo propina a Cleo, y con mucha vergüenza en el rostro salió. Pidió un taxi que la llevase de regreso a la tienda donde dejó sus cosas, porque no tenía un bolso dónde ponerlo todo en ese momento que por impulso decidió comprar un vestido atrevido. Tantas molestias para acabar rechazada y molesta. Llegó a su hotel, entro penosamente y subió en el ascensor.

Al entrar a su cuarto, Esmeralda se apoyó contra la puerta y se dijo que lo había logrado, que se había resistido a él, al hombre más guapo y sensual que había tenido ante sí en su vida.

No se podía creer que la hubiera encontrado atractiva porque tenía muy claro que, ese hombre sabía lo que quería y cómo conseguirlo. ¿Tal vez porque no estaba acostumbrado a mujeres llenitas como ella? Optó por pedir el servicio a la habitación y tomar un baño relajante mientras esperaba.

Una vez en el baño, se desnudó, se metió en la ducha y se lavó el pelo. Le sentó de maravilla quitarse el olor a dulzón que en el bar se le había impregnado por completo. Sintiéndose limpia, se secó el pelo con el secador, se puso unos leggins verde y una blusa beige y se quedó descalza. Al mirarse al espejo, no le gustó lo que vio, pues se le había ondulado el pelo, que no le gustaba nada, y estaba colorada como una gamba.

Cuando salió, vio que tocaban la puerta. Fuera le habían llevado un carrito con comida, agradeció con una propina al camarero y se metió el carrito. Unos tacos era lo que necesitaba para sentirse mejor. Se acostó en la cama y desde ahí ceno, pensando en lo que sucedió.

Esmeralda no era partidaria de mantener aventuras de una noche con hombres a los que apenas conocía. Por muy guapos que fueran. ¿Pero no habría sido una experiencia increíble? ¡Qué vergüenza pensar así!

Nunca hubiera creído que iba a seguir siendo virgen a su edad, pero así se habían dado las cosas. Alistaír era el primer hombre que la atraía después de Jim Maloney, el actor del que estaba prendada. Esmeralda sentía curiosidad por el sexo, pero eso no era excusa para llevar a cabo experimentos. Bastante vergüenza había pasado ya después de que la hubiera reemplazado tan rápidamente.

Terminó de comer, limpio todo, se cepillo los dientes y se acostó. Estaba agotada, así que no le costó dormirse. Al final, se sumió en un sueño nada reparador, porque aquellos ojos color ámbar la seguían hasta en los sueños...

────≪•◦⚜◦•≫────

Esa mañana Esmeralda se despertó algo tarde, no muy animada de ese día. Aún así, se vistió y fue nuevamente al taller de cocina. Ahí al menos se relajó un poco, la pareja de ancianos eran personas muy agradables y de cierta manera le gustaba lo que estaba aprendiendo. Ese día las señoras estaban especialmente interesadas en platicar con Esme, si estaba casada, si tenía hijos, cuánto tiempo estaría, haciendo de casamenteras con sus hijos... Intento responder lo más amigable y tranquila posible, hacía tiempo que había aprendido que eso era un tema bastante frecuente en conversaciones de mujeres.

Esa vez aprendieron a hacer una deliciosa salsa Tzatziki y un rico pastel Mousaká. Le encantó lo fácil que eran las recetas, además era comida tradicional, quizás cuando llegara a casa podría hacerle a la abuela Sadie comida como esa, probar algo nuevo. El resto del día charlaron, cocinaron y comieron. Cuando acabo, Esmeralda estaba manchada en varias partes de comida, pero sonrió feliz, definitivamente le hizo olvidar el fiasco de la fiesta.

Como ya estaba bien llena de comida, y no tenía ganas de encerrarse en su habitación del hotel, al llegar al edificio tomo un desvío y fue a la playa privada que había detrás, reservado únicamente para los clientes. Su vestido de playa ayudaba mucho a sentirse bien, el mortal vestido rojo de la noche anterior la sofocaba. Ahora está muy cómoda, se quitó los zapatos y dejo que la arena se colara entre sus dedos.

Suspiro.

Esto sí era satisfactorio. Camino hasta la orilla de la playa y metió sus dedos nada más, el agua estaba cálida del sol que ese día hubo. No había nadie en el lugar, ya eran pasadas las ocho de la noche. Estaba un poco alumbrado nada más, así que decidió quitarse su vestido y quedar en ropa interior, dejo la ropa y los zapatos en una tumbona y se metió al agua. Gimió de placer, estaba caliente y en serio necesitaba relajarse.

Pensó en lo que charlo con Narin, la hija de la señora pelirroja que iba al taller. Esmeralda se llevaba muy bien con Narin Carstairs, la joven le dijo que iba a limpiar en la casa de un magnate griego, su madre la convencía de que sería un buen esposo. La chica también limpiaba en la casa principal y le había contado que él era un donjuán, que todos los fines de semana se llevaba a una joven nueva y que ellas se acostaban con él la primera noche. Por lo visto, todas eran rubias y flacas.

Esmeralda había leído entre líneas y había comprendido que el hombre estaba acostumbrado a que las mujeres lo adularan y se entregaran a él con facilidad. A él le gustaba disfrutar de ellas sólo durante un fin de semana. Manejaba la empresa Stavrakis y le confería ciertas ventajas.

Esmeralda no era y jamás sería así. ¿Cómo se atrevía ese hombre a tratar así a las mujeres? No eran un objeto. Aunque también no era tanto él, sino que ellas lo buscaban seguramente para eso o cazarlo. Le dió mucho tristeza.

Desde luego, le había quedado muy claro cómo era aquel hombre. Narin dijo que por fuera, cumplía con la descripción agradable que hacían de él en los medios de comunicación, guardaba las apariencias de hombre de negocios brillante que había convertido una anticuada empresa familiar en una de las navieras más importantes del mundo. Y, sí, que también era cierto que era impresionantemente guapo y rico. Sin embargo, bajo aquella fachada bien estudiada, no era más que un canalla sin modales, frío y asqueroso. Fue por eso que frente a su madre le dijo que se alejase lo más pronto si quería ser feliz; la mujer le había dirigido una mirada furibunda, pero ella y Narin se rieron juntas. Intercambiaron números de teléfono, se llevaron bien muy rápido.

Estuvo un rato en la orilla, únicamente flotando con los ojos cerrados. Entonces escucho un sonido de alguien metiéndose al agua, y con un sobresalto se hundió. Salió tosiendo, había tragado un poco de agua por el susto.

—Disculpe, estaba tomando un baño nada más, me iré ahora mismo... —diviso una figura masculina, por la poca luz nada más logro ver que estaba vestido.

Esmeralda estaba segura que pronto querría olvidarse de tan desagradable experiencia.

De haber sabido que corría el riesgo de que alguien la viera, no se habría quitado ni un calcetín. Siempre le había dado vergüenza su cuerpo. Incluso en bañador lo pasaba mal.

Aquella ocasión había sido la primera vez que se bañaba en ropa interior… y la última. Lo que hizo fue muy peligroso. Su respiración se agitó.

—No sabía que te gustaban los baños en ropa interior, agápi mou.

Al escuchar aquello, se quedó estática. Abrió los ojos a más no poder y su corazón latió desbocado. Esa voz... Definitivamente era conocida, y mucho. Sintió frío de repente.

—¿A-Alistaír? —preguntó, temblorosa.

—El mismo que viste y calza, cariño.

Respiro hondo y recordó lo de la noche anterior.

—Te fuiste.

Él se acercó lo suficiente, y ahora sí se quedó muda. Por fin pudo ver su rostro por completo, sin barreras. Y se dió cuenta que aquél también era el hombre del embarcadero. Aquél hombre alto, moreno y de ojos brillantes era un dios del Mediterráneo. Llevaba el pelo cortado ahora y estaba recién afeitado. Congelada, lo señaló con un dedo:

—Tú. En el embarcadero, el bar, ahora… ¿Me estás siguiendo, acaso?

Él sonrió y coloco sus manos en las bolsas del pantalón.

—O más bien eres tú quien me sigue, mi ferry, mi bar, mi hotel... ¿No te parece, agápi mou? —su voz era suave como la seda y seductora, casi sintió que se hacía gelatina.

—¿Qué? ¿Quién eres en realidad?

Se acercó más y aún sin tocarla ni nada, su piel se le puso de gallina. Sus ojos ambarinos la recorrieron, deteniéndose en sus pechos apenas cubiertos por un sujetador de encaje mojado. Se mordió los labios para no decir nada más.

—Alistaír Stavrakis, cariño —respondió finalmente.

Su corazón ahora sí se agitó como loco, negó con la cabeza varias veces, sorprendida. Stavrakis. ¡Stavrakis! Ese apellido lo recordaba, juntó el puzzle: rico, empresario e impresionante... El hombre para el que Narin trabajaba, el “canalla sin modales, frío y asqueroso".

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