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(Relato No. 03 - Sweet Candy)

Después de un año de incursionar en los placeres del sexo, con mucha tristeza, tuve que dejar a la señora Mary.

Ella siempre será mi Mommy y yo su bebé, por eso siempre tendrá un lugar especial en mi corazón, aunque debo de confesar que el día que perdí mi virginidad fue con su dildo y era una sensación tan distinta a antes de usarlo que comencé a sentir la necesidad de más. Me volví adicta a lo bien que me hacía sentir.

Me fui de mi pueblo dejando a Mommy atrás. No sin aprender las muchas lecciones de ella, y no, no todo era sexo, aprendí repostería, así que sería muy fácil para mi encontrar trabajo en ese campo, para ayudar con mis gastos de la universidad, cuando empiece.

Cuando llegué a la gran ciudad, todo sucedió muy rápido y con ayuda de la señora Mary, ya tenía un trabajo en una cafetería de un amigo de ella.

El señor Edward tenía cuarenta y cinco años, la piel bronceada, cuerpo ejercitado, con el cabello negro como la noche y los ojos color miel, era tan guapo que me hacía suspirar y preguntarme como sería estar debajo de él. ¿Iba a sentir lo mismo que sentí con el dildo de Mommy? Me preguntaba eso mientras lo miraba absorta, curiosa de saber la respuesta a mi propia pregunta.

Los meses pasaron y cada día sentía más atracción por el señor Edward, tal vez era la necesidad de tener el padre que nunca tuve. O de un miembro que aún no he probado.

La cafetería quedaba solo a diez minutos de la universidad, podría ir y venir a pie, pero no tenía un lugar en el cual vivir, fue entonces cuando el señor Edward y su esposa me ofrecieron un pequeño e independiente anexo que tenían en su cochera en la parte de arriba, pero que se comunicaba con el resto del lugar porque habían convertido también en la pequeña sala de juegos de él. La realidad era que cuando discutía con su esposa él se iba a dormir ahí y ese sitio había sido cedido para mí.

Una noche de tormentosa lluvia bajé porque escuché ruidos y estaba un poco asustada.

Estaba durmiendo así que usaba mi culot de blonda púrpura y un top de finas tiras a juego, junto a unos calcetines de conejitos.

No podía creer lo que estaba en frente a mi. El señor Edward leyendo una revista en calzoncillos y descalzo. Mi boca se secó, la verdad era que le quedaba bien el color negro. Sabía que debajo de su ropa se escondía un buen cuerpo no esperé que fuera tan espectacular.

Él alzó la vista al sentir mi presencia.

–Disculpa – me dijo con aquella voz gruesa – No quise asustarte.

Parecía un poco molesto.

–No tiene por qué preocuparse.

Asintió, pero esta vez me miró de arriba hasta abajo como si nunca me hubiese visto.

–¿Estabas durmiendo?

– Si – le dije y caminé más hasta donde él estaba quería ver de cerca aquel bulto que se veía entre sus piernas. Me puse en frente de él con un poco de timidez, nunca un hombre me había llamado así la atención.

–Ejem... – carraspeó – Deberías de ir a dormir. Termino mi revista y lo haré yo también.

Realmente yo estaba muy curiosa por ver si su miembro era del mismo tamaño y forma que el de Mommy. Así que me senté a su lado encima del brazo del sillón.

–¿Qué está leyendo? –pregunté curiosa y evitando de forma deliberada su no sútil manera de echarme.

–Nada importante– en tono nervioso.

Sin disimulo me acerqué a ver la revista en sus manos tratando de que mis pechos atrajeran su mirada.

–Se ve genial esa chica con ese disfraz de caramelo – le dije.

–Uhm sí – dijo distraído

De repente el cielo se iluminó con un rayo seguido de un trueno. Me asusté tanto que sin querer había tomado al señor Edward de la cabeza y lo había empujado hasta mis pechos.

–¡Oh Dios! –exclamó –Lo siento.

Bajé mi cabeza para ver qué sucedía y me di cuenta de que mi top se había bajado dejando mis pechos firmes y redondos al aire y cerca de la boca del señor Edward.

–Mmm – lo miré, había logrado sin mucho esfuerzo llamar su atención – No se preocupe – le dije divertida- No tienen silicona – agarré mis pechos en cada una de mis manos y se los acerqué más a su boca – Puede comprobarlo si quiere – me incliné un poco más.

–No – dijo negando con su cabeza y lo que hizo fue rozar mis pezones con la punta de la nariz – No puedo hacer eso.

– ¿No? –le pregunté – Acaba de acariciarlos. ¿Acaso no le gustan? – me acerqué un poco más y puse el pezón duro como piedra sobre sus labios. No quería engañarme, la situación me tenía un poco cachonda y ya sentía que me estaba mojando. Estaba tentando a un hombre que lucía correcto y me hacía sentir como una demonia.

–Son hermosos – dijo con voz de pesar cerrando los ojos y lamiendo sus labios.

–¿Le gustaría jugar con ellos?

–¡Oh chica! No me tientes tanto que no soy de hierro.

–¿Yo? –me hice la inocente – Solo le estoy ofreciendo algo que usted desea en este momento – enarqué una cejas y puse mi mirada en el medio de sus piernas.

–No puedo hacerte eso.

Delineé sus labios con mi pezón.

–¿Hacer qué? – le pregunté – ¿Darle un besito a cada una de mis chicas? ¡Vamos! –Él se volvió a relamer los labios y le dio un beso a cada uno de mis senos. –¿Ve? No pasa nada – acaricié sus cabellos.

–¿Puedo darte otro?

–Si– suspiré – Puede hacerlo.

A veces debería cerrar un poco la boca.

Arremolinó la lengua alrededor del pezón. Una ráfaga de electricidad atravesó mi cuerpo y cuándo hizo lo mismo con el otro pecho sentí que mi cuerpo se encendía.

El hizo que me acomodara mejor en el brazo del sillón.

Eché la cabeza hacia atrás mientras el señor Edward se amamantaba. Comenzó a acariciarme y bajó la mano hasta el culot que tenía como pijama, pijama que estaba mojada porque no tenía nada debajo.

–Estas muy empapada– dijo cuando acarició muy lentamente los labios de mi sexo. El contacto hizo que comenzara mover las caderas –Oh puedo ver qué estás ansiosa.

–Sí. Lo estoy.

– Vamos a deshacernos de esto primero.

Delicadamente me agarró de la cintura para colocarme en frente de él.

Con mucho cuidado me quito el top y luego el culot.

–Me gusta los conejitos– se refería a mis medias – Pero más me gusta este conejito travieso– Le dio una palmada a mi sexo que se escuchó por todo el lugar, la vibración hizo que mi matriz se contrajera.

–Ahhh– gemí.

–Puedo ver qué te gusta eso.

Me acercó más a él y volvió a lamer y a jugar con mis pezones.

Acaricié su espalda y sentir su piel caliente me emocionaba.

El dejo mis pechos para levantar la cabeza y mirarme.

–¿Me voy a arrepentir después?

Le sonreí, entendí que se refería: A crear un triángulo amoroso. Con mi mano acaricié su mejilla.

– No tienes porque hacerlo – incliné mi cuerpo hacía él y lo besé.

Mi lengua se enredó con la suya. Aunque sus labios eran suaves eran más demandantes. Era mucho más diferente que los de mi Mommy, a quien extrañaba enormemente. Me tomó por la cintura y me apretó más a su cuerpo. Se levantó del sillón y me maravilló lo alto que era. Caminó hasta el sofá grande convirtiéndolo en una cama.

Me acerqué hasta él y me puse de puntillas para besarlo.

Mis manos recorrieron su pecho, me deslicé como una serpiente hasta abajo y le quité los bóxer negros que le quedaban como una publicidad de Calvin Klein.

Aquel miembro saltó libre y quedé sorprendida cuando estaba tan duro que se inclinaba cómo una flecha, indicando a la izquierda. La boca se me hizo agua.

Era un poco más gruesa que el arnés que usaba la señora Mary para follarme.

Alcé mi rostro hacía él.

–¿Quieres probarlo, no es así?

Asentí. Rápidamente me levanté y le di un empujoncito indicando que quería tenerlo en la cama. El señor Edward me complació. Puso una de sus manos detrás de la cabeza y con la otra agarró su virilidad.

En mi interior creció un torbellino de deseo y me subí a gatas sobre su cuerpo. Volví a besar sus labios, para luego poco a poco, bajar de nuevo por su cuerpo.

Tomé aquel pedazo de carne con sutileza en mis manos. Mi boca se hacía un charco. A pesar de que había sido follada por un miembro de goma y había disfrutado, jamás había estado con un hombre. No podía negar que la curiosidad me estaba matando.

Lo olí y me gustó. Al punto que comencé a darle muchos besitos alrededor.

El señor Edward aún seguía con su mano moviendo de arriba hacia abajo sobre su eje. Sin pensarlo pasé mi lengua por sus dedos y uno a uno los chupe como si fuera el más dulce manjar.

Él siseaba y me gustó el sonido. Lo que me alentó a llevarme su sexo a la boca.

Lo hice tan rápido que me dieron arcadas y lo saqué.

El señor Edward levantó la cabeza.

–Despacio, no vayas a hacerte daño.

Volví a intentarlo de nuevo. Lentamente y de esa manera lo disfruté. No era para nada cómo los dildos a los que estaba acostumbrada.

Poco a poco fui agarrando el ritmo. Me encantaba como la respiración del señor Edward estaba agitada y me acariciaba el cabello. Sentía como se ponía cada vez más duro en mi boca.

–¡Basta! –me dijo con voz firme.

Me tomó del brazo y con mucha agilidad me puso sobre mis manos y pies. Pude notar que tenía mi sexo en su cara.

Me dio una nalgada que hizo que mi clítoris vibrara.

Sentí que con la punta de la nariz acariciaba la entrada de feminidad.

–Voy a comerte completa– avisó sin darme chance de nada.

Abrió los labios de sexo y le dio un beso sonoro a mi clítoris.

Las sensaciones se intensificaron.

Luego, puso la mano libre sobre una de mis caderas y comenzó a lamerme sin contemplaciones.

Levanté más el trasero y abrí más las piernas. Porque se sentía muy bien.

–Mmm… Eres un dulce caramelo –dijo entre lamidas

Aunque debo de confesar que muchas veces Mommy se bebió mis jugos de esta forma, no era ni parecido. El sexo con un hombre era muy distinto y podía señalar las diferencias como si de una prueba mental se tratara.

Era más brusco, pero me lamía como si fuera un manjar y sus gruñidos combinados con los míos me estaban trastornando.

Puse el rostro en el colchón para ahogar mis gritos.

Mi cuerpo se sintió un poco desprotegido porque se alejó por un momento. Pero no quería moverme de donde estaba, a los pocos minutos volvió.

Volvió a azotarme el trasero y yo levanté el rostro buscando su mirada.

Entonces hizo algo que me volvió loca:  Con su dedo pulgar acarició mi clítoris al punto que él quería.

Sentí un envoltorio romperse, imaginé que era de un preservativo.

Yo me removía del placer; con la punta de su miembro envuelto en un preservativo acarició de arriba hacia abajo mis labios vaginales, con eso logró que las piernas me temblaban.

Esa noche iba a saber lo que era tener una vara de carne dentro de mí. No la goma que había experimentado antes.

Entró en mi despacio como si tuviera todo el tiempo del mundo. No aguante y comencé a moverme yo misma, empalándome en él.

Puso su mano en mi espalda para obligarme a permanecer quieta y fue entonces cuando comenzó a penetrarme en serio.

Arañé el colchón mientras ahogaba mis gritos en él.

–Estás tan apretada. –me decía con la mandíbula tensa.

Yo no podía decir nada, sólo jadear.

Los sonidos de sus testículos rebotando en mi trasero se escuchaban en el lugar.

De pronto sentí como apretaba con mis músculos vaginales. Yo no quería que saliera aún de dentro de mí.

Lo que hizo que se hinchara más dentro de mí y acelerará el golpeteo.

¡Dios! Qué delicia era sentir a este hombre taladrando mi sexo.

Mi cuerpo comenzó a temblar. Sabía lo que seguía y al parecer él también porque rápidamente me volteó y mi mirada quedó fija en la suya.

–Sé que estás apunto de correrte– decía con los dientes apretados – Pero quiero verte a los ojos cuando lo hagas. Que no te quede duda de quién te está follando.

–Tú.. Daddy – lo llamé así sin pensarlo.

Y con esas palabras ambos nos corrimos. Él gruñendo y yo jadeando al sentir los chorros calientes de su liberación sostenido dentro de aquel látex.

Me sentía tan extraña. Satisfecha y saciada. Al punto de quedar aturdida porque todos los músculos de mi cuerpo estaban laxos.

Él colapsó encima de mí y yo le acaricié la espalda. Había sido increíble.

En ese momento mi cerebro hizo click. ¿Si ya tuve una Mommy… por qué no tener un Daddy? me pregunté.

Esa noche el señor Edward dejó de ser "señor" para mí cuando estábamos a solas en la cochera y se convirtió en mi Daddy.

Me sorprendió cuando en mi sobre de pago de quince días habían quince billetes más de cien dólares grapados a una nota que decía: "Para mí Sweet Candy.”

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