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(Relato No. 02 - La Ducha)

Después de ese día todo mi mundo cambió. Era imposible negar que la señora Mary y la señora Rebeca tenían gustos peculiares. Aunque la señora Rebeca era un poco intimidante, ambas me trataban bien.

Desde aquel día me contrataron para ir tres días a la semana. Ellas no querían que el trabajo interfiriera con la escuela. Al final acepté. Me dijeron que no le contara a nadie, me pagaban doscientos dólares semanales, era muchísimo más de lo que necesitaba realmente. Yo le daba a mi mamá setenta dólares y me quedaba con el resto. Empecé a ahorrar dinero, mi sueño siempre ha sido viajar y este empleo facilitaba ese sueño.

Era un viernes por la tarde, cuando llegué a la casa de las flores después de la escuela. Le había puesto ese nombre a la casa de la señora Mary y la señora Rebeca, porque siempre estaba llena de flores y por supuesto olía maravillosamente. Transmitía la misma calma que sus habitantes.

Nunca más volvimos a hablar de lo que había sucedido en su habitación. Aunque me moría por preguntarle qué era lo que había pasado con mi cuerpo, porque a veces sentía lo mismo cuando recordaba ese día o ella se ponía a mi lado y mi mente viajaba reviviendo aquel suceso.

– Esta tarde trabajaremos en el jardín – me dijo la señora Mary sonriendo – Vamos a ver si podemos hacer que crezcan aquí algunas rosas.

Me emocioné como una niña pequeña. Trabajamos hasta el final de la tarde. Todo nos había quedado perfecto. Cuando me levanté de la tierra sacudiéndome, me di cuenta de que estaba toda sucia. No me había puesto un delantal cómo ella que traía un aspecto más presentable que yo que lucía cómo una niña pequeña que había jugado en el barro.

–Estoy hecha un asco – reconocí, mirándola y ella arrugó la nariz.

–Lo cierto es que te hace falta una buena ducha.

–Es verdad – Me sacudí de nuevo – Lo mejor es que me vaya.

– Cariño, no puedes irte así de sucia – me miró como si estuviera analizando la situación –¿Por qué no te das una ducha, mientras ponemos a lavar tu ropa y luego en la secadora? No tardará tanto y podrás llegar limpia a casa.

–No me parece tan mala la idea. –admití y sonrió.

– Ven sígueme, pero tendrás que dejar esa ropa en el lavadero.

Así lo hice. Ella me había prestado una toalla y habíamos puesto la ropa en la lavadora. Me guió hasta su habitación. Ella estaba llenando la bañera.

–Te estoy preparando el baño.

Yo sólo asentí.

Nunca me había metido en una bañera, en casa sólo tenemos ducha y eso es ya mucho que decir. La mirada de la señora Mary nunca dejó la mía. Me quitó la toalla que envolvía mi cuerpo y se aclaró la voz.

–Tienes un cuerpo muy bonito.

–Estoy un poco rellenita. –dije intentando ocultar la pena al ser mirada por esa mujer acostumbrada a rodearse de belleza.

–Para nada, tienes las curvas donde deben ir. –dijo deslizando los ojos por mi cuerpo, un calor me recorrió y no sabía qué decir.

De pronto bajo la mirada hasta mi sexo y se dio cuenta de que estaba desprovisto de vellos. Creo que fue mi idea pero mordisqueó un poco su labio inferior.

–Eres una cajita de sorpresas – señaló – Estás depilada.

–Lo cierto es que algo muy personal es como un regalo para mi. Nunca lo había hecho y yo… Lo hice a manera de auto-regalo.

No sabía por qué mi boca se enredaba al dar aquella explicación. ¿Por qué le explicaba?

–Ya veo…

Me ayudó a entrar a la bañera. El agua estaba tibia y suspiré cuando hizo contacto con mi piel. Cerré los ojos y me hundí de espaldas en el agua.

Al abrir los ojos la mirada de la señora Mary era brillante, era como si jamás hubiera visto esos hermosos ojos verdes.

–¿Quieres que vaya por tu ropa ahora o necesitas ayuda con la ducha?

– Si – le dije sin pensarlo – Si quiere, por favor, quédese. Es su baño.

Ella sonriendo se acercó a mi. Con el champú en sus manos y una esponja.

–Vamos a ducharte, entonces.

Delicadamente tomó el gel y lo puso en la esponja, luego suavemente, comenzó a lavar cada una de las partes de mi cuerpo.

Comencé a sentir lo mismo que había sentido la vez que la había con la chica, sólo que con una intensidad distinta. Cerré los ojos para disfrutar un poco más. Cuando pasó la esponja por mis pechos sentí una ráfaga de electricidad hasta mi vientre.

–¿No te hago daño? – preguntó.

–No –mi voz era ahogada, pero firme.

–Tienes una cara cómo si te doliera algo.

Abrí los ojos y la miré, es que de pronto mis pechos estaban tan pesados que dolía.

Ella me dio una sonrisa ladeada y su mirada bajó a ellos como si leyera mi mente, ¿Es que acaso era una bruja y tenía ese poder?

– Vamos a ver – dijo, dejando la esponja a un lado y ahora con su mano acariciando uno de mis pechos. Un gemido brotó de mis labios – ¿Te gusta así?

–Sí, me gusta. –fue de nuevo por la esponja, pero mi brazo salió disparado y la detuvo. –Por favor si vas a bañarme hazlo con la mano.

– ¿Estás segura de que quieres que te toque?

–Sí.

Sus manos recorrieron mi cuerpo de nuevo y bajó hasta mis muslos. Rozó mi sexo pero no se detuvo. Luego lo hizo de nuevo y gemí de frustración al darme cuenta que toda mi tensión se estaba centrando en esa zona y ella parecía evitarla de forma deliberada.

–¿Qué pasa? – dejó de acariciarme.

–Es que te detienes antes de llegar –me quejé sonando como una niña pequeña que no recibía lo que quería.

– ¿Y en dónde es eso? –preguntó con una voz condescendiente.

Tomé su mano y la puse encima de mi montículo.

– ¿Estás segura? – preguntó y empezaba a desesperarme.

Yo misma comencé a mover su mano sobre mi sexo

– Sí.

–¿Por qué? – me preguntó

– Haces que me duela –la miré a los ojos y un brillo de oscuridad en su clara mirada me encendió en lugar de asustarme.

–¡Oh, cariño ! –exclamó – ¿Te duele mucho? –sonaba preocupada, casi como sonaría una madre que acaba de ver a su chiquilla en medio de un desastre. Sólo asentí. –Vamos a mejorar eso. –prometió.

La señora Mary acercó su dedo pulgar en mi sexo y comenzó a acariciarme. Eché mi cabeza hacía atrás, para disfrutar de ese contacto.

–¿Se siente bien?

–Sí – le respondí abriendo más las piernas de forma consciente, se sentía más que bien.

Siguió rozándome. La sensación era única, como jamás había sentido antes. Con su otra mano comenzó a acariciar uno de mis pechos. Me arqueé en su dirección un poco más para ofrecerlos cómo tributo ante esa diosa.

Ella dejó de acariciarme y siguió lavándome con mucho cuidado.

Resoplé para que supiera que estaba molesta. En sus ojos había un deje de diversión.

–¿Quieres que siga?

–Sí, por favor– no me importaba sonar suplicante.

–Creo que también tomaré un baño.

Se quitó la ropa y quedó completamente desnuda. No podía negar que la señora Mary tenía un cuerpo muy hermoso para su edad. Se metió en la bañera conmigo, colocándose detrás de mí y yo quedé sentada sobre su regazo.

Hizo que apoyara mi espalda sobre sus pechos que eran firmes y redondeados. Luego echó mi cabello a un lado. Sentía su respiración y eso hacía que mi piel se erizara.

Su lengua comenzó a lamer el lóbulo de mi oreja. Estaba tan sumergida que mi cuerpo se relajó total y completamente. Me sentía mojada por dentro y por fuera.

– ¿Has tenido sexo alguna vez? –me preguntó con voz melosa

–No – suspiré, era tan deliciosa la sensación de nuestros cuerpos desnudos –  Nunca.

–¿Nadie te ha tocado como yo?

Negué con mi cabeza.

–Nadie, nunca he tenido novio.

–Mmm ... eso es muy importante. También eres muy pequeña.

–¡Oh no! – exclamé – Tengo dieciocho. – le recordé

–Todavía eres una bebé para mí. –Insistió.

Me moví para levantarme, puesto que no me gustó para nada que me llamara bebé.

–Tranquila…– me dijo agarrándome por la cintura – Me gusta que sea así, de esa forma seré tu "Mommy".

–Mommy... – pronuncié, saboreando aquella palabra – Me gusta cómo suena.

Me volví a acomodar, esta vez entrelacé sus manos con las mías y me relajé.

–Ven, bebé, abre las piernas para tu Mommy.

Lo dijo tan dulcemente que accedí.

De nuevo puso su mano en mi sexo y con mucha experiencia comenzó a acariciarlo. Sentía cómo mi vientre se contraía y no sabía si mi sexo estaba empapado por el agua de la bañera o por lo que Mommy me estaba haciendo.

Era un sentimiento tan extraño que quería cerrar mis piernas pero al mismo tiempo no quería que ella parara de acariciarme.

Hubo un momento que sus dedos pasaron de mi sexo a mi trasero y aunque sabía que era algo un poco sucio yo lo sentía como si fuese perfecto.

Ella me había dicho que lo que palpitaba entre mis piernas era el clítoris, no es que era para mi desconocida la palabra, era que no sabía lo intenso que podía ser esa parte de mi cuerpo.

La señora Mary -ahora mi Mommy-, había acariciado aquel sensible lugar hasta el punto de hacer que sobresaliera de mis labios vaginales.

–Ahora sí estás lista –me felicitó besando mi cuello. Me sentía como flotando entre algodón. –Abre más las piernas – me ordenó y yo obedecí.

Iba a utilizar las dos manos. Con una abrió mi sexo con sus dedos indice y pulgar.

–Vamos a ver que tiene la bebé guardado para mí.

Hasta el agua acariciándome era insoportable. Moví la cabeza para ambos lados.

–Por favor, Mommy.

–Ya vamos ahí, bebé.

–Haz algo – le rogué – Necesito que me acaricies.

Ella hizo caso a mi petición e introdujo apenas un dedo dentro de mi sexo y con la otra mano acariciaba mi clítoris en forma circular de forma lenta y tortuosa

–Se siente tan bien – le decía y sus dedos se aceleraban.

Me decía cosas dulces en mi oído y me decía que yo era un regalo que iba a atesorar.

Con un pequeño pellizco en mi adolorido e hinchado clítoris, un mordisquito y una dulce lamida en mi oreja. Mi mundo explotó con los colores del arco iris y supe lo que era un orgasmo.

Esa noche me fui a casa muy feliz. Estaba saciada sexualmente, ahora tenía una Mommy y lo mejor de todo: Setecientos dólares en mi bolso y un trato de un baño diario por ciento cincuenta dólares además de mi sueldo.

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