Read with BonusRead with Bonus

CAPITULO 7 OBLIGADA A IR CON ÉL

Alondra Travis

Sentía que la locura me consumía atrapada en esa habitación de hospital. Los días pasaban sin que pudiera contactar a nadie que viniera por mí, ni siquiera a mi amiga Nicolle. La única esperanza que me mantenía con vida era mi pequeño, pero la simple idea de que ese maldito maniático me lo arrebatara me revolvía el estómago.

¿En que momento mi vida cambió de esa manera? Toda mi felicidad, mi vida entera había dado un giro rotundo, que no me permitía mantenerme firme.

Sentí un ruido cerca de mí.

—Señora Travis, ¿cómo se siente? —preguntó el doctor, cómplice del mafioso, acercándose con algunas fórmulas en la mano.

—¿Cuándo me dejarán salir de aquí? —le pregunté, desesperada.

—Bueno, ya está lista para irse. El señor Di costa vendrá a buscarla.

—Yo puedo irme sola, doctor —respondí, pero el hombre se acercó a mí y añadió algo a mi suero. Aproveché el momento y apreté su mano. Desesperada buscando ayuda.

—Doctor, por favor, déjeme ir. No deje que ese hombre me lleve con él. Puedo darle mucho dinero, ¡ayúdeme por favor!

El doctor soltó mi mano y me miró con compasión.

—Quisiera ayudarla, señorita Travis, pero si la dejo ir, es muy probable que el señor Di costa nos mate a los dos. Lo siento. —El hombre se alejó de mi dejándome un sinsabor, y yo temblé despavorida.

Sentí un escalofrío recorrer todo mi cuerpo y las lágrimas comenzaron a brotar sin control. Qué vida tan miserable la mía. Justo en ese instante, por la puerta de la habitación apareció primero un ramo de flores y luego una sombra. El perfume amaderado y embriagador de Nicola invadió mis sentidos, y de inmediato mi corazón comenzó a latir con fuerza.

—Buenas tardes. ¿Cómo amaneciste hoy? —Nicola entró como si fuéramos viejos amigos. Estaba impecablemente vestido, elegante, bien peinado y oliendo increíble. Sin embargo, algo en él esa mañana era diferente: su rostro estaba pálido, y las ojeras marcadas delataban que no había dormido. ¿Acaso no había descansado?

—¡¿Qué tiene de bueno?! Quiero irme de aquí y volver a mi casa. Ahí es donde debo estar —respondí, furiosa.

Nicola dejó las flores en la mesa y me entregó una bolsa con algo en su interior.

—Todo está arreglado, querida Alondra. A partir de ahora, vivirás conmigo.

Sus palabras fueron rotundas, y lo peor era la calma en su rostro, que me heló la sangre.

—No quiero ir a vivir con usted —protesté nuevamente.

—Póntelo, ya te dieron de alta.

—No, no me siento lista para salir del hospital —intenté persuadirlo. —Aún estoy enferma.

—No entiendo. Hace un momento dijiste que querías ir a tu casa. ¿Ahora no? Mira, ahí está la bolsa. Ponte la ropa.

Eché un vistazo a lo que había dentro; era de buena calidad. Saqué la ropa, que, aunque no era de mi estilo, al menos era de mi talla y se veía decente.

—Entonces, sal para que pueda vestirme —le dije, manteniendo la mirada fija en él. Ya sabía que mi manipulación no iba a funcionar.

Nicola levantó las manos en señal de rendición.

—Oh, claro, no te veré cambiarte. Simplemente me daré la vuelta. Mis guardaespaldas están tomando su merienda, así que no te dejaré sola.

—No te gires, no me mires ni por error —le pedí mientras comenzaba a ponerme la ropa deportiva de algodón que me había traído. Mientras lo hacía, me di cuenta de lo atractivo que era. Al menos, mi hijo no sería feo. Al pensar en eso, sonreí, y él se giró de inmediato.

—¿Qué te causa tanta diversión? —preguntó, volviendo hacia mí y arqueando una ceja.

—Nada. ¿De verdad tengo que irme con usted?

—Sí, vamos.

—Pero... —titubee.

—Vamos, ya me encargué de todas las indicaciones médicas. Te dije que no hay lugar a reproches.

Caminé a su lado por los fríos pasillos del hospital, pronto dándome cuenta de que no era un lugar común. La mayoría de los pacientes eran hombres, muchos de ellos terriblemente heridos, como si hubieran salido directamente de un campo de batalla.

Un escalofrío recorrió mi cuerpo. ¿Todo lo que tenía que ver con él estaba marcado por la violencia? Traté de apartar esos pensamientos, apretando los ojos.

Me subió a un imponente automóvil de lujo, oscuro y con vidrios polarizados, una joya de marca. Qué ostentación.

Durante el trayecto, no pronunció ni una palabra. Se quedó en silencio, mirando por la ventana, mientras sus hombres se encargaban de conducir. A lo lejos, pude ver que su respiración parecía irregular. Estaba pálido, y algunas gotas de sudor comenzaban a brotar en su frente.

Pero ¿qué me importaba? Al final, era solo un mafioso que, con una calma sorprendente, me tenía secuestrada.

—Hemos llegado —dijo finalmente, después de lo que pareció una eternidad, cuando el coche se detuvo frente a una majestuosa mansión. Era imponente, moderna, estilizada, y llena de lujos. No podía negar que, al menos en ese aspecto, no me podía quejar. El hombre tenía buen gusto.

Al entrar, una mujer mayor, regordeta y de aspecto amable, nos recibió con una cálida sonrisa.

—Buenas tardes, hijo.

—Merida, nana, esta es Alondra. Te pido que la cuides y la alimentes bien.

—Claro, señor.

El hombre no volvió a decir palabra, se limitó a salir, seguramente hacia su despacho. Al menos no estaba siendo mantenida en una celda oscura y húmeda, encerrada tras una puerta de metal, o eso pensaba hasta ese momento.

—Por aquí, por favor —me indicó la mujer, guiándome por un pasillo hasta llegar al fondo. Allí abrió una puerta, dejándome entrever lo que sería mi habitación. El lujo no se detenía: todo alrededor era una muestra de opulencia.

—Puede seguir. Si necesita algo, tiene un teléfono allí. Puede llamarme o simplemente ir a la cocina.

—¿Puedo andar por la casa? —pregunté, algo cautelosa.

—Sí —respondió con calma—. Lo único que no puede hacer es escapar. Mi señor tiene la casa vigilada por completo. Tenga cuidado, él ha dado órdenes estrictas sobre su seguridad.

Asentí en silencio mientras ella cerraba la puerta detrás de ella. Exhausta, me dejé caer sobre la suave cama y, en segundos, caí en un sueño profundo…

No sé cuánto tiempo había pasado, pero desperté con un dolor de cabeza tremendo. Miré por la ventana y me di cuenta de que ya había oscurecido. Mi estómago rugía de hambre y mi garganta ardía, completamente seca.

Al llegar al pasillo, me encontré con dos escaleras. No recordaba cuál me llevaba a la sala de estar, por donde había llegado antes, así que decidí bajar por la que primero creí que era la correcta. Pero al final del pasillo encontré una puerta cerrada. Movida por la curiosidad, la abrí y seguí avanzando. Me rodeó un frío que me hizo abrazarme a mí misma, el aire helado parecía atravesarme los huesos.

Mientras caminaba, empecé a escuchar unos ruidos. No podía ser... ¿eran gritos? Un hombre suplicaba.

—«¡No me mate, señor! ¡No me mate, lo confesaré todo!» —escuché con desesperación.

Mi corazón se aceleró, el miedo me envolvía. Sin entender lo que estaba sucediendo, seguí avanzando. Encontré otra puerta, esta vez entreabierta. Al fondo, una luz iluminaba una silla en el centro de una amplia habitación. Los gemelos guardaespaldas de Nicola estaban a cada lado, y él se encontraba justo frente a la silla.

Lo que vi en ese momento me paralizó. El hombre que estaba allí, sentado, era golpeado y torturado por Nicola. La imagen me llenó de una rabia indescriptible, pero también de un terror abrumador.

Me tapé la boca con fuerza, luchando por no hacer ningún sonido, por no traicionarme.

—No puede ser… —murmuré entre dientes al darme cuenta de lo que estaba haciendo Nicola.

Mi corazón late violento, más cuando él… él

¡Dispara!

Previous ChapterNext Chapter