




CAPÍTULO 1 EMBARAZADA
Alondra Travis.
Nada me hacía más feliz, que escuchar ese pequeño latido de su corazón navegar por mi vientre, mis ojos se llenaron de lágrimas, y mi propio corazón latía con una fuerza brutal. El Doppler se desplazaba por mi vientre, haciéndome la mujer más dichosa en el mundo. ¡iba a ser madre!
—Enhorabuena, señora Travis. Está embarazada de seis semanas.
Las palabras me dejaron sin aliento. Después de varios intentos fallidos, finalmente lo habíamos conseguido. Abracé las imágenes del ultrasonido con emoción, consciente de que esta noticia lo cambiaría todo.
—Gracias, doctor —respondí, aunque mi mente ya volaba hacia otro lugar. Pensaba en George y en lo feliz que estaría al enterarse.
Tres años de matrimonio nos habían brindado una vida llena de aventuras. ¿Quién dijo que la felicidad era difícil de encontrar? Con una hermosa casa, una carrera en ascenso y un esposo cariñoso, realmente me sentía afortunada de estar en este punto de mi vida.
—Señora Travis, esta vez ha tenido suerte. Después de todo, por fin se ha hecho realidad. Imagino que su esposo estará encantado.
—Aún no lo sabe, pero estoy segura de que la noticia lo alegrará. Doctor, gracias de nuevo.
—No tiene que agradecerme, señora Travis. La fecundación in vitro es un proceso complicado, pero en su caso ha dado buenos resultados. Aunque ha requerido tres intentos, no hay nada como concebir de forma natural. —el doctor me miró algo desconcertado, ¿y a quien le importaba lo que él pensara? Estaba embarazada, y eso era lo único que importaba.
—Lo sé —respondí cortante, nada, ni nadie, ni siquiera él opacaría mi felicidad.
Sin embargo, me quedé callada, asimilando lo que acababa de escuchar. Mi esposo tenía problemas de fertilidad, por lo que optamos por la fertilización in vitro con un donante anónimo, amparados por un contrato de confidencialidad y silencio absoluto. Amaba profundamente a mi esposo y no permitiría que la incapacidad de tener hijos se interpusiera en nuestra relación. Nuestro sueño se estaba haciendo realidad, ¡seriamos padres!
—Por favor, cuídese mucho, señora Travis —dijo el doctor, dándome algunas recomendaciones antes de que saliera del consultorio, irradiando la felicidad que me invadía. Tanto que ni siquiera me fije al frente.
Al cruzar la puerta, choqué inadvertidamente con un hombre elegante, cuyo aroma era embriagador. Al levantar la vista, me encontré con sus enigmáticos ojos verdes, y sentí cómo el rubor subía a mis mejillas. Era un hombre alto de cabello oscuro y porte elegante, acuerpado y evidentemente guapo.
—Disculpé —dije, sonrojada y sobre todo avergonzada.
Él apenas asintió con la cabeza antes de seguir su camino, y yo sonreí, algo apenada, tal vez ensucié su hermoso vestido y no me di cuenta.
Continue mi camino, eso era lo de menos, lo más importante lo llevaba dentro.
Con el corazón lleno de dicha, me dirigí a la oficina de George. Nuestra empresa, una exportadora que mi padre me había legado antes de su fallecimiento, había crecido gracias a mi arduo trabajo, convirtiéndose en un próspero imperio. Compartía todo esto con él, el amor de mi vida. Mi compañero, mi esposo y mi amor. ¿Cómo negarme con él? Si es que lo era casi todo en mi vida.
A pesar de que mi pequeño aún estaba en sus primeras etapas, ya estaba arraigado en mi vientre, esperando el momento adecuado para florecer y llenar nuestras vidas de alegría.
Al llegar a la empresa, presioné el botón del ascensor y subí directamente a la oficina de presidencia. Mi corazón latía violento de la emoción. Planeaba sorprender a George, ya que no esperaba verme, y sabía que se alegraría mucho con mi visita.
—Buenas tardes, Gisel —saludé a la secretaria de mi esposo, notando un destello de nerviosismo en su expresión.
—Señora Travis, ¿cómo está? ¿A dónde se dirige? —preguntó con voz vacilante. Sorprendida por mi presencia.
—¿Cómo que a dónde voy? ¡Voy a ver a mi esposo! —respondí, algo desconcertada.
—Debo anunciarla —sugirió con un tono tembloroso que me pareció inusual. Después de todo, yo era la copropietaria de la empresa.
—No es necesario, Gisel. No tienes que anunciarme, soy dueña de esta empresa. ¿Te encuentras bien? —pregunté, notando su inquietud.
—Por favor, señora —dijo, levantándose de su escritorio y acercándose a mí, sujetando mi brazo con un apretón que me incomodó. La miré de reojo, sintiendo una ira que nunca antes había experimentado hacia ella, y me liberé de su agarre.
—¡No me toques, Gisel! ¿Qué ocurre? —pregunté, con mi paciencia al límite.
—Es que no puede ir a la oficina del señor sin ser anunciada; está en una reunión —respondió con nerviosismo.
—¿Una reunión? ¿Con quién? ¡Soy yo quien está a cargo aquí! —repliqué, incrédula. —No programe ninguna reunión. —Aprete los dientes amenazante.
Gisel volvió a tomarme del brazo, pero esta vez mi ira se intensificó, y mi tono se tornó más firme, casi colérico.
—¡Suéltame de una vez, Gisel! ¿Qué demonios está pasando?
—Señora, no puede seguir —suplicó con los ojos llenos de desesperación—. El señor está en una llamada muy importante. Me despediría si usted entra sin su permiso. Por favor, tenga piedad.
Sus súplicas no hicieron más que avivar mi curiosidad. Sin decir más, me dirigí decidida por el pasillo.
—Él no te va a hacer nada porque no necesito permiso para caminar por mi propia empresa. ¿Entendido? Así que no te preocupes.
Moví la cabeza, enfurecida por la insolencia de la secretaria. Sin embargo, a medida que avanzaba por el pasillo que conducía a la oficina de George, mi corazón comenzó a latir con fuerza y mis manos sudaron. De repente, unos sonidos extraños emergieron desde el interior, eran voces agitadas. Y lo que vi a través de la puerta entreabierta me dejó sin aliento.
Allí estaba él, con mi prima Samara Travis. La tomaba con furia, sujetándola por detrás sobre el escritorio. Su mano tiraba de su cabello mientras una serie de obscenidades escapaban de sus labios. Estaban completamente sumidos en el desenfreno... mi esposo... con mi propia prima. La estaba follando con tanta pasión, que jamás vi tanto placer en los ojos de George, a mi nunca me hizo el amor de esa manera.
Sentí cómo mi corazón se hacía añicos, mientras una oleada de angustia insoportable se apoderaba de mí. Parpadeé frenéticamente, frotándome los ojos, implorando que lo que veía fuera solo una ilusión. ¡No podía ser cierto! Me negaba a creer que el hombre al que tanto amaba me estuviera traicionando de una manera tan cruel. ¡No, esto no podía estar pasando!
Caí de rodillas, incapaz de sostenerme ante aquella escena devastadora. Los gemidos desenfrenados llenaban el despacho, ajenos a mi presencia, insensibles a mi dolor. Estaban absortos en su propio placer, completamente ignorantes del abismo de desesperación en el que me sumían con su traición.
Mi mundo se desmoronaba frente a mí, cada convicción, cada certeza que alguna vez tuve, se desvanecía en un instante.
—¡Malditos sean! ¡desgraciados! ¿Por qué a mí? Después de todo lo que hice por ellos—sollocé con amargura, mientras la ira y la desesperación se fundían en un torbellino dentro de mí, devorándome por completo.