




Capítulo 1
En los rincones más oscuros de la existencia, donde el dolor se entrelaza con la indiferencia y las almas parecen bailar al cruel ritmo de la adversidad, nace la historia de Isabella. Una narrativa que teje los hilos de la tristeza y el abandono, envolviendo a un alma que, desde una tierna edad, experimentó las frías garras del descuido y el desdén.
Isabella, una niña frágil con la marca del rechazo en sus ojos, se encontró abandonada por su madre biológica, una mujer cuyo corazón parecía incapaz de albergar cualquier rastro de amor maternal. El destino, sin embargo, pareció sonreírle a Isabella cuando una nueva familia la acogió. Pero las apariencias, como sombras ocultas, escondían una amarga realidad. Frialdad y desdén emanaban de la madre adoptiva, el padre apático y los hermanos, Lucas y Sofía, quienes compartían la misma mirada helada.
A medida que crecía, Isabella acumulaba las cicatrices invisibles de las heridas emocionales, su alma marcada por los tormentos de una existencia empañada por la indiferencia. A los dieciséis años, cansada de las cadenas que la ataban a la infelicidad, tomó una decisión drástica: emprendería su camino sola.
El sendero que se desplegó ante ella no fue fácil. Isabella se adentró en las profundidades oscuras de la vida, encontrando refugio en elecciones cuestionables y amistades peligrosas. Una oportunidad no intencionada llamó a su puerta, llevándola a los pasillos de un burdel en la capital, donde las sombras de la noche ocultaban secretos indescriptibles.
Fue allí, entre decisiones equivocadas y una soledad asfixiante, que Isabella cruzó caminos con Alessio, una figura enigmática arraigada en el inframundo de la mafia. Un hombre poderoso, cuyo corazón, a pesar de estar endurecido por una vida criminal, fue tocado por la vulnerabilidad que residía en la joven Isabella.
El romance que se desarrolló entre Isabella y Alessio, aunque tumultuoso, transformó la oscuridad que rodeaba la vida de la joven en rayos de luz. Poder, peligro y pasión se entrelazaron en una trama compleja, guiando a Isabella hacia un destino inimaginable. Emergió de las sombras como la más improbable de las reinas, la gobernante del inframundo del sur, cuya corona fue forjada por las llamas del pasado y las decisiones del presente.
Prepárate para embarcarte en un viaje tumultuoso, donde el amor y el poder colisionan, y donde el coraje de una joven que se atrevió a desafiar su propio destino se convierte en la fuerza motriz de esta cautivadora narrativa. La historia de Isabella es una invitación a explorar los recovecos más profundos del alma humana, donde la redención encuentra su camino entre las sombras del pasado.
Isabella siempre supo que su vida no era como la de otros niños. No tenía recuerdos de abrazos amorosos ni de risas inocentes, ya que su primer recuerdo de infancia era la soledad de lo que parecía un temprano abandono. Incluso antes de nacer, su madre biológica la había entregado a un sistema que parecía incapaz de ofrecerle el amor y el cuidado que todo niño merece, para estar con su nuevo amante que no aceptaba al niño concebido en una fiesta de carnaval en su ausencia.
Su destino la llevó a una familia adoptiva que estaba lejos del hogar cálido y acogedor que había deseado. La madre adoptiva, amargada por sus propias decepciones en la vida, no podía ocultar su ira y frustración. El padre adoptivo, por otro lado, siempre estaba ausente, involucrado en sus propios problemas. El ambiente familiar estaba marcado por frecuentes peleas y estallidos de violencia.
En la pequeña casa de madera pintada de azul al final de la calle principal de Palhoça, vivían los hermanos Romanov: Lucas, Sofía y la recién adoptada Isabella. El sol comenzaba a teñir el cielo con tonos de naranja cuando las tensiones entre los hermanos alcanzaron su punto máximo.
Lucas, el mayor, era un joven de ojos marrones y cabello oscuro, con un espíritu determinado oculto detrás de una sonrisa encantadora. Su personalidad impulsiva a menudo lo ponía en desacuerdo con las opiniones de los demás. A su lado, Sofía, la hermana del medio, tenía una esencia tranquila y ojos tan claros como el cielo al amanecer, pero llevaba un temperamento fuerte capaz de desafiar a cualquiera que se cruzara en su camino.
Isabella, la nueva integrante de la familia, emanaba un aura de dulzura e inocencia. Su cabello rizado era tan oscuro como la noche, contrastando con su piel clara y sus ojos marrón claro, casi color miel, que transmitían una mezcla de curiosidad e inseguridad. Desde que fue adoptada, trató de encajar, pero las paredes invisibles erigidas por Lucas y Sofía parecían impenetrables.
En esa calurosa tarde de verano, las tensiones entre los hermanos alcanzaron su clímax. Isabella había roto accidentalmente un jarrón antiguo que pertenecía a la madre de los Romanov, desencadenando una acalorada discusión.
— ¡Nunca prestas atención a nada! — exclamó Lucas, con los ojos chispeando de ira.
— ¡Por eso no deberías estar aquí! ¡Nunca perteneciste a esta familia! — replicó Sofía, con la voz ahogada por la frustración.
Isabella bajó la cabeza, conteniendo las lágrimas, sintiéndose aún más fuera de lugar en ese ambiente hostil. Quería pertenecer, anhelaba ser aceptada, pero el muro de desconfianza y resentimiento construido por sus hermanos parecía insuperable.
El padre de los tres hermanos, Paulo, entrando en la habitación con calma en una de sus raras apariciones, intervino en la pelea. Sus ojos cansados reflejaban tristeza al presenciar la división en su propia familia. Con palabras serenas, trató de calmar los ánimos y resolver el conflicto, pero las heridas emocionales ya estaban profundamente arraigadas.
A medida que la noche caía sobre Palhoça, los Romanov se retiraron, cada uno en su rincón, inmersos en pensamientos turbulentos. En el silencio de la noche, el vacío y la soledad se cernían sobre esa casa que alguna vez estuvo llena de risas y armonía.
Los lazos entre los hermanos Romanov estaban tensos, y la presencia de Isabella se había convertido en una sombra sobre la unidad que alguna vez fue sólida en esa familia. El futuro parecía incierto, y el camino para restaurar la paz y el entendimiento entre ellos resultaba desafiante.
La mayor aspiración de Isabella estaba tejida con los hilos de la independencia y el calor de una familia grande y alegre. Su corazón anhelaba una vida donde pudiera forjar su camino en el mundo con resiliencia y determinación. Soñaba con un espacio donde su voz resonara con propósito y sus decisiones moldearan su destino.
En el futuro que imaginaba, veía un tapiz de conexiones, una colcha de retazos de relaciones unidas no solo por la sangre, sino por valores compartidos, respeto mutuo y apoyo inquebrantable.
Su sueño era tener un hogar que palpitara con la sinfonía de diferentes personalidades, cada nota armonizando en una melodía de pertenencia y aceptación. Imaginaba reuniones llenas de historias, donde el calor de las comidas compartidas y el consuelo de las experiencias forjaran lazos irrompibles.
El sueño de Isabella era un santuario, un refugio donde los individuos crecieran no solo en años, sino en espíritu, donde las alegrías se multiplicaran y las penas se dividieran. Era un retrato pintado con tonos de unidad y libertad, una obra maestra donde la independencia y una familia amorosa y expansiva coexistieran en perfecta armonía, satisfaciendo el deseo más profundo de su corazón.
Por lo tanto, al regresar a su realidad, Isabella se sumergió en un profundo pozo de dolor y sufrimiento. La angustia corroía su alma, trayendo un agudo deseo de borrar su propia vida. Observando su entorno, Isa se apresuró a salir a las calles, donde se sentía libre y en paz con la vida. Encontrándose con personas con contratiempos similares, donde todos se unían por un solo propósito: escapar de sus familias disfuncionales.
En las calles, además de encontrar el consuelo y el abrazo que Isabella buscaba, descubrió cosas que la hacían sentir adulta e independiente. Sin embargo, no todas esas cosas eran buenas, pero Isa sentía que las calles eran su lugar, donde encontraría una salida a todos sus problemas. Allí, aprendió cosas que no se enseñaban en la escuela, mucho menos en casa. Isa se sentía estimulada, y cada día, sin falta, regresaba de la escuela y se dirigía a su refugio: las calles.