




Capítulo 2 – “Un pañuelo color arena”
Capítulo 2 – “Un pañuelo color arena”
Alicia recuerdos:
Aquel hombre lleno de tatuajes que había venido a hablar con mi papá, me generaba miedo.
Estaba sentado en la sala, esperando para ser atendido, mientras jugaba con la cucharita
dentro de su taza con café. Yo le espiaba detrás de las gruesas y oscuras cortinas del
ventanal. Pues cuando él llegó yo estaba es esta sala y no tuve mejor idea, en lugar de irme
para mi habitación, que esconderme detrás de la pesada tela. Me aterraba, pero al mismo
tiempo me llenaba de curiosidad. Yo apenas tenía siete años y nunca había visto un hombre
así, solo en las películas que a veces mirábamos con mi primo Marco, quien era un par de
años mayor y pasaba mucho en casa debido a que sus padres viajaban mucho.
Pero volviendo a aquel hombre, ese que tanto miedo me inspiraba, su duro rostro y su
expresión tan seria, hacía que mis piernas temblaran; pero no fue hasta que se levantó y
caminó hacia en ventanal que tenía la cortina que me ocultaba, que mi corazón palpitó con
tal fuerza que pareció salirse de mi pecho
- ¿Qué hace una niña tan linda, escondida detrás de esta cortina espiándome?
Su voz era ronca y profunda, en aquel entonces me pareció un hombre muy viejo, hoy sé que
tenía unos 20 años, aunque su aspecto era de mayor, y más aún para mí que era tan
pequeña. No le respondí, solo lo miraba aterrada, nunca había sentido tanto miedo en mi
vida. Parecía realmente disfrutar del efecto que causaba en mí, sus profundos ojos celestes
se fijaron en los míos, quise llorar, así que se me nublaron y bajé la cabeza. Él tomó mi barbilla
y me obligó a mirarlo. Su expresión ya no era tan dura
- ¿Cómo te llamas?
- No tengo nombre – respondí, pues mi nana me había enseñado a decir eso si algún
extraño me preguntaba
- Ok, niña sin nombre – y sonrió, luego acarició mi mejilla, sin soltar mi barbilla, con su
dedo pulgar – nunca, entiende bien, nunca bajes la mirada por nadie, jamás permitas
que te intimiden aunque te estén apuntado con un arma
“… ¿apuntando con un arma?”, ¡¿qué clase de consejo era ese para una niña de tan corta
edad?!
Yo fruncí en ceño y corrí mi cara, pues su contacto me desagradaba. Él se sorprendió, pero
luego volvió a sonreír
- Veo que me has perdido el miedo
- Yo nunca le tuve miedo, señor, solo que no debo hablar con extraños – repliqué
- Y lo bien que haces, los extraños no solemos ser gente buena
La puerta del despacho de mi padre se abrió y el hombre desvió la mirada hacia ella
- ¡Luka!, me dijeron que querías verme, ¿qué te trae por aquí?
Luka, así se llamaba, ahora podría ponerle nombre al extraño que me intimaba. Volvió a
mirarme, pero esta vez su mirada era sombría, trató de esbozar una sonrisa, pero en lugar
de eso solo me ofreció una forzada mueca de medio lado
- Ojalá algún día puedas perdonarme por esto
Y, sin decir nada más, se dirigió al despacho y entró junto con mi padre.
Mi corazón no dejaba de latir con toda rapidez, me apoyé las manos en el pecho, para tratar
de que no saltara. Respiraba con dificultad y mis piernas no dejaban de temblar. Luego de
unos minutos, al fin pude moverme, así que salí, con mucha dificultad, de detrás de la cortina,
quería llegar cuanto antes a los brazos de mi Nana, quien, seguramente, se encontrara en la
cocina. Pero cuando iba a medio camino del gran salón, escuché un gran estruendo, nunca
había sentido un ruido así, por lo tanto me paralicé por completo y mi cuerpo se heló. Escuché
abrirse violentamente la puerta del despacho, así que lentamente volteé a ver qué sucedida,
pues desde allí había venido el sonido. En ese momento salía el señor con el que me encontré
anteriormente. Llevaba algo color plata en su mano, pero no pude distinguir que era, él seguía
mirando hacia el interior del despacho mientras avanzaba, cuando al fin giró, se encontró
conmigo y se sobresaltó, de inmediato ocultó el objeto brillante en uno de los bolsillos de su
chaqueta, pude observar que sus manos ya no estaba desnudas sino que llevaba unos
guantes tipo cuero de color ne*gro. Me observó por unos segundos, trató de sonreír, pero
otra vez, esa mueca de medio lado, afloró. Al ver que yo me quedaba inmóvil, se acercó aún
más y me dijo
- Vete a tu habitación y espera allí a que te vayan a buscar, por nada del mundo vayas
a entrar en el despacho de tu padre
Asentí con la cabeza, pero decirle a un niño que no haga algo, es como incitarlo a que lo haga,
por lo visto éste hombre no tenía mucha experiencia tratando con criaturas.
Luka recuerdos:
Mi infancia fue de lo más difícil, mi madre había muerto de una sobredosis cuando tenía seis
años y, poco tiempo después, mi padre me abandonó a mi suerte. Así que estaba solo en
éste maldito mundo. Me crié en las calles, eso fortaleció mi espíritu y me convirtió en el
hombre duro y desalmado que soy. Nunca estuve en ningún hogar adoptivo, así que no
conozco que tan bueno o tan malo hubieran sido estar en uno. Cuando fui un poco más
grande, me mezclé con gente de lo peor, primero con pandilleros y luego directamente con la
mafia, ésta última gracias a Don Paolo, quien me encontró deambulando mal herido debido
a una puñalada en el estómago, me llevó a su casa e hizo que me curaran, salvando así mi
vida pero no mi alma.
- ¿Dónde estoy? – pregunté al abrir los ojos y sentarme en la cama
- Quédate quieto que estás herido – me respondió un hombre que se encontraba en la
habitación
Apreté mi herida con la mano, pues dolía y mucho. Era más que obvio que no estaba en un
hospital ni mucho menos, así que obedecí, la calle me había ensañado lo suficiente como
para saber cuándo me convenía obedecer y cuando no, y ese era el momento preciso de
hacerlo
- De acuerdo, esto duele mucho
- Bien, llamaré al jefe, pues pidió que le llamáramos cuando despertaras – y salió de
la habitación
Aproveché la soledad para mirar alrededor, sobre todo una vía de escape, no sabía dónde
estaba ni que era lo que querían conmigo, así que estaba nervioso y alerta. Pude observar
que se trataba de una habitación común, era como un dormitorio, así que una cárcel tampoco
era. Pero… ¿si no era un hospital ni una cárcel, que era?
- Te preguntarás; ¿dónde estás y que queremos contigo?
Escuché una voz ronca y cansada que salía de la boca de un hombre algo anciano ya,
corpulento, pero venido a menos debido a su excesiva gordura. Aunque debo reconocer que
vestía de manera impecable, llevaba un traje gris oscuro con finas rayas en un gris más claro,
camisa, chaleco a juego y un pañuelo color arena, en el bolsillo superior de su chaqueta,
completaban el atuendo. De inmediato me infundió respeto.
- Señor, eso mismo me pregunto
- Soy Don Paolo Gentile de María, y esta es mi humilde morada
- Un placer, Don Paolo, supongo que debo agradecerle por salvarme la vida
- Oh, sí y mucho, pero de eso hablaremos luego, ahora recupérate bien. Por cierto,
¿cómo te llamas?
- Mi nombre es Luka Dante
- ¿Y tú apellido?
- En realidad no tengo
- Todos tenemos uno
- Pues yo no
- ¿Y cómo es eso?
- Mi madre murió y mi padre me abandonó
- ¿Qué clase de padre abandona a un hijo que se ha quedado sin madre?
- Supongo que un adicto como el mío, y mi madre no era ninguna santa tampoco, ella
murió de sobre dosis
- ¡Qué vida tan cruel has tenido muchacho!
- Yo no diría ni que tanto, al final me hicieron un favor, estoy mejor sin ellos
- Presiento que nos llevamos muy bien tú y yo, se ve que tienes carácter y sobre todo
huevos, que es lo que se necesita para éste trabajo
- ¿Y qué trabajo sería ese?
- Y lo hablaremos con más calma – el viejo me sonrió de una cálida manera, creo que
estaba, o al menos se sentía, más solo que yo – ahora lo importante es que te
recuperes y bien
- Muchas gracias por su hospitalidad, se lo recompensaré, lo prometo
- ¡Oh, sí, cuento con eso! – y se retiró
Cuando salió de la habitación, volví a recostarme en la cama, pues el dolor era insoportable.
De pronto ingresó una joven con una bata, era la enfermera que me estaba atendiendo, se
acercó y tomó mi muñeca
- ¿Qué crees que haces?
- Estate quieto que voy a ponerte una inyección con un calmante, para que puedas
dormir y así que recuperes más pronto
En otro momento la hubiera empujado para salir huyendo, pero me dolía mucho en realidad
y no tenía fuerzas, así que aflojé mi brazo y dejé que la muchacha hiciera su trabajo. En
menos de un minuto estaba durmiendo profundamente.