




¿UN NUEVO ENEMIGO? (PT.2)
Los marinos alzan sus armas al grito de un ¡Arrgh! Y comienzan a retomar posiciones en el barco para darle alcance al otro navío. Catherine toma el timón de nuevo y maniobra para llegar por detrás. Desde donde están, ya se puede ver el barco del rey Julius III, con sus enormes velas blancas y la bandera de Queen Bay. Un rectángulo con una gran cruz en medio que divide en cuatro secciones la bandera; representando a los cuatro mares del mundo, la mitad de la izquierda de color azul, y la de la derecha de color rojo. En el lado superior izquierdo lleva un gran sol amarillo, y encima, un barco, característico de la Queen Bay, en el mar del norte.
Sin embargo, esa bandera no la representa en lo absoluto, ella es una renegada, una pirata, y la bandera de los piratas no es esa. Cualquiera que viera al fantasma del pacífico sabría que está frente a un barco de piratas sin ley, pues en el navío ondeaba la bandera negra con la gran calavera y los huesos cruzados en medio.
El barco anda veloz, y da alcance al otro en menos de quince minutos. Para este punto, ella sabe que ellos ya se han dado cuenta de que los están persiguiendo, pero no podrán hacer nada ante la velocidad de su barco.
Cuando ambos navíos están frente a frente, le deja el timón a Cooke y se para en medio del barco en dirección a babor. Los marinos del otro navío ya se estaban preparando para el ataque.
—¡Disparen! —ordena la capitana en un grito.
De inmediato desenfunda su arma y comienza a disparar a discreción a cualquier hombre del otro barco. Sus hombres hacen lo mismo, abajo otros cargan los cañones para atacar primero.
Arden corre al cuarto de artillería para organizar el ataque con los cañones. De inmediato el mar que estaba en calma se llena del sonido ensordecedor de las pistolas y escopetas reventando contra la madera, y algunas veces contra alguna persona desprevenida. De lado y lado los marineros empiezan a caer; a Catherine no le queda de otra que agacharse para evitar recibir algún balazo.
En eso, escucha el “bum” del primer cañón disparado por su barco, pasa un par de segundos de silencio y luego suena otro estruendo de la bala de cañón haciendo añicos alguna parte del navío del rey.
Arden se abre paso, arrastrándose por el suelo del barco para llegar a Catherine. Ella lo mira y por un segundo, duda de todo lo que está haciendo. No podría soportar perderlo.
—¿Qué haces aquí? Vuelve a la artillería —demanda. Tiene que alzar la voz porque el ensordecedor sonido de los cañones y las pistolas no deja escuchar con claridad. Además, los marineros gritan sin cesar de un lado a otro.
—No te dejaré sola —asegura y sostiene su mano.
El sudor le recorre por la frente a pesar de estar en altamar y correr un viento fresco. La pólvora quemada y los disparos han dejado una espesa cortina de humo a su paso y no se puede ver más allá de sus narices.
De pronto todo queda en silencio. Del otro lado no atacan. Es más, ni siquiera dispararon sus cañones.
—¡Deteneos! —grita Catherine. Se pone de pie y evalúa la situación. El humo empieza a disiparse y Heinrik se acerca a ellos.
—Mi capitana, algo raro está pasando aquí.
—No puede ser que los hayamos matado a todos ya —agrega Wyler Smithies, uno de los marineros.
—Prepárense para abordar. Cooke, acerca el barco —dice la pelirroja.
—¿Estás segura? —pregunta Arden.
—Si no están atacando es porque están muertos o heridos. Somos más que ellos —Catherine quiere parecer segura de sí, pero tiene un presentimiento de que algo extraño va a pasar. Voltea a ver a sus hombres, hay algunos heridos, pero no parece nadie demasiado lastimado—. Heinrik, lleva a los heridos con el cirujano.
El cirujano es el doctor del barco. Siempre tenía uno, aunque no estuviese ahí por su voluntad. Este último lo había conseguido en aquel enfrentamiento con Arden cuando lo conoció por primera vez. De nombre Flint Penney; no estaba ahí por su voluntad, pero había colaborado bien hasta entonces.
Los dos navíos quedan lo suficientemente cerca el uno del otro como para pasarse a través de varias planchas de madera delgada. Los marinos que quedan de pie se pasan al otro lado de prisa. Catherine los sigue de cerca. Salta al interior del barco y revisa cómo están las cosas ahí. Empuña su espada con firmeza en la mano izquierda; lista para cualquier ataque sorpresa.
Pero lo único que la sorprende es que no hay ni un alma en ese lugar. Es todo demasiado extraño, considerando que los acababan de atacar. Es obvio que no pudieron irse, así como así. Corre al babor de la nave para ver si es que han escapado en bote hacia el otro lado, sin embargo, lo que la recibe es la inmensidad de un océano azul que se mece a merced del viento hacia el oeste.
—¿Dónde están? —pregunta Arden en voz alta.
—Tal vez están escondidos con el botín. ¡Revisen la nave! ¡Maten a quien se resista!
Catherine camina hasta el camarote del capitán. Abre la puerta de una patada esperando encontrarse a cualquier marinero gallina escondido entre el escritorio, mas, no hay nadie en ese lugar tampoco. El suelo está lleno de papeles que se han caído en el caos del ataque, hay un tintero regado por las hojas y algunos cuadernos de navegación, nada más.
—Cath, creo que tenemos que irnos de aquí —dice Arden con la voz temblorosa—, tengo un mal presentimiento.
—¡Mi capitana! —llama Wyler, quien también se había pasado al barco del rey—. Hemos encontrado algo.
Catherine y Arden lo siguen hasta la galera. Parte del casco del barco está destrozada y el agua está entrando, pero no es demasiado como para que se hunda tan rápido. Hay cinco barriles sellados y dispuestos en la esquina. Y están seguros de que ese es el botín porque uno de ellos se ha roto y de él sale un líquido marrón que ha inundado de aroma a ron el cuarto.
—¿Solo cinco? —reniega molesta.
—Tiene que haber más —asegura Arden.
—¡Maldita sea! —brama enojada—. Wyler, dile a los demás que vengan por esto. Al menos algo nos llevaremos.
Wyler sale corriendo de la galera y ella y Arden se quedan a esperar. Catherine se acerca a revisar los barriles, pero no puede abrirlos tan fácilmente. Saca su cuchillo y lo usa para hacer palanca y destapar el barril, cuando de pronto escucha un golpe seco y sordo detrás de ella. Un hombre ataca a Arden y lo está asfixiando. Él intenta pelear, pero no puede liberarse del agarre.
Catherine está a punto de atacarlo con su cuchillo cuando otra persona surge de las sombras detrás de los barriles y la sujeta por el cuello. La amenaza con un arma de fuego. Ella intenta pelear y liberarse, pero el agarre del sujeto es mucho más fuerte.
—¡Suéltame maldito! —grita la capitana.
Arden está siendo brutalmente golpeado por el otro sujeto frente a ella, quien al final, logra someterlo y lo sujeta fuertemente con los brazos en la espalda. Él intenta zafarse, sin embargo, parece que el golpe que le han dado lo ha dejado un poco aturdido.
—Calladita, no querrás que se muera tu amigo —amenaza quien la tiene sujetada.
Catherine espera que su tripulación llegue a ayudarla, pero pasa el tiempo y nadie entra. Sus ojos se dirigen hacia la puerta y el sujeto lo nota.
—Oh, sí esperas que vengan por ti, no lo harán.
El corazón de Catherine comienza a palpitar errático, ha caído en una trampa y ahora no tiene idea de cómo va a salir de esa situación.
El hombre la hace caminar hasta afuera de la galera, igualmente a Arden. Los pocos marinos de su tripulación que se habían pasado con ella están tendidos en el piso. La sangre mana de sus cuerpos sin parar. Están muertos, y rodeados por un montón de hombres del barco del rey. No tiene idea de dónde se han ocultado para tomarlos por sorpresa de esa forma, todo eso fue una emboscada.
Su barco sigue ahí, pero las tablas de maderas han caído, y se han alejado un poco. Seguramente Heinrik tomó esa decisión para proteger al navío.
El hombre que la sujeta le amarra las manos con fuerza. Ella se queja, pero al tipo parece importarle muy poco. La empuja contra el mástil central del barco y hace que sus otros hombres la sujeten mientras los apuntan con las escopetas.
Mira por primera vez al sujeto que la había agarrado, cuando el sol ya no le da de contra luz. Se mueve alrededor de ellos como si estuviera evaluando a su presa. Catherine ahoga un suspiro cuando lo ve. El hombre es de una belleza que ella jamás había contemplado. Por su elegante ropa, está segura de que él debe ser el capitán de la nave.
—¿Quién eres tú? —espeta con desprecio. No puede dejarse encandilar por los encantos de ese hombre.
—Soy el comodoro de la Queen Bay, y tu peor pesadilla —anuncia con una gran sonrisa.