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MEMORIAS DEL MAR (PT.2)

03 de marzo de 1741 (seis meses antes)

Es el tercer día de celebración de Catherine. Oficialmente es la capitana del barco más veloz del mar y, por supuesto, eso es digno de celebración. Ha bebido tanto que ya ni recuerda por qué empezó en primer lugar. Se encuentra en un bar del puerto en la isla de Birronto. El lugar apesta a alcohol. Hay un pobre tipo que toca la melodía de una guitarra sin que se llegue a escuchar demasiado, debido al bullicio ensordecedor de los hombres y las mujeres que se encuentran disfrutando. De rato en rato se escucha el vidrio quebrandose contra el suelo, que está húmedo y muy sucio.

Nada de eso a ella le importa. Pide una botella más de ron y ya ni se ocupa de rellenar el vaso. Simplemente bebe del pico.

—Deberías parar ya —le dice Heinrik con voz condescendiente.

—¿Por qué? Déjame beber, me lo merezco —contesta ella mientras hipa. A Heinrik se le hace muy gracioso verla en ese estado. Él es su contramaestre, y también su mejor amigo.

—Mi señora capitana, si no deja de beber me veré en la obligación de llevármela a rastras de aquí.

—¿Acaso le estás dando órdenes a tu capitana? —increpa ella.

Ya sabe Heinrik que cuando se pone así, no hay quien la saque de su terquedad.

—La tripulación te espera para zarpar por primera vez como la capitana oficial. —Intenta convencerla, aunque sea con una mentira.

—La tripulación está más borracha que yo. —Se burla. Le señala hacia una esquina de la taberna, donde hay varios de sus hombres tendidos en el suelo. De no ser porque sus pechos subían y bajaban suavemente, habría jurado que no estaban con vida.

—Bien, me rindo. —Heinrik sacude los brazos y se levanta dispuesto a irse—. Iré a buscar algún lugar donde dormir.

El muchacho se aleja de ella sin mirar atrás. Es inútil tratar de convencerla y lo sabe muy bien.

Catherine se queda recostada contra la barra y vuelve a darle un sorbo directo a la botella. Gira sobre su eje en la silla de madera alta sobre la que está sentada, y le da un vistazo a aquel lugar. La luz tenue de las velas no da demasiada iluminación, y las ventanas enormes tampoco dejan pasar nada de luz porque es de noche.

Las siluetas de las personas se ven borrosas a su alrededor. Comienza a pensar que tal vez si debió hacerle caso a su contramaestre.

De pronto uno de los hombres que está en el lugar se acerca a ella. No es la primera vez que lo ve. Desde que está ahí hace tres días el hombre también había estado, y no paraba de mirarla ni un segundo. Se preguntaba cuándo se envalentonaría para acercarse a ella.

—Disculpe usted, bella dama —comienza a decir el pirata. Y ella está segura de que es un pirata porque esa pinta no puede ser de nada más.

Catherine lo detalla antes de que siga hablando. El guapo hombre tiene la piel bronceada por el ardiente azote constante del sol, es alto y sus pectorales sobresalen por encima de la camisa mal abrochada que lleva puesta. No puede evitar detallar todos los músculos marcados de su cuerpo. Lo mira de arriba abajo hasta detenerse en su rostro. Un perfecto y definido rostro que le da una gran sonrisa de regalo. Para su sorpresa, tiene unos dientes en buen estado, cejas pobladas; que le dan una profundidad a su mirada como un océano en una noche sin estrellas. Y, por último, esos ojos, negros e intensos. No hay duda de que el pirata es del tipo de los que le gustan a ella. Pero Catherine piensa que no tiene tiempo para perder en esas tonterías del amor. Con sus cortos veinte años, jamás ha experimentado más allá de pasar una que otra noche de placer con algún desconocido. Tal vez el hombre frente a ella sea uno más de esos en su lista.

Enarca una ceja y lo mira desafiante, esperando que continúe la ridícula frase que seguro va a decir. Se voltea y le da toda su atención.

»Tengo tres días pensando en todas las formas posibles en las que le puedo quitar ese vestido. —La pelirroja quiere ahogar una risita. La verdad es que es una frase ingeniosa por no decir menos, pero esa noche ella piensa que nadie le arrancará el vestido.

—¿Eso es lo mejor que se te ocurrió? —reta.

—Podría decirte las formas. —Se inclina muy cerca de ella y le sonríe. El pirata expide un aroma dulce y eso la embriaga. Nunca había olido a nadie que no pareciera que se hubiese bañado con agua de muerto y pescado.

—Tal vez, si me pagas otra botella —susurra en su oído. En Realidad, no le apetece del todo buscar algún encuentro con él, pero algo en su vestimenta le llama la atención. Los ojos de Catherine se dirigen a la pequeña y redonda joya de oro que cuelga de su cuello.

«Si tiene un botín como ese, significa que habrá más en algún lado. Tal vez pueda sacarle algo a este tipo después de todo».

El pirata golpea un doblón contra la mesa y le hace señas al que sirve los tragos para que traiga otra botella. Se pone cómodo en la silla junto a Catherine y le pone una mano en la rodilla. Ella la toma y la sube un poco más arriba.

—¿Cuál es tu nombre, bella dama? —pregunta casi con voz solemne.

—Catherine Riley, ¿y el tuyo?

—Arden… —hace una pausa—… Tydes. Dispuesto a besar tus pies, y cualquier otra parte que quieras —dice. Lo vuelve a mirar detenidamente. A lo mejor es porque está muy borracha, pero Arden se le hace increíblemente atractivo, y de pronto las ganas de jugar con él en la cama se le hacen más tentadoras. Se ríe de lo que le acaba de decir y siente que sus mejillas se sonrojan un poco.

—Arden, nunca te había visto por estos lares.

—¿Vives aquí en Birronto? —indaga. Su mano ha subido un cuarto más hacia arriba, y ahora casi roza los muslos de la chica.

—Desde que nací.

—Yo vengo de los mares del este. Soy de la isla calavera.

Catherine se sorprende, nunca ha ido más lejos de los mares del norte. Su padre le decía que aquellos otros lugares eran territorio de otros piratas, y estaba prohibido ir a menos que quisieras estar en guerra con ellos.

—¿Cómo pudiste entrar acá? —Su curiosidad puede más que cualquier cosa.

—Estoy huyendo en realidad, es una historia larga, y no creo que tengamos tiempo para contarla toda. —La mano de Arden ahora roza el inicio de la entrepierna de Catherine. De forma casi automática ella abre las piernas un poco más. Él interpreta eso como una invitación y se aventura a rozar con delicadeza entre las faldas de la chica. Cierra los ojos y deja escapar un gemido.

—Creí que me dirías cómo quitarías mi vestido —susurra.

Arden sonríe y le toma la mano para sacarla afuera. Ella lo sigue y se van hasta una pequeña posada que está a pocos metros de distancia de la taberna. Arden empuja la puerta mientras busca los labios de Catherine. Ambos intentan deshacerse de sus ropajes. La pelirroja desliza sus manos por los hombros del pirata, y sin que él lo note, aprovecha para quitarle la joya de oro que tiene en el cuello. La oculta en uno de sus bolsillos y retoma las caricias que exploran su cuerpo.

Él desata su corsé y libera sus pechos, de deleita a la luz de las velas mirar su feminidad. Los latidos de su corazón se aceleran, por un momento sus miradas se conectan y ella siente que lo conoce de toda la vida. Su respiración jadeante se mezcla con la de él, Arden no parece como cualquier otro hombre con el que ha estado antes. El pirata recorre habilidoso cada centímetro de su cuerpo, ella deja escapar un gemido de placer mientras sus muslos húmedos delatan el deseo que él le provoca.

Prenda por prenda caen al suelo hasta que los dos quedan desnudos. Él la recuesta delicadamente sobre la cama; que cruje debido al peso. Sus bocas se funden en un beso apasionado mientras sus lenguas se buscan con desesperación, Catherine entierra sus dedos en la espalda del pirata cuando lo siente por completo en su interior. Los movimientos ondulantes de sus caderas la llevan a la cima del éxtasis, cierra los ojos y se deja llevar por el momento de intimidad que los envuelve, un último jadeo explosivo de deseo la hace estremecer hasta que sus piernas temblorosas desfallecen sobre el colchón.

No pasa mucho tiempo para que caiga dormida al lado de ese desconocido que dice ser del mar del este.

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