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El millonario sexy

Eleanor se quedó con su madre y ella toma un ourbus directo a Nueva York. Con una coleta alta, un poco de maquillaje, su mejor pantalón sastre y una blusa con saco a juego lograr verse presentable para una cita de negocios.

Un negocio en dónde su vientre será la materia prima a negociar. Sus tacones bajos resuenan en el piso lustrado del Hotel Plaza. Nunca había visitado Nueva York, pero el lugar la deslumbraba, se sentía minúscula comparada a todo ese esplendor. Al llegar a recepción, preguntó por el restaurante y una joven le indicó a un maletero que le llevara al sitio.

El cielo abovedado de hermoso cristal la maravilló nada más entrar.

—Reservación a nombre de Daniel Cheng —anuncia al hoste. Este la invita a pasar y la guía por entre las mesas y sus comensales.

Los nervios los siente en el estómago, su corazón está acelerado y tiene un poco de temor. Su pequeño bolso con tan solo su cardex, un celular viejo de su vecina que le ha prestado y un gas pimienta por si lo ocupa, es todo lo que la acompaña. El dinero, mejor se lo ha guardado en el busto, total, solo le quedan como cincuenta dólares.

—Pase —informa el chico de pelo engomado abriendo una puerta a un privado.

Ella entra y encuentra a un par de hombres vestidos de traje, uno más apuesto que el otro, uno con cara de amargado y el otro con un rostro apacible.

—¿Arya Harley? —pregunta Daniel poniéndose de pie al verla llegar.

—Sí —ella extiende su mano y lo saluda.

—Daniel Cheng, el abogado que te contactó —advierte—. Él es mi cliente, Ayden Emory.

Arya por inercia se acerca a saludarlo de mano, pero este la mira con desdén e indiferencia.

—Tome asiento, señorita —dice en su lugar, señalando la silla más cercana a Daniel.

La joven se siente conflictuada por su actitud, pero acepta con un poco de bronca, pues si algo no le gusta es recibir órdenes.

—¿Te fue difícil llegar? Sé que vienes desde Boston —advierte Daniel, sirviéndole un poco de vino en una copa.

—No, de la terminal he venido en taxi —asegura ella con nerviosismo.

«O sea que, si saben que vivo allá y, aun así, me hicieron venir hasta NY» piensa mientras le da un trago a la copa para bajar los nervios y armarse de valor.

—¿Tomas muy a menudo? —pregunta Ayden de la nada.

—No suelo beber, estoy en mi último año de la facultad de medicina y debo mantenerme alerta —explica ella, luego señala la copa—. Estoy nerviosa, solo quería tomar valor.

—Vale, hemos querido que vinieras porque queríamos saber qué tan interesada estás en esto y si realmente estás consciente de lo que harás —explica con calma, Daniel—. Nadie que no esté decidido de lo que hará viajaría hasta acá solo para una entrevista. ¿Estás decidida?

Arya toma aire, ¿lo está?

—Sí, estoy decidida, necesito el dinero —dice de sopetón, haciendo que ambos hombres se vean mutuamente, lo que la lleva a ella a tener que explicar—. Tengo…  unos asuntos familiares.

Ayden se pregunta qué tipo de problemas puede tener esa joven de cabello marrón y ondulado, ojos avispados color chocolate y mejillas

—No pensé que la compañía fuera a colocarme tan pronto en una entrevista —resuelve con dudas.

—No estamos vinculados a esa empresa, una amiga que trabaja ahí me pasó tu contacto, y señaló que te urgía un pago, tanto como a mi cliente le urge tener un hijo —aclara Daniel, sacando unos documentos y poniéndolos sobre la mesa.

—¿Esto será legal? No quiero terminar sin órganos y votada en una esquina —suelta sin pensarlo ante el temor de que eso pase.

—Te aseguro que no será así, el solicitante, mi empleador aquí presente —señala al hombre de su lado derecho—. Es una figura pública y respetada de la comunidad neoyorquina. Por eso te citamos aquí, para tu seguridad y confianza, pero en próximas ocasiones, nosotros iremos a Boston.

Arya asiente asimilando la información y le pasa la mirada rápidamente al hombre frente a ella, es apuesto.

«¿Por qué querría contratar un vientre? Seguro que cualquier mujer estaría dispuesta a darle un hijo» medita notando los hombros cuadrados y los bíceps que se marcan ahora que tiene los brazos cruzados frente a su pecho.

—Te haré una serie de preguntas, ¿está bien? Sé lo más sincera posible —pide el abogado, que en contraste de su “empleador” es más amable.

Arya toma otro trago de la copa de vino mientras el hombre prepara su lista de preguntas.

—¿Eres virgen? —Arya casi escupe el trago, pero lo sostiene. Ayden se escandaliza y la mira con asco. Daniel por su parte se ríe y le pasa una servilleta—. Lo siento, son cosas que debo preguntar.

—Vale, no hay problema —dice ella recomponiéndose—. No, no lo soy. —Ayden toma de su vaso de agua cuando ella aprovecha para seguir con su respuesta—. Digo, si un vibrador cuenta.

Ella nota como Ayden traga duro y le cuesta pasarse el agua. Daniel vuelve a reírse, pero cuando nota el ceño fruncido de su jefe se aplaca.

—Bueno, esto es incómodo, pero prosigo —dice y toma pluma—. ¿Cantidad de parejas sexuales?

—Pues solo he tenido un par de dildos, resulta que los de látex son muy resistentes —responde sonriendo y Daniel suelta una carcajada.

Ayden se pone de pie molesto y rompe el buen humor de la habitación.

—Esto no es un puto juego, señorita Arya —dice amenazante—. Largo.

—No, espere, yo solo bromeaba —aclara ella con seriedad.

—Dije, que, largo —puntualiza cada palabra y golpea la mesa.

Arya que ve su única oportunidad hecha añicos, se arrepiente de haber bromeado con el abogado tal como lo hizo, nunca pensó que eso tuviera tales consecuencias.

Camina devastada a la salida sin esperar nada, ahora no sabe qué hacer ni a quien acudir. Entra al baño más cercano y se encierra a llorar.

«Perdí una buena oportunidad, estoy acabada» dice para sí mentalmente una y otra vez.

Al cabo de unos minutos se refresca el rostro y se suelta unos mechones de cabello que le ayuden a ocultar lo hinchado de sus ojos. Toma aire y sale de vuelta al restaurante, camina hasta la salida y de ahí a la calle.

Ve que vienen muchos taxis e intenta parar alguno, pero en vez de eso un Aston Martin color oscuro se estaciona frente a ella. Es Ayden Emory.

—Entre —pide, pero esta lo ignora—. ¿Es siempre tan cabeza dura? Entre o no hay trato.

La esperanza de que no todo estaba terminado se apodera de ella y entra al auto del millonario sexi.

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