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Segunda vida.

—Andreia—susurré su nombre, lo que hizo que se estremeciera de asco.

—¡NUNCA DIGAS MI NOMBRE, ESCORIA!—gritó y me lanzó el cenicero a la cabeza.

—Lo siento por todo.

Todos estaban confundidos, solo ella sabía de qué hablaba, mirándome con sangre y muerte, queriendo despellejarme vivo.

—Si pudier...