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El coche estaba estacionado en el aparcamiento del centro comercial Harrods, el más caro de todo Londres.

Nunca en mi corta vida había puesto un pie aquí, es decir, solo respirar cerca de este lugar es caro, así que prefería atender mis necesidades humanas en otro lugar más barato.

Salimos de la camioneta y al entrar había muchas mujeres y hombres bien vestidos, es decir, solo sus peinados valían más que todo mi atuendo, mi preciado suéter rosa a cuadros se sentía avergonzado con toda esa ropa cara que llevaban los que estaban allí.

Chris tomó mi mano y me guió por el centro comercial, sus guardaespaldas nos seguían a la distancia.

¿Habrían estado en el Ritz cuando Chris me lo propuso?

De todos modos, los pensamientos se desvanecieron de mi mente cuando sentí la mirada de muchas personas sobre mí, especialmente la de las mujeres. Las miré y, a decir verdad, eran hermosas, solo que no entiendo por qué yo, entre estas mujeres hechas por los dioses.

Entramos a una tienda bastante cara llamada "Hell Hall", además de ser cara, era la más prestigiosa de todo el país. Una joven se acercó a nosotros con una gran sonrisa, Chris explicó que yo era la que buscaba ropa, así que me mostró varias prendas.

Ya en el probador me preocupaba lo caro que era todo esto, sabía que Chris iba a pagar, me lo había dejado claro cuando entramos a la tienda, pero me sentía mal por hacerle gastar tanto dinero.

—Podrías salir ya, no tenemos todo el día para estar en una sola tienda —era la voz de mi desesperado nuevo esposo.

Suspiré probándome el vestido gris, pero cuando estaba a punto de subirlo completamente, mi mano no alcanzaba más, intenté estirarme lo más que pude, pero nada, ya rendida asomé la cabeza en busca de la señorita que me atendía, sin embargo, para mi mala suerte no había nadie más que Chris, quien escribía en su celular cuando se dio cuenta.

—¿Necesitas ayuda? —asentí y él se acercó al probador conmigo.

—Es el cierre —aclaré dándome la vuelta para quedar frente al espejo y de espaldas a él—, no puedo subirlo —pareció entender y delicadamente apartó mi cabello, tocando suavemente mi espalda, lo cual me hizo sentir algo extraño.

Una vez que el cierre estuvo listo, ambos miramos nuestro reflejo en el espejo, él me superaba por poco más de una cabeza en altura, verlo tan guapo detrás de mí me hizo sonrojar y apartar la mirada, girándome para quedar frente a él.

—¿Y qué te parece? —me referí al vestido.

Me miró y sonrió ligeramente.

—Te ves bien, deberías llevarte todo —desvió la mirada hacia la montaña de ropa que había estado probándome antes.

Ese momento se volvió al menos un poco incómodo para mí.

—Sí, se ve bien —me miré en el espejo.

Ahora creo que el momento fue extraño para ambos.

—Bueno, te dejo cambiar —asintió y cuando salió finalmente solté el aliento que había mantenido en mis pulmones.

Salimos de la tienda con varias bolsas que las mismas personas encargadas de la tienda se encargaron de llevar a la camioneta.

—Me siento mal de que pagues por todo esto, es demasiado caro —dije cuando entramos a otra tienda. No pude evitar mencionarlo aunque él ya me había dejado claro que no le molestaba en absoluto.

—No te preocupes, tengo mucho dinero y de sobra —me guiñó uno de sus ojos azules.

Tenemos que ser tan humildes.

...

Estaba cansada, nunca pensé que ir de compras sería tan agotador. Fuimos a tantas tiendas que incluso perdí la cuenta, compramos ropa casual, vestidos formales, para ocasiones especiales, tacones altos, botas, bolsos, abrigos, suéteres, pijamas, maletas, de todo.

Nos detuvimos en una estética, miré a Christopher negándome categóricamente a entrar.

—No, de ninguna manera —me negué y me puse rígida cuando él tomó mi mano.

—Lo necesitas, tu cabello está muy descuidado, pareces un espantapájaros —abrí la boca ofendida, él me empujó hacia el lujoso establecimiento.

Un hombre mayor se acercó a nosotros, solo me miró revisándome con una mirada desaprobadora.

—¡Qué horror! —exclamó tocando mi cabello—. Nunca lo laves, querida.

Eso me ofendió mucho.

Le arrebaté mi mechón.

—¿Podrías arreglarle el cabello? —preguntó mi ahora esposo.

—Lo intentaré, pero no prometo nada —me tomó de la mano y me sentó en una de sus sillas.

Chris se sentó en uno de los sillones y rápidamente tomó su celular para escribir algo.

—Parece que te explotó una caldera en la cabeza —susurré, la mirada del hombre y la mía se conectaron en el espejo, lo miré mal y él me sonrió falsamente.

Me lavó el cabello con muchos aceites, lo secó y lo cortó. Solo veía caer las tristes hebras de mi cabello castaño.

Después de lo que parecieron horas, finalmente terminé.

Debo admitir que hizo un gran trabajo, ni siquiera pensé que mi cabello pudiera verse así, ondas caían sobre mis hombros y mi cabello se veía sedoso, lo cual nunca había pasado. Parecía parte de un comercial de Pantene.

—Te queda muy bien —toqué las hebras.

—Gracias, tuve dificultades, tu cabello era el más horrendo que he visto —puse los ojos en blanco—. Pero logré hacer un milagro.

Chris pagó y salimos del lugar, tocó mi cabello y sonrió mostrando sus hoyuelos.

—Te ves muy bien —sonreí y juro que mi piel se puso chinita solo con esa acción—. ¿Vamos a comer? —Soltó mi mechón, haciendo que mi piel volviera a la normalidad.

Dios, escucha mis oraciones, me muero de hambre.

—Me muero de hambre.

—Lo imaginé —tomó mi mano y dimos vueltas por el centro comercial buscando algo para comer.

Entramos a un restaurante y cuando vi mi plato favorito en el menú, casi muero. La mesera tomó nuestra orden y se retiró.

—Dime, Christopher Huberman —puse mis codos sobre la mesa y mi cabeza en mis manos—. ¿Por qué alguien como tú se casaría con alguien como yo? —Levantó las cejas divertido.

—¿Cómo eres tú? —me miró atentamente.

Me tomó un tiempo responder esa pregunta, porque realmente no sabía quién era.

—Simple, nada comparado con las mujeres que parecen esculpidas por los dioses que seguramente están detrás de ti —finalmente respondí, él rió.

—No veo esa simplicidad que dices tener —esas palabras me hicieron sonrojar—. Cuando llegue el momento sabrás por qué me casé contigo, no te apresures —susurró para que ningún otro comensal escuchara esa parte de la frase.

Lo miré con curiosidad, llena de preguntas que él no respondería.

Nos sumergimos en el silencio que fue interrumpido cuando la mesera llegó minutos después con nuestros platos.

—¿Quieres? —pregunté señalando su plato con los palillos en la mano.

—No, gracias —intenté no hacer una mueca—. No me gusta el sushi —fingió estar ofendido.

—¿Cómo puede ser que no te guste el sushi?

—No es solo el sushi, son todo tipo de criaturas submarinas.

—Me sorprende, pensé que tenías mejores gustos —dejé sus palillos asiáticos—. ¿Qué te gusta entonces?

—Los pasteles —dije feliz señalando mi plato—. Todo tipo de golosinas, saladas, dulces, cualquiera de las dos —solo pensar en pasteles me hacía agua la boca.

—¿Y aparte de la comida? —Suspiró, parecía realmente interesado en mí.

No es que supiera todo sobre mí y que no sé qué no cuándo.

—Me gustan las violetas, son mis flores favoritas, de niña mis abuelos tenían un jardín lleno de ellas y me gusta mucho el béisbol, solía ver las repeticiones de los partidos de los Yankees con mi abuelo —sonreí nostálgica.

Me miró por unos minutos como si no esperara eso y luego continuó con su comida sin comentar nada más, dándome a entender que no respondería mis preguntas interesadas sobre él.

...

Estaba mirando por la ventana a la gente que pasaba cuando la voz de Chris me devolvió a la realidad.

—Te conseguí una entrevista con el Sr. Smith —mencionó una vez que la mesera retiró los platos.

A través de las ventanas del restaurante pude ver que estaba oscureciendo.

—¿El Sr. Smith? —repetí sin saber a quién se refería y aún algo despistada viendo a la gente en el restaurante comer y charlar.

—El presidente del bufete de abogados más prestigioso —puse mis ojos en él, ahora sí enfocando mi atención en él sin creerlo.

¿Ese Sr. Smith?

—Necesita un socio en el área de familia y bueno, sugerí que podrías tener ese puesto.

¿No juegas?

—¿De verdad? —pregunté emocionada y él solo asintió con la cabeza—. Gracias —me levanté y lo abracé.

—De nada —se separó de mis brazos algo incómodo y me sentí mal por invadir su espacio personal—. Después de la entrevista tienes una cita con mi médico.

—Gracias —dejé de abrazarlo de nuevo.

Era demasiado para mi pobre alma, mi vida había cambiado demasiado en cuestión de horas, pero aún no me sentía perdida con mi nuevo y atractivo esposo.

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