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El timbre de la cafetería suena y levanto la vista para atender a los clientes.

Oh, mi vida no deja de ir de mal en peor.

Pongo una gran sonrisa falsa en mi rostro.

—Gaby, hace mucho tiempo que no nos vemos —dice el hombre cuando llega al mostrador y me reconoce.

—Sí, demasiado...

Desde la Universidad donde me engañaste, tiempos que no me gusta recordar.

Iba a terminar mi frase cuando llegó una chica rubia, o mejor dicho, mi ex-mejor amiga y con un bebé de unos 2 años en sus brazos.

Ignorándome olímpicamente, fue directamente a sentarse en una de las mesas cercanas y mi ex la siguió.

Camino hacia la mesa donde están ubicados imaginando cómo desaparecer de aquí.

La mujer, después de unos momentos, me reconoce y pone una gran sonrisa burlona en su rostro.

Lo que me faltaba.

—Qué bonito que trabajes en el mismo lugar de hace años —me siento fingiendo una sonrisa—. Aparentemente, no importa lo cara que sea la universidad, no puede hacer milagros —Louis la mira para que guarde silencio.

Abro la boca para hablar, pero me interrumpe.

—Bueno, la universidad solo es buena para las personas que, si merecen su lugar allí, como Louis, él ahora es director de área de una de las empresas más grandes de Inglaterra, qué va, del mundo.

Les dedico mi mejor sonrisa: no me importa en absoluto.

—Sería mejor que alguien más los atienda.

Me retiré de camino al mostrador.

—¿Clientes difíciles? —pregunta Fred, salto, no esperaba verlo aquí.

Fred es el dueño de la cafetería y mi mejor amigo, no pasa mucho tiempo fuera de la cocina, así que verlo afuera era un milagro.

—No tienes idea, ¿recuerdas a mi ex...?

—El bastardo que te engañó.

—No era necesario recordarlo, pero sí, él.

—Oh chica, yo me encargo de ellos —dice y va a tomar la orden de los innombrables.

...

Acababa de terminar mi turno cuando los dolores volvieron.

—¿Estás bien? —preguntó Frederick, miré directamente a sus ojos grises.

—Sí —respondí, aunque ambos sabíamos que no era así—, tengo que irme a casa ahora, gracias por lo de hace un rato.

—Por ti, todo, nena —me guiñó un ojo.

Sonreí y tomé mis cosas para irme.

...

Cuando llegué a la puerta de mi apartamento, el mundo se vino abajo.

''Aviso de desalojo''

—Mierda —maldije.

Mi vida no podía ser peor, Dios, ¿no puedes arruinarle la vida a otra persona?

Después de leer el aviso, entré a mi casa y junto a donde dejé mis llaves, vi la tarjeta con el número del hombre de la otra vez.

Era una señal divina.

Ahora mismo estoy indecisa sobre si llamarlo o no, mi vida está hecha un desastre, estoy enferma, el tratamiento es demasiado caro, acabo de ver a mi ex casado con la mujer por la que me cambió, además de que acaba de humillarme, me van a desalojar de mi apartamento, no tengo familia cercana viva, yo...

—Bueno, llámalo —dice mi conciencia y por una vez en mi vida le haré caso.

^Llamando^

—Hola —responde una voz masculina a través del teléfono.

—Aceptado.

Hay un breve silencio en el que pienso que se arrepintió, pero las dudas desaparecen tan pronto como responde.

—¿Quieres que nos reunamos para aclarar algunas dudas y eso?

—Sí —suspiro aliviada.

Miro a una esquina del pequeño apartamento.

—Te veré en el mismo lugar en una hora —y simplemente colgó.

Esto podría ser la única forma de salvarme o hundirme más, pero a veces es necesario ser valiente, porque la vida no es para los débiles y lo digo por experiencia. Aquí es decidir o morir.

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