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Gabriela
Hace un tiempo recibí una llamada extraña de un hombre que me pidió que lo viera en el hotel Ritz. Para ser sincera, soy bien conocida por mi curiosidad, así que tomando el gas pimienta de mi apartamento, fui al lugar mencionado.
—Disculpe, soy...— le hablé al anfitrión.
—Por aquí, por favor— el chico me guió hasta una mesa.
¿Cómo sabe a qué mesa voy?
Él abrió mi silla y me senté, admiré el lugar que estaba completamente vacío, (lo que explica por qué el anfitrión sabía a qué mesa iba) nunca me habría imaginado en un lugar así ni en mis sueños.
Ahora me pregunto si fue una buena idea venir, digo, no pierdo nada, solo ser secuestrada, lo cual era perturbador solo de pensarlo, pero es extraño que un desconocido te llame por teléfono y te invite a cenar, solo que tengas Tinder podría considerarse normal, pero no tengo nada de eso, así que rezo mentalmente para que la virgencita me proteja.
Mi vista se detuvo en el rostro frente a mí, era atractivo, ojos azul oscuro, piel blanca, cabello negro y un rastro de barba oscura en su barbilla, algo me resultaba familiar, pero no lo ubicaba, aunque ¿de dónde podría conocerlo?
Carraspeó y desvió mi mirada, lo cual seguramente lo incomodó.
—¿Qué te parece si cenamos primero?— El camarero nos da el menú.
Bueno, al menos no me vio como una chica fácil.
Miro el menú y Dios, todo se ve absolutamente caro, con un solo plato puedo pagar mi renta.
Bueno, ¿qué esperabas de un lugar así? —dice mi yo interior.
Mejor pido un vaso con agua, eso es gratis.
...
Estaba concentrada en mi postre (porque ya que dijo que invitaba, pedí lo que más quería).
—Sé que estás enferma— con eso captó mi atención, detuve la cuchara con un pedazo de la tartaleta a medio camino— y que no puedes costear el tratamiento— lo miré con cara de ¿Cómo demonios lo sabes? —Bueno, yo lo pagaré.
¡Santa madre! Un milagro...
Serás tonta, ¿cómo vas a aceptar eso si apenas lo conoces?
—¿Qué?— Mi confusión debió mezclarse con la expresión de meme que debía tener en la cara, (cejas fruncidas y labios abiertos).
—Pagaré tu tratamiento— su voz era tan tranquila.
Dejé la cuchara en el plato.
—No tienes que hacerlo, apenas lo conozco y no sería correcto— me apresuré a responder.
—Digamos que soy un buen samaritano— lo miro y no hay ninguna expresión en su rostro.
¿Quieres ver mi cara de tonta?
—¿Quieres hacer una campaña y que diga lo agradecida que estoy por tu ayuda?— Él sonríe divertido ante mi comentario.
Tiene una sonrisa hermosa.
Concéntrate— me doy una bofetada mental.
—Si quisiera hacer eso, no lo haría personalmente.
—Entonces, ¿qué quieres?— frunzo el ceño— nadie hace nada gratis.
—Tienes razón en eso— dijo bastante divertido, apoyando los codos en la mesa— quiero un pequeño favor— lo miro intrigada, ¿qué puedo darle a alguien que tiene todo?
Espero que no me secuestre, porque soy muy joven para morir de forma tan fea.
Sus palabras interrumpen mis pensamientos dejándome fría.
—Cásate conmigo, señorita— Literalmente mi mandíbula cayó al suelo.
¿Qué?
Me reí, porque era lo único que salía bien en este momento, esto debía ser una broma, alguien debía estar grabándonos para esos programas de Reality Shows raros que pasan en la tele por la noche.
—¿Nos están grabando?— Él frunció el ceño confundido.
—No.
Tenía que asegurarme.
—Yo... no puedo aceptar, apenas lo conozco— murmuré apoyando los codos en la mesa y la cabeza en mis manos.
—Me llamo Christopher Huberman— se presentó— y tú eres Gabriela Cruz— dijo seriamente, sin ningún rastro de burla.
¿Cómo sabía mi nombre?
—Esto es muy extraño y...
—Te ayudaré, eso es lo que cuenta— se apresuró a decir haciéndome mirarlo confundida— Piensa en mi propuesta, te dejaré mi tarjeta, llámame si aceptas— Me dio la tarjeta, pagó la cuenta y se fue.
¿Qué diablos acaba de pasar?
Un desconocido muy guapo te pidió matrimonio, eso es increíble, deberías aceptar, se nota que tiene dinero— le respondí a mi conciencia, decidí ignorarla y terminé mi postre, porque algo bueno tiene que salir de esto.