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Escuché la puerta abrirse y maldije en voz baja. Reconocí el ruido de sus viejas pantuflas, que siempre lo acompañaban en los días que se quedaba en el sofá viendo películas y me arrastraba con él.

—Has estado ahí durante horas —su voz suave me hizo estremecer.

—¿Horas? —pregunté con voz tembloros...