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—¡Deja de decir eso! ¡Basta!— Le señalé con el dedo, luego lo bajé. Lloraba mientras hablaba. —No quiero que me ames. Has estado con mi hermana. ¡Maldita sea! ¡Lo arruinaste, Igor! ¡Siempre! ¡Me echaste a perder! ¡Nunca he dejado que la gente se acerque a mí después de ti! Siempre cerrándome, callán...