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03

—Entonces, Igor, ¿en quĂ© trabajas? —preguntĂ³ mi madre, directa y rĂ¡pidamente.

—D. BetĂ¢nia, trabajo... —se detuvo al ver la cara de mi madre. Me mirĂ³ confundido y me preguntĂ© por quĂ© no miraba a Ceci, pero tratĂ© de dejarlo pasar.

—No le gusta BetĂ¢nia, si quieres, llĂ¡mala TĂ­a Betty. Nunca BetĂ¢nia —expliquĂ©.

—Oh, lo siento.

—Todo bien —mi madre sonriĂ³, cada vez mĂ¡s encantada.

—Bueno... trabajo en el planetario del centro de la ciudad, a medio tiempo. De 10 a 6 y luego tengo la universidad. Pero estoy de vacaciones y todo. ConseguĂ­ el trabajo porque mi tĂ­a es astrĂ³noma, solĂ­a trabajar allĂ­ y me encontrĂ³ un puesto.

—¿En serio? Vaya, eso es genial. ¿Vives con tus padres?

—No... tengo mi propio apartamento.

—¿Tan joven?

—Cuando mi abuelo muriĂ³, yo tenĂ­a 16 años, me dejĂ³ mucho dinero. En ese momento, mis padres ya me habĂ­an emancipado porque... pensaban que era lo suficientemente maduro —lo mirĂ© con curiosidad, sin saber ese detalle sobre su familia. Nunca hablaba de sus padres, ni de nada similar—. El dinero fue justo para comprarme una casa y pagar mi carrera de AstronomĂ­a. Con mi trabajo, me comprĂ© un coche.

—Pareces un chico decidido. A diferencia de mi hija, María de Lourdes.

—Malu, madre. Mi nombre es Malu —revolví mi arroz con el tenedor nerviosamente, anticipando el desastre.

—No sé por qué no me dejas llamarte por tu nombre real, María de Lourdes. Es un nombre tan bonito.

—Por favor, mamĂ¡. Malu, ya lo sabes —controlĂ© el impulso de apretar los dientes y cruzar los brazos con irritaciĂ³n—. Ya te has acostumbrado.

—Malu es asĂ­, lo Ăºnico que sabe de la vida es que odia su propio nombre —comentĂ³ mi madre dirigiĂ©ndose a Igor. Bien, ha comenzado, pensĂ©. Mi madre estaba indignada porque no habĂ­a elegido a quĂ© universidad ir y porque no me interesaba ninguna carrera, aparte del curso de inglĂ©s que habĂ­a terminado hace un tiempo. No era mi culpa que aĂºn no hubiera descubierto mi vocaciĂ³n, hombre. No me preocupaba tanto porque tenĂ­a tiempo para pensar. Y no era mi culpa si ninguna profesiĂ³n encajaba con mi perfil actual.

—MamĂ¡... sĂ© lo que voy a hacer en la vida. Facultad.

—Pero no sabes cuĂ¡l.

—Tengo tiempo para decidir. Ya hemos hablado de esto —la mirĂ©, esperando que se diera cuenta de que este no era el momento para escuchar sus sermones. Ella mirĂ³ a Igor y sonriĂ³.

—¿Facultad de AstronomĂ­a? QuĂ© diferente.

—No tanto... —sonriĂ³ y me mirĂ³, apartĂ© la mirada. Enojada con mi madre, que babeaba por Igor, con CecĂ­lia, por mostrarlo con tanto orgullo, con Karol, por mirarlo dulcemente y ser receptiva. Enojada conmigo por... ¡por tantas cosas! Y enojada con Ă©l, principalmente y enteramente con Ă©l. SentĂ­ el odio hervir dentro de mĂ­, mezclado con el torbellino de sentimientos y pensamientos que era mi cabeza. Mi estĂ³mago se revolvĂ­a y terminar la ensalada de mayonesa de mi madre se volviĂ³ imposible—. Me gustan mucho las estrellas.

—PodrĂ­as llevarme al planetario —intervino Karol en la conversaciĂ³n, ignorando la tensa atmĂ³sfera entre mi madre y yo como una tĂ­pica niña de 5 años, tratando de deshacerse de las verduras—. A mĂ­ tambiĂ©n me gustan las estrellas.

—PodrĂ­amos ir todos, quiĂ©n sabe... —sonriĂ³ a Karol, carismĂ¡tico. Puse los ojos en blanco, bebiendo un vaso de refresco y tratando de no mirar en esa direcciĂ³n, o simplemente clavarme un tenedor en la frente. Nadie se daba cuenta de lo desagradable que era esto. ¡QuĂ© demonios!

—Suena genial. ¿QuĂ© tal mañana?

—No mañana. —Incapaz de contenerme, abrĂ­ la boca. Maldije en voz baja cuando todos me miraron. Desafortunadamente, mi madre vino con la pregunta mĂ¡s difĂ­cil:

—¿Por quĂ©? —BusquĂ© en mi mente alguna buena excusa. Desafortunadamente, era una pĂ©sima mentirosa.

—Bueno... Es que... voy a salir. —Sonreí, orgullosa de mi gran disculpa.

—¿A la playa? —Ceci intervino y me mirĂ³ con una mirada sarcĂ¡stica—. Vas a la playa todos los dĂ­as.

—No voy a la playa mañana. Voy a otro lugar.

—¿QuĂ© otro lugar? Que yo sepa, todos tus ‘amigos’ viajaron y Alexandre tambiĂ©n.

—No solo los conozco a ellos. —No podía mentir, así que solo seguí haciendo estas evasivas.

—Vas a ir. —Dijo mi madre sonriendo, pero sabĂ­a que luego me amenazarĂ­a. Le lancĂ© una buena mirada de desaprobaciĂ³n, que ella ignorĂ³ plĂ¡cidamente.

—Podemos ir otro dĂ­a. —Igor tratĂ³ de calmar las cosas. Lo mirĂ© tratando de entender cuĂ¡l era su problema—. No hay problema en eso.

—¡Pasado mañana! —dijo Ceci emocionada. SentĂ­ ganas de desaparecer. No respondĂ­ nada, y ellos empezaron a hablar de nuevo. ¿Tema? Playa. ¿Yo? Martirio.

—¿QuĂ© haces en tu tiempo libre?

—Eh... Hago surf.

—¿Surf?

—Empiezan.

—¿Haces surf para mantenerte en forma?

—No. No realmente. Cuando empecĂ© a hacer surf era muy delgado y odiaba el gimnasio, siempre me pareciĂ³ aburrido. Pero me gustaban un poco los deportes, aunque no era muy bueno en ellos. Pero amo el mar, encontrĂ© la soluciĂ³n perfecta. AprendĂ­ a hacer surf. Mantenerme en forma es solo un bono.

—Debes tener muchas chicas detrĂ¡s de ti.

—No, no.

—Como hay mentirosos en este mundo, ya ves... —dije suavemente. Unos cuantos pares de ojos se volvieron hacia mí.

—¿Dijiste algo?

—¡No, claro que no! —Me sonrojĂ© y Ă©l sonriĂ³ tristemente. La conversaciĂ³n continuĂ³, mi madre parecĂ­a definitivamente conquistada. Ya estaba cansada de esto. Me levantĂ©.

—Disculpen. Me voy a dormir.

—¿Ya? Pero vamos a ver una pelĂ­cula.

—AlquilĂ© una hermosa novela, hija. Te encantarĂ­a. —reĂ­ irĂ³nicamente. No me gustaban las novelas, solo cuando tenĂ­a ganas de llorar. Y aĂºn mĂ¡s, ¿ver la pelĂ­cula con estos dos? HabĂ­a demasiadas bromas para una sola noche.

—Prefiero dormir. Siento que mi cabeza va a explotar y todo. Buenas noches a todos.

—Buenas noches. —La voz de Igor fue susurrada, como antes. Incluso vislumbrĂ© su sonrisa desvaneciĂ©ndose. Dos pequeños hoyuelos en las comisuras de sus mejillas cuando sonreĂ­a ampliamente. Me alejĂ©, sin mirar en su direcciĂ³n, sintiendo mi corazĂ³n sofocarse en mi propia sangre caliente. CorrĂ­ escaleras arriba y cerrĂ© la puerta del dormitorio con llave. Estaba hiperconsciente de mi cabeza palpitando, aĂºn sintiendo la adrenalina bombeando por mi cuerpo. CerrĂ© los ojos, tratando de pensar en cualquier otra cosa. FĂ³rmulas matemĂ¡ticas, delfines, terroristas, un muelle... Pero era realmente difĂ­cil. Me concentrĂ© en la sangre latiendo en mi cabeza, mis brazos pulsando, mis piernas temblando. Y el corazĂ³n rebelĂ¡ndose. Golpeando diez veces mĂ¡s fuerte de lo normal. Mal señal.

—¡Maldita sea! —saquĂ© una almohada y la presionĂ© contra mi cabeza. CerrĂ© los ojos. RecordĂ© mi promesa. Sin lĂ¡grimas. Sin lĂ¡grimas... DifĂ­cil. Se humedecieron mis ojos incluso cuando estaban cerrados. SentĂ­ como si tuviera arena en los ojos y las lĂ¡grimas fueran para expulsarla. AbrĂ­ los ojos, mirando al techo y encontrĂ¡ndome cara a cara con un cielo azul que nublaba mi vista y el olor a aire marino que habĂ­a estado llenando mi nariz desde hace un año. Y confundida, con las pestañas mojadas, empecĂ© a pensar en una manera de escapar de la reuniĂ³n pasado mañana.

Por supuesto, antes de dormir me prometĂ­ no ir a la playa, no salir de la casa, no hablar con Ceci, ni nada por el estilo. Una cosa habĂ­a logrado, no hablĂ© con Ceci. Vi a mi madre en el desayuno, quien me dio una reprimenda sobre ser educada, la cual me esforcĂ© en ignorar, pero eso fue todo. Claro que no pude cumplir las otras dos promesas. Era imposible quedarse en casa mirando al techo y teniendo pensamientos depresivos, asĂ­ que fui a la playa. Ese era mi refugio. Me gustaba la agitaciĂ³n y la calma del mar, el olor. La arena entre mis dedos. Escuchar el mar golpeando la arena, o encontrĂ¡ndose con grandes rocas. Caminar por el muelle cuando estaba vacĂ­o, el mar balanceĂ¡ndose suavemente debajo de mĂ­ y podĂ­a ver mi sombra a lo lejos. O simplemente sentarme en un banco alejado, o en una toalla de playa y ver el mundo pasar lentamente con el tiempo mientras leĂ­a algĂºn libro.

Estaba sentada en un banco, con un vestido suelto y viejo y unas zapatillas en los pies, para no perder la costumbre de estar cĂ³moda. Con el libro de ayer en la mano. Mi cabeza daba vueltas y observaba a la gente pasar, sin realmente verlos. Rara vez prestaba atenciĂ³n a alguien y me preguntaba Ă­ntimamente cĂ³mo serĂ­a su vida, tratando de olvidar la mĂ­a. El dĂ­a estaba estĂºpidamente caluroso y sentĂ­ el sudor formĂ¡ndose en mi frente en pequeñas gotas, las limpiĂ© con la palma de mi mano. La mañana se iba para dar paso a una de esas tardes de calor sofocante a las que nosotros, los residentes de Santa BĂ¡rbara, una pequeña ciudad en RĂ­o de Janeiro, ya estĂ¡bamos acostumbrados. El sol me lastimaba los ojos y me cegaba, dejĂ¡ndome un poco sofocada y mareada, y estaba a punto de levantarme e irme, refugiĂ¡ndome frente a mi salvador y refrescante ventilador en mi habitaciĂ³n. Hasta que una silueta apareciĂ³, deteniĂ©ndose frente a mĂ­ y bloqueando el sol.

—Hola. —Esa voz me lastimĂ³ los oĂ­dos, pero respirĂ© hondo, cansada. LevantĂ© la vista, poniendo mi mano en la cara para ver mejor su figura. AhĂ­ estaba, con las manos en los bolsillos de sus shorts y una expresiĂ³n indescifrable en su rostro, su cabello era mĂ¡s corto que la Ăºltima vez, notĂ©.

—¿QuĂ© quieres? —dije, con la voz controlada. Pero estaba algo sorprendida.

—¿Puedo sentarme?

—No. Mejor vete.

—QuĂ© delicada. —dijo, ignorando mi negativa y sentĂ¡ndose en el banco. Una sonrisa irĂ³nica amenazaba con aparecer en su rostro.

—Gracias. Ahora responde.

—Quiero hablar contigo. —Se sentĂ³ en el banco junto a mĂ­. Lo mirĂ© de reojo.

—¿En serio? ¿Hablar conmigo? PensĂ© que solo querĂ­as mi permiso para tener una pequeña charla con el banco.

—Eres un personaje, Malu. —bufé, girando mi rostro y abrazando mi libro. Esperando que se diera cuenta y simplemente se fuera.

—¿De verdad vas a seguir intentando ignorar mi presencia?

—¿Tengo Ă©xito? —me arriesguĂ© a mirarlo de reojo. Una sonrisa apareciĂ³ en sus labios.

—No.

—MaldiciĂ³n...

—Malu...? —susurrĂ³, su voz me hizo estremecer. Me encontrĂ© cara a cara con sus ojos que parecĂ­an contener ese tono dorado, toda la furia de un mar de Titanes, aunque no fueran azules. Su mirada firme pero al mismo tiempo suplicante me recordĂ³ a los libros que habĂ­a leĂ­do sobre el antiguo Egipto, sobre el milagro de las aguas y los rĂ­os, la riqueza y la belleza del oro. Los ojos de Igor eran como un mar bañado en oro, tal vez un arroyo claro que saciaba la sed de millones de Malus, como uno de esos sueños desafortunados mĂ­os. Sus ojos inicialmente me acariciaron y luego la añoranza me dio una hermosa bofetada imaginaria. Su olor me golpeĂ³ fuerte, mezclado con la fragancia de alguna colonia desconocida para mĂ­. No sĂ© por quĂ©, o tal vez sabiendo demasiado, sentĂ­ que mi sangre hervĂ­a. De rabia, por eso temblaba sosteniendo mi libro y sentĂ­a mis ojos humedecerse, tratĂ© de hacerme creer. CerrĂ© los labios. Solo de rabia. Solo rabia. —Malu...

—Eu.

—Es solo... yo solo...

—¿Solo quĂ©? —lo interrumpĂ­, anticipando las palabras que saldrĂ­an de su boca—. ¿No quieres que le cuente a mi hermana sobre las vacaciones del año pasado?

—Es una chica agradable.

—No tanto, créeme. Es agradable a veces, como... cuando duerme y cosas así. —No pude encontrar mi ironía divertida—. Sí, es genial... Lo sé porque la conozco desde hace unos 15 años.

—Te juro que no sabía que era tu hermana.

—¿Eso habrĂ­a cambiado algo?

—No tienes idea. —mirĂ³ en la direcciĂ³n opuesta a mĂ­. Permanecimos en silencio durante unos minutos. Compartiendo una intimidad que no deberĂ­a existir.

—No deberĂ­amos estar teniendo esta conversaciĂ³n. —suspirĂ©. Era extraño, bizarro, irreal, incorrecto, demasiado Ă­ntimo. Este momento no deberĂ­a estar sucediendo, no asĂ­. Porque esto habĂ­a sucedido tantas veces hace mucho tiempo. Los dos en un banco, sentados, mirĂ¡ndonos con la esperanza de que todas las respuestas llegaran con una mirada. En el pasado habrĂ­a sido con un beso. El mundo tendrĂ­a sentido cuando me ahogaba en el mar dorado de sus ojos, mis angustias e inseguridades se ahogaban en una sonrisa abierta y cĂ¡lida, combinando con su abrazo. Pero ahora... El sentido era que Ă©ramos dos extraños que se conocĂ­an demasiado bien. Y no deberĂ­a ser asĂ­. No cuando Ă©l era mi nuevo cuñado. No cuando los ojos de mi hermana, aunque no fuera tan cercana o amiga, brillaban tanto cuando mencionaba su nombre. Como si fuera el regalo mĂ¡s hermoso, mĂ¡s deseado y amado. Definitivamente no deberĂ­a ser asĂ­. ClavĂ© mis uñas reciĂ©n cortadas en la cubierta de mi viejo libro—. Sabes quĂ©... Somos dos extraños. Eso es lo que somos.

—¿CĂ³mo? —parecĂ­a sorprendido de escuchar mi voz.

—No me conoces, yo no te conozco. Cree esto, y todos los demĂ¡s lo creerĂ¡n. —proclamĂ©, riĂ©ndome de mĂ­ misma.

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