




01
Intenté concentrarme en la lectura frente a mÃ, un libro obligatorio de la escuela, pero uno que no podÃa evitar gustarme. El libro era Capitães da Areia de Jorge Amado y en total ya lo habÃa leÃdo unas 5 veces, alternando entre los nuevos libros que compraba y mis favoritos. Me encantaba leer y desde que tengo memoria estaba rodeada de libros. Esto se debÃa al hecho de que mi madre, Doña Betty, habÃa sido bibliotecaria cuando era joven, asà que siempre traÃa uno u otro libro a casa. Cuando se casó y nació Ceci, dejó su trabajo y se dedicó a ser ama de casa. Pero para entonces, la casa ya estaba llena de libros; distribuidos en estanterÃas, repisas de pared y en cajas de cartón, su único bien verdaderamente valioso. Y yo amaba los libros y, como mi madre, los respetaba y los respiraba. No era buena escribiendo, pero admiraba ese mundo lleno de palabras que se volvÃan simples, incluso para una chica tan difÃcil y complicada como yo. Y definitivamente amaba el libro que estaba leyendo, no solo por el discurso natural y rÃtmico del autor, sino por los personajes y admiraba una representación tan fiel del odio.
Estaba en la parte donde Dora llegaba a unirse a los chicos en el almacén, una parte que me encantaba, pero Karol no cooperaba. HacÃa ruidos, sacudiendo su muñeca, cantando canciones que empezaban a volverme loca. Ni siquiera eran canciones infantiles, eran canciones actuales, irritantes, que se pegaban como chicle en nuestras cabezas. Karol era mi hermana menor, de cinco años. Era muy pequeña para su edad y su voz era extremadamente fina e irritante. Su cabello corto y lacio, de un castaño muy claro que rozaba el rubio caramelo, le daba una apariencia angelical, pero le encantaba molestar a los demás. Básicamente, era demasiado de todo, demasiado agitada, demasiado lista, demasiado irritante.
—¡Karol! —grité, perdiendo la paciencia.
—¿Intentando?
—¿Por qué no vas a ver un DVD?
—Porque no quiero. —Fruncà el ceño ante su respuesta, pero me quedé callada, volviendo a la lectura. Desafortunadamente, ella cambió su atención hacia mÃ. Ahora estaba prácticamente encima de mà desde detrás del sofá, tratando de leer, aunque no sabÃa leer, el libro.
—Por favor, déjame en paz. —gemÃ, odiaba leer con alguien encima de mÃ.
—Es vacaciones, puedo hacer lo que quiera. —dijo, despreocupada. SÃ, eran vacaciones. Y desafortunadamente no viajarÃa, tendrÃa que soportarla.
—¡No puedes!
—Sà puedo.
Por supuesto, cuando decidà vivir con mi madre permanentemente, sabÃa que tendrÃa que soportar a la hija de su nuevo esposo, mi media hermana, pero ¿tenÃa que ser tan molesta? Vivà con mi padre hasta hace un año, luego, después de que se casó de nuevo, decidà venir a vivir con mi madre. SÃ, la razón era ese viejo cliché: Mi madrastra es horrible. Simplemente no podÃa soportar sus manÃas irritantes. En realidad, me gustaba estar aquÃ, aunque no tenÃa tanta paz como antes.
—Por favor, Karol.
—¡Karol, deja a tu hermana en paz! —gritó mi madre desde la cocina.
Karol me sacó la lengua mientras se alejaba. Yo, muy madura, lo imité. Ella caminó hacia atrás y chocó con Maria CecÃlia, mejor conocida como Ceci. Mi madre tenÃa algo con las Marias, no sé si le gustaba el nombre o las cosas repetitivas y aburridas. Todas las hijas éramos Marias. Una Maria CecÃlia, la mayor. La otra Maria de Lourdes, yo, aunque nadie sabe mi nombre, todos me conocen como Malu. Y la peor de las Marias, Maria Karolina. ¡Habla en serio! Todas las hijas con una Maria en su nombre, eso es originalidad y creatividad. Desafortunadamente para mi madre, que amaba los nombres, ninguna de sus hijas permitÃa que alguien la llamara Maria. Nos conocÃan por nuestros apodos: Ceci, Malu y Karol. Odiaba mi nombre principalmente porque ya habÃa conocido a una Maria de Lourdes, una anciana que vivÃa en la calle detrás de nosotros y estaba rodeada de niños, que la llamaban Señora y Abuela. El nombre y el ruido me irritaban. Me gustaba mi apodo, era ligero y rodaba como chicle en la boca de los demás. Dulce y suave. SentÃa que les hacÃa un favor al reducir mi nombre ridÃculo y cansino.
—Ten cuidado, Karol.
—Ups. —Karol se alejó, colocando sus manos en sus mejillas rosadas. Ceci puso los ojos en blanco, mirándonos y analizándonos. Intenté esconderme entre las páginas del libro, anticipando ya alguna queja de su parte. Sobre cualquier cosa. Desde la ropa hasta la forma en que me tumbaba en el sofá.
—¿Nadie se ha arreglado? —Finalmente la pregunta. Intenté ignorarla, tratando de leer la misma frase por cuarta vez.
—¿Qué quieres decir con que nadie se ha arreglado? ¡Debes estar bromeando!
—¿Para qué te has arreglado? —pregunté tediosamente, aún tratando de concentrarme en el libro.
—Hoy traigo a mi novio aquÃ.
—¿Qué novio? —¿Otro? Eso era lo que querÃa y deberÃa haber preguntado.
—El del que ha estado hablando durante un par de semanas. —dijo mi madre, en tono de broma, apareciendo desde la cocina. Mi madre era hermosa, alta y esbelta, desafortunadamente no habÃa heredado su altura. Nadie le daba los 45 años que tenÃa solo con mirarla. Ya estaba en su segundo matrimonio y ni siquiera el tiempo habÃa disminuido su apariencia y atractivo, haciéndola más madura y atractiva. Pero cuando la conocÃan, las cosas cambiaban. Cuando la conocÃan, veÃan qué madre era. Era hermosa, sÃ... No habÃa duda, pero su forma arrastrada de hablar, los gritos que nos dirigÃa como regaños y la amargura que las peleas durante el divorcio y el nuevo matrimonio le causaron, la hacÃan un poco apagada.
—¿Eh, ese tal Adalberto? —me unà al juego y escuché a mi madre empezar a reÃr, esa risa fuerte y fácil suya. De hecho, habÃa olvidado por completo el nombre del novio en ese momento.
—¡Madre! —gritó Ceci, nerviosa. Mi hermana se estresaba demasiado fácilmente. No parecÃa tener 18, sino 81.
—¡Se llama Igor! ¡Igor!
—¿Igor? ¿Por qué Igor? ¿Por qué demonios su novio tenÃa que llamarse Igor? —Empujé algunos recuerdos inútiles fuera de mi mente y me hundà más en el sofá.
—¡Porque sus padres querÃan que se llamara Igor! Qué pregunta más idiota, Malu. —dijo.
—Blah, blah, qué pregunta más estúpida, Malu. —gruñÃ, imitándola.
—No empiecen a pelear —advirtió mi madre y Ceci resopló, cruzando los brazos—. Espero que este chico valga la pena, en serio. Y que te calmes de una vez por todas.
—Puedes dejarlo, mamá —dijo ella, sonriendo. Resoplé, odiaba cuando traÃa a sus nuevos novios aquÃ. Era un fastidio. Tener que sonreÃr, ser muy educada, soportar los chistes malos, fingir ser amigable y, por supuesto, sentir compasión al ver la mirada apasionada del chico hacia ella, sabiendo que pronto serÃa reemplazado por alguien más alto, o más rubio, o con un mejor coche deportivo.
—¿Malu?
—¿Qué?
—¿No te vas a arreglar?
—TodavÃa son las cinco.
—Y te tardas dos solo en ducharte —miré a Ceci, totalmente irritada. Ella juntó las manos, en un gesto de 'por favor'. Cerré el libro y lo coloqué en la mesa de centro. Derrotada—. ¿Vas a ir o no?
—Está bien. Voy, voy —me levanté irritada y mi madre volvió a la cocina. Caminé hacia las escaleras—. ¡No hay paz en esta casa!
—¿Malu?
—¿Qué es esta vez?
—Sé buena. Me gusta mucho él —rió irónicamente.
—¿Y cuándo no soy buena?
Me encantarÃa decir que estaba vestida con mis mejores ropas, ansiosa y deseando conocer al nuevo amor de mi hermana, lista para darle todo el apoyo en un momento difÃcil como este, que es presentar a tu novio a la familia. Pero serÃa una gran mentira. Ningún chico valÃa tanto esfuerzo. Especialmente cuando sabÃa que mi 'querida relación de cuñados' con el novio de Ceci solo durarÃa un máximo de dos meses, y eso pensando positivamente. En otras palabras, los novios siendo presentados a mi madre; por parte de Ceci, era lo más común del mundo. Asà que... apenas me arreglé y no estaba ansiosa en absoluto, de hecho, estaba desanimada. Para irritar aún más a Ceci, simplemente llevaba unos shorts de mezclilla y un abrigo largo y cómodo. En los pies, un par de chanclas. Realmente bien arreglada. Y pobre de Ceci si se quejaba.
Me senté en mi cama, mirando alrededor mientras me peinaba el cabello húmedo. Mi cama estaba deshecha y mi escritorio de computadora necesitaba una verdadera limpieza. La pequeña cómoda apretada junto a la computadora, que usaba para guardar mi ropa, estaba llena de polvo y la televisión encima me pedÃa que arrancara las pegatinas que Karol insistÃa en pegar. Cerca de la ventana, habÃa una estanterÃa con mis varios libros, cuadernos escolares y papeles tirados junto con mi mochila. En otras palabras, mi habitación necesitaba una nueva limpieza. El Año Nuevo acababa de pasar y no habÃa limpiado esa habitación. Era una habitación pequeña, pero tenÃa suerte de no tener que compartirla. Cada una de nosotras tenÃa su propia habitación. La mÃa era la segunda más pequeña y la de Ceci era más grande y mejor cuidada, beneficios de pasar el examen de ingreso a la primera. La de Karol era una antigua oficina que servÃa como su dormitorio y sala de juegos. La de mi madre estaba abajo y sin duda era la mejor. PodrÃa caber dos de mis habitaciones dentro de la suya. La mÃa, además de ser la más pequeña, era la peor. Porque daba a la calle, es decir, cuando habÃa algún tipo de fiesta, o un coche con un sonido fuerte cerca de la puerta. Mi habitación se convertÃa en una caja de altavoces gigante. Me até el cabello con una trenza, mientras aún estaba húmedo, y decidà dejarlo secar solo, no sin antes aplicar un acondicionador sin enjuague, para evitar desastres futuros.
Bajé las escaleras y me tiré en el sofá. La sala estaba sorprendentemente ordenada. Mi casa serÃa hermosa si no hubiera tanta gente desordenada. De todos, solo mi madre era organizada, le gustaba todo en su lugar, pero le encantaban los adornos. Y a sus hijas les encantaba dejar cosas tiradas, sacar sus decoraciones de lugar y esto la volvÃa loca, ya que siempre intentaba mantener todo ordenado. Y hoy debÃa estar saltando de alegrÃa al ver la sala ordenada, sin los lápices labiales y revistas de Ceci, y los juguetes de Karol desaparecidos. ¿Y los DVDs en el estante de caoba? HabÃan desaparecido por completo. La alfombra burdeos de mi madre estaba estirada y la mesa de centro ocultaba la pequeña mancha de jugo de naranja que Karol habÃa hecho hace unas semanas. Además, todo brillaba. Los cuadros en la pared, las fotografÃas en la repisa, los sofás bien arreglados, la mesita junto a la ventana sin las llaves tiradas. Todo sorprendentemente organizado. Solo mi libro habÃa quedado en la mesa de centro, junto con las revistas sobre economÃa, polÃtica y artes que normalmente solo leÃamos el esposo de mi madre y yo.
Pronto noté que Ceci realmente querÃa impresionar al chico y que serÃa interesante y divertido conocerlo, la cantidad de bromas que podrÃa hacer y cómo avergonzar a Ceci como la buena hermanita que soy serÃa catastrófico y adorable. Tal vez la cena no serÃa tan desastrosa, tediosa y cansada después de todo, pensé.
Arriba podÃa escuchar el alboroto de Karol en el baño, en la cocina mi madre tarareaba y, desafortunadamente, no tiene una voz muy dulce... Y Ceci caminaba de un lado a otro por la casa. Subiendo y bajando las escaleras, quitando las zapatillas esparcidas por la casa, cambiando la posición de los ángeles de porcelana de mi madre en la repisa y casi perforando el suelo con tanta agitación. Intenté tomar mi libro y distraerme de todo el ruido y la ansiedad de Ceci, pero era imposible.
—¿Puedes al menos quedarte quieta? —comenté, ya mareada con su agitación—. ¡O te clavaré los pies al suelo!
—Pareces irritada.
—Si estuviera enojada, no estarÃas entre los que están en este mundo. Traducción, muerta.
—Mi vida se ha vuelto emocionante desde que viniste a vivir con nosotros, las amenazas me emocionan.
No podÃa decir que habÃa sido tan emocionante para mÃ. HabÃa decidido dejar mi habitación grande y cómoda, la libertad y frescura que me daba mi padre, y a mi nueva madrastra molesta y monstruosa atrás cuando me mudé aquÃ. Ganando dos hermanas cálidas y molestas como regalo. Una madre sobreprotectora, un padrastro indiferente que estaba lleno de frivolidades e insultos hacia mi hermana menor y compañeros de escuela que darÃan cualquier cosa por verme caer de mi patineta, preferiblemente de cara, todos los dÃas cuando me veÃan llegar a la escuela. Fue un intercambio bastante divertido, por supuesto. Viviendo peligrosamente y todo eso.