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Capítulo setenta y cuatro

Los gemelos y yo llevamos los libros polvorientos a mi habitación, con sus lomos agrietados y bordes deshilachados por siglos de uso. A pesar de su antigüedad, estos tomos contenían poder—no solo en su contenido, sino en el peso de la historia que cargaban. La tenue luz de la lámpara de mi mesita de...