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Capítulo veintisiete

Cuando me desperté, lo primero que noté fue el peso.

Mucho peso.

Gemí, moviéndome ligeramente, y fue entonces cuando lo sentí: el calor que me rodeaba por todos lados. Parpadeé y ahí estaban.

Los cuatro. En mi cama.

—¡Elijah!— grité, empujando al de pelaje dorado más cercano a mí. —¡Isaiah! ¡Ale...