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Capítulo ciento setenta y uno

Podía sentirlo en mis huesos.

Me quedaba una última carta por jugar.

La profecía resonaba en mi mente:

Un corazón de llama, un alma de polvo—por su mano, el mundo vivirá, pero ellos se desvanecerán cuando el amanecer consuma la noche.

Apreté los puños, sintiendo el pulso de mi Velo Lunar, los úl...