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Capítulo ciento sesenta y cinco

Me recosté contra las almohadas, mi cuerpo dolía a pesar de los analgésicos que me había dado el doctor. El búnker subterráneo estaba inquietantemente silencioso, excepto por los murmullos distantes de la gente fuera de mi habitación. Mis compañeros estaban en una misión de rescate, y sentía su ause...